martes, 20 de abril de 2010

Capítulo XII

Nate era un alocado mujeriego que había intentado salvarla de un futuro no muy conveniente. Pero al final, no había conseguido más que desgracias. La había apartado de su camino a la venganza, había ensuciado su reputación, ¿con qué cara enfrentaría ella a la muchedumbre de Bean Lophe? Ningún hombre digno se casaría jamás con ella. Pero era absurdo pensar en algo así, cuando el propio duque de Deackerci le había arrancado su vida, su alma. Nunca moriría prohibiéndole así la entrada en el cielo, junto a sus queridos padres. ¡Oh, como había arruinado su vida, su futuro! Sin apenas demandar opinión. Había acabado con su oportunidad de vivir feliz junto a un buen hombre que la amara, vivir en una preciosa casa donde criar a todos los hermosos e inteligentes hijos que tendría. No, ya no tendría nada de aquello. Y todo por el capricho de un duque. Por culpa de Nathaniel Meryton.

-Alexander, nosotros podemos… ¿tener hijos?- inquirió preocupada.

-Es complicado, pero existe una posibilidad.- resumió el chico. Miró a la preciosa vampira que asentía a su lado, con la mirada perdida en no se donde, triste en sus cavilaciones. Nunca había llegado a pensar que todas las mujeres de aquella época solo tenían en mente una serie de cosas, y que al transformarse en lo que eran, todos esos sueños irían a bajo. Pero tendría toda la eternidad para vivir su vida, de otra forma…
Tendrían todo lo que desease. Eran bellas, inmortales, irresistibles para cualquier humano. No tendría que serles muy difícil.

-Veras… La descendencia de los inmortales es muy difícil, preciosa. El…- no sabía como explicárselo sin ofenderla ni ruborizarla.- El hombre deberá ser muy fuerte. No puede ser cualquiera que se alimente. Debería ser un vampiro capaz de cualquier cosa, algo excepcional para nuestra especie. No sé si me entenderá. Una vez… procreado…- siguió explicando el joven intentando encontrar las palabras adecuadas. Georgia lo miró de reojo y vio como Alexander estaba cabizbajo y preocupado por medir sus frases. Sonrió ante tal detalle, desde luego Alexander era todo un caballero.
-Bueno, la cuestión es señorita Georgia, y no es mi deseo verla entristecida, es que no todas las criaturas nacidas de un seno inmortal sobreviven. Muchos fallecen a las pocas horas o a los pocos días. Solo los más fuertes consiguen avanzar en el complicado filo de la vida. También depende gravemente de aquellos que lo han creado.

-Sus padres biológicos.- se dijo a sí misma Georgia.- ¿Qué más inconvenientes ahí, Alexander?

-Si la cría vive lo suficiente, deberá beber inmediatamente algo de sangre. Aquella que le de las fuerzas suficientes para continuar con la infinita lucha contra la muerte que no descansará hasta llevárselo. Vera, señorita, mi hipótesis es esta. Los vampiros no estamos hechos para tener hijos. Somos vampiros, depredadores, robamos las vidas a las personas para continuar con nuestro propio y egoísta empeño en continuar nuestros pasos en este mundo. No somos humanos. No obstante, al igual que existen aquellos que son tan crueles como pensar en humanos como animal de ganado, también ha habido otros que han hecho grandes descubrimientos para la raza humana. Verdaderos expertos e insistentes en continuar con su vida cotidiana sin intervenir dañando la de los seres humanos. Muchos asimilan su especie y aún bebiendo la sangre humana, la respeta por encima de todo e intenta proteger lo máximo a las personas. Otros lo llevan tan lejos como lo hago yo actualmente. Arrepentidos por nuestro renacimiento en una eterna vida inmortal, intentamos crear una ideología en la que somos una especie tan corriente como la del ser humano. Que podemos vivir juntos.

-Me gusta tu forma de ver la vida, Alex.- coincidió la chica que lo escuchaba atentamente.- Pero… al fin y al cabo, las personas también son crueles y asesinos.

-Cierto, pero también los hay buenos y honrados. Igual que nuestra especie, preciosa Georgia, existen depredadores sin escrúpulos.

Georgia lo miró unos instantes intentando encontrar una conclusión evidente.

-¿Qué quería decir el Logan Roverson cuando me indujo que no había forma de dañar al duque?

Alexander no cesaba de mirarla. Era bella y delicada, pero algo le decía que nunca podría ser de su pertenencia. Parecía perdida pero a su vez buscando su vida. La ayudaría en lo que le fuera a mano.

-Nathaniel es un canalla de lo peor respecto a las mujeres. Se divierte y no tiene verguenza en el momento de estar con cualquier señorita. Con todas las consecuencias que conlleva. Según acaba de decir Logan, no ha convertido a ninguna otra a excepción de vos, aunque me resulta díficil de creer, siempre creeré en las palabras de mi viejo amigo Logan. Es su fiel amigo y seguidor, pero no me mentiría.

-¿Tenéis parentesco fraternal, señor Alexander?

-Cuando me convirtieron, mi creador murió a manos de un aquelarre de Irlanda. Logan me encontró y me enseñó mucho de lo que sé ahora. Le debo la vida, puesto que si hubiera andado por el mundo como un salvaje no habría durado mucho a manos de algunes rufiales.

sábado, 17 de abril de 2010

Capítulo XI

Georgia vio a un acechante entre la oscuridad de las sombras. El sobresalto de una frase en su mente la hizo saltar del río y escapar por el otro lado. Mientras corría pensaba en quien podía ser aquel hombre de pelo claro y ojos dorados. “No me temas, no te haré daño” había dicho, ¿pero cómo lo había conseguido? ¿Quién era?

Escuchó el sonido de un gruñido bajo unos matorrales escondidos. Paró su carrera y se quedó inmóvil esperando a la criatura que la observaba. Un lobo, estaba viendo como un lobo gris se acercaba sigilosamente a ella, mostrando todos sus feroces dientes. Sin darse tiempo a pensar, el vil animal acometió contra ella haciéndola caer. Empujaba con su antebrazo el cuello del lobo que ansiaba morderle, pero era demasiado fuerte.

Espera… pensó. Había asesinado un ciervo, y aunque solo era un inofensivo ciervo pero aquello lo había hecho de alguna manera ¿no? Debían volver aquellos instintos casi animales para poder defenderse.

Unos fuertes dolores en las encías de Georgiana le dieron la ferocidad confianza de que nada podría contra ella y comenzó a degustar la posibilidad de desgarrar aquel cuello peludo y sangriento. Empujó al animal con su antebrazo derivándolo contra un árbol y comprendió que apenas había utilizado fuerza bruta. El lobo se incorporó magistralmente y gruñó con malicia. Sus ojos negros se mantenían fijos en los oscuros ojos azulados de Georgia hasta que un brillo especial se crispó en los ojos del lobo. Ella, aún con desconfianza, dio un paso atrás y cogió una postura defensiva a la espera del siguiente ataque. Pero aquel ataque nunca llegó.

Georgiana se quedó atónita cuando vio una extraña mutación del lobo, y cuando hasta hacia un instante había estado vigilando a un feroz lobo - de pelaje gris y ojos negros y amenazadores que le estremecía con su gruñido desgarrador- ahora observaba un apuesto muchachote de pelo oscuro y corto. Su piel era pálida y firme y mantenía una postura despreocupada y cómoda. Lucía una tentadora sonrisa torcida mientras observaba a su vez a la preciosa joven que estaba paralizada ante tal descubrimiento.

Se quedaron varios minutos observándose sin decir palabra, ¿qué podían decir? Ella estaba tan sorprendida como felizmente hechizado él por la belleza de Georgiana. Finalmente, el joven apuesto dio un paso adelante sin dejar de sonreír y con ese brillo perverso en los oscuros ojos. Georgiana captó el peligro y adoptó de nuevo la antigua postura defensiva. Aún con los colmillos afilados y acechantes, comenzó a gruñir al hombre que se detuvo ante tal acción inapropiada. Georgiana se alegró de saber gruñir de esa manera y estaba orgullosa de la postura en la que se mantenía, dispuesta a atacar en cualquier momento.


-Bellísima como la noche.- musitó el hombre.- Pero salvaje. Eres nueva.

No era una pregunta, si no una afirmación. Georgia pareció relajarse un poco por la voz tranquilizadora del apuesto hombre, pero aún continuaba a la defensiva. Esperando.

-Oh, vamos. No eres un animal, señorita. Incorpórate y si quieres atacar, hazlo, pero como una vampira no como un tigre.

Aquello le sorprendió. ¿Quién era aquel loco? El chico rió cuando ella se puso más rígida y observaba con una mirada radiante de deseo la vestimenta de la joven. Georgiana se miró a sí misma y se avergonzó al momento. Estaba en ropa interior, ¿cómo había salido de aquella manera tan desgarbada?

El hombre rió aún más cuando comprendió la expresión de la joven que se tapaba con los brazos la zona del abdomen y el pecho.

-Mi nombre es Alexander.- se presentó el joven de pelo oscuro mientras daba un cauteloso paso al frente.- No tema señorita. No pensaba hacerle daño, solo estaba cazando y no me fije lo suficiente para darme cuenta de que era una hermana más. Me dejé llevar por completo por mis instintos. Ruego me disculpe.

Georgiana escuchó con atención las palabras del caballero, pero no podía decir palabra. Aún paralizada se relajó por completo. Algo le decía que él decía la verdad.

Alexander se acercó aún más hasta llegar a apenas dos metros ante Georgiana. Alzó una mano como ofrecimiento y ella, tras desconfiar unos segundos, finalmente tendió su mano y observó como Alexander se la besaba con ternura.

-No había visto una belleza igual. ¿Cómo se llama milady?

-Georgia…- respondió confundida. Su nombre realmente era Georgiana y así había intentado decirlo, pero su continua confusión la hizo trabarse con las palabras.

-Encantado Georgia. ¿Se encuentra usted bien?

Georgia siguió sin responder y le miraba fijamente hipnotizada por los preciosos ojos negros de Alexander. Pese a tener ahora una capacidad cerebral más provechosa, Georgia no podía hacer uso de ella. Se mantenía en blanco.

-Veras, Georgia. Tengo una pequeña cabaña más allá. No soy de aquí, ¿sabes? Sólo venía para cazar y ver un poco de naturaleza.- explicó Alexander pacientemente. Georgia le escuchó y se reprochó el no haberse dado cuenta del acento finlandés del apuesto hombre que aún no soltaba su mano.- Me doy cuenta que no se encuentra en sus cabales, no se ofenda, no pretendo ofenderla. Pero quizás tras un buen fuego y algo de alimento se recupere.

Georgia atendió y comprendió la ayuda que le ofrecía. Asintió débilmente y se dejó guiar por Alexander sin soltarse.



Nate había vuelto a su casa enfurruñado por haber perdido a su discípula. Era un vampiro muy fuerte y respetado, ¿cómo no iba a poder cruzar un simple y calmado río? Era reprochable. Pero no podía. No era ningún secreto que cuanto más fuerte sea el vampiro, más dificultad tendrá para con las corrientes de agua, pero también era consciente que muchos con más fuerza de voluntad lo habían conseguido e incluso les había gustado hacerlo. El nuevo reto de los vampiros. Pocos se lo proponían y aún menos lo conseguían.

Como castigo propio, Nathaniel mandó a los criados limpiar y ordenar las dos habitaciones mientras él se daba un buen baño de agua caliente con sales especiales. Aroma a sándalo.


Mientras la cálida agua recorría cada centímetro del cuerpo de Nate, éste pensaba en alguna forma de encontrar a Georgiana. Quizás él no podría, pero siempre podía mandar a algunos de sus estúpidos criados humanos para que cruzara el río.



Georgia ahora se encontraba sentada frente un cálido fuego que la embargaba en un ensueño lejano. Escuchó varias ramas romperse y se giró tranquilamente para observar al vampiro Alexander con grandes ramas en brazos.

-¿Ya se encuentra mejor milady?

-Sí. Debo daros las gracias, Alexander. Se ha comportado como un respetable caballero.

-Me alegro.- respondió él sonriente. Dejó caer toda la madera a un rincón y recogió unos pocos para echarlos al fuego. Luego volvió a mirarla.- ¿Tendré el honor de saber algo sobre la historia de la flamante Georgia?

-Sinceramente, desconozco la mayor parte de la historia.

-¿No recuerdas?

Georgiana negó con la cabeza. Le miró con los ojos entrecerrados y se sobresaltó al escuchar un fuerte aleteo sobre sus cabezas.

-No se preocupes, milady. Es solo un amigo.

-¿Cómo hacéis eso de transformaros en animal?- preguntó ella recibiendo un vaso de barro que le ofrecía Alexander mientras éste se sentaba a su lado.

-Tú también puedes preciosa.

-¿Cómo?- inquirió dudosa.

-No sé, es parte de nuestra forma de ser.

-Ni siquiera sé cómo es “nuestra forma de ser”- recalcó Georgia enfurruñada consigo misma por saber tan poco de ella.

-¿Cuánto tiempo llevas...?

-No lo sé.- respondió irritada. Alexander la miró sorprendido y algo en el rostro de la joven lo conmovió. Lentamente le pasó los brazos por los hombros en un intento de dar ánimos.

-De acuerdo, somos amigos, ¿vale? No pienso hacerte daño. Hay confianza.- dijo intentado excusarse por las caricias.- Veras, nosotros somos criaturas nocturnas sobretodo. Normalmente estamos más cómodos de noche y somos capaces de transformarnos en algún animal como una especie de camuflaje contra los humanos.

Georgia escuchó atentamente e intentando asimilar en lo que se había convertido mientras el joven apuesto le explicaba más cosas sobre la especie. Muchos renegaban de beber sangre humana y se saciaban con la de animal – tal y como había hecho ella con el ciervo. – pero que aquello solo le daba la fuerza suficiente para sobrevivir. Aquellos que se alimentaban de la sangre de las personas eran más fuertes y superiores, capaces de hacer cosas inhumanas, obviamente. Alexander, especialmente, vivía de los animales, pero si era necesario o estaba más débil de lo normal, daba caza a cualquier mendigo, o de alguna bonita muchacha pero sin matarla. Según decía no era necesario llegar a matar a la presa si se tiene suficiente autocontrol de dejarlos antes de escuchar los débiles latidos. También indicó que siempre se podía salir a la luz del día si se estaba bien alimentado, aunque le afectaría más que a cualquier otro humano normal.

-Oye Alex, deberíamos hacer una visita a…

-Hola Logan. Tenemos visita.- indicó el joven señalando a Georgia. El hombre llamado Logan la miró y le dedicó una amable sonrisa mientras se acercaba a ella con ademan de presentarse.

-Milady, él es Logan Roverson. Un viejo amigo.- presentó Alexander extendiendo la mano de la muchacha al joven de pelo moreno y ojos marrones. Pese a tener unos típicos rasgos, algo de aquel hombre hacía que no fueran nada “típicos”. Al decir verdad, era muy guapo.

-Encantada señor Roverson. Mi nombre es Georgia.- musité acercándome más y tomando su mano que besó sin divagación. Entonces su cuerpo se tensó y la agarró aún más fuerte. Georgia intentó zafarse de su agarre pero el hombre era musculoso y se dejaba entrever que no solo era su apariencia.

-Logan, no seas canalla. Suelta a la muchacha. Es indefensa, apenas recuerda nada y está en desventaja.- se quejó Alexander soltando a la fuerte mano de su amigo de la de Georgia.

-Tú eres…- el hombre llamado Logan pareció quedarse sin voz mientras escrutaba sin cesar la cara de la muchacha, cada vez más cohibida por la situación en la que la mantenían.

Tras unos instantes pareció despertar. Alexander y Georgia lo escucharon con atención exagerada.

-Alexander, debemos llevarla ante Nate.-concluyó con voz tajante, y se inclinó para tomar el vaso que sostenía Georgia y bebió de un trago.

-¿Nate Meryton? Ni hablar. Ese golfo no tocara a esta preciosidad.

-Me temo, mi viejo amigo, que ya la ha tocado.- replicó el amigo con un tono de humor en la voz.- Y profundamente al parecer.

Georgia lo miró atónito, analizando cada detalle, gesto y palabra que articulaba. Ciertamente era que no recordaba nada pero su virtud…

-Estoy intacta caballero. Si eso es lo que piensa.

-Vaya. Mente ágil. Me alegro. ¿Entonces no recuerdas nada?

-Espera un momento Logan. ¿Cómo que Nathaniel Louis ya la ha tocado? Ese canalla se ha atrevido…- gruñó Alexander con ademan protector.

-No sé que habrá hecho.- le interrumpió su amigo con tono amenazador.- Pero no es asunto tuyo, ni tampoco el mío. No olvides que es el duque de Deackerci.

-Eso no le da derecho a tomar todo lo que le venga en gana, Logan.

-Lo cierto es que sí.- Logan parecía enfadarse cada vez más con Alexander. Georgia dio un paso atrás asustada.- Todos nosotros tomamos lo que nos apetece y en el momento que nos apetezca. ¿Por qué él no? Aún más siendo duque, siempre será superior a mucho de nosotros. Es fuerte, Alex.

-¿A cuántas muchachitas les ha hecho esto?

-A ninguna.

-No te creo, tiene fama de crear a casi todas las preciosas inmortales que vemos cada día.

-Chismorreos estúpidos, Alex. Me resulta increíble que justamente seas tú quien creas las patrañas que sueltan la gente. – dijo Logan.- Ahora, es necesario que la devolvamos a su creador. Probablemente la esté buscando. ¿Cómo has llegado hasta aquí ricura?

Georgia se sobresaltó cuando el recién llegado llamó su atención. Nathaniel Louis. Duque de Deackerci. ¡Claro! El apuesto duque de Deackerci, Nathaniel. Él la había salvado, o eso creía él, de los brazos de Lord Edgar. Todo un cielo. Pero no obstantes los días que continuaron se comportó muy groseramente.

-Recuerdo al duque. Yací en su alcoba hará unos días. Me trataba bien hasta que un día…- Georgia se quedó meditativa unos minutos más.- ¡Santo cielo! ¡Él me hizo esto!

Alexander la observó con curiosidad mientras la joven comenzaba a emanar en sus recuerdos. Logan simplemente reía ante la situación.

-Sí querida, y probablemente tras hacerte suya.- exclamó el joven abriendo exageradamente los ojos chocolate.

-Usted era… aquel jinete que lo siguió el primer día, ¿no es cierto? El torpe que declaró el propio nombre del duque.

-No obstante, él mismo te lo declaró más tarde.

-Sigue siendo una gran torpeza por su parte, señor Roverson.

Logan rió alegremente y pronto Georgia le imitó. “Vaya, tiene carácter” carcajeaba el hombre mientras se acercaba más a ella. Alexander aún los miraba con recelo.

-No obstante.- comenzó Logan.- Lo dejaremos para mañana. Será divertido ver la cara de Nate esta noche. ¿Podrás permanecer en presencia de tal belleza sin tocarla, Alex?

El joven comenzó a replicar pero ella le interrumpió.
-No entiendo por qué, pero confío en él. No pasara nada. Márchate, logan, y cuéntame las nuevas sobre el descarado Nathaniel Meryton. Mañana mismo tomaré mi venganza. – dijo Georgia con un brillo picarón en sus ojos.

-Me marcho, pero le dejaré algo claro, Lady Georgiana. No crea que es fácil hacer daño al mujeriego de Nate. Y mucho menos físicamente.- le explicó sonriendo. Georgia se quedó helada pero no permitió que aquello le afectara. Devolviéndole una sonrisa radiante, vio como desaparecía Logan, dejando paso a un gran halcón gris.

jueves, 15 de abril de 2010

Capítulo X

Buscaba algo con lo que entretenerse. Los últimos tres días habían sido especialmente aburridos y Logan ni siquiera se había acercado a saludar. Extraño, teniendo en cuenta que había una joven doncella en su alcoba, esperando ser rescatada. Aunque obviamente lo que él no sabía era que ya no era una simple jóven doncella, y que ya no necesitaría nunca que la rescatara nadie. De hecho, se preguntaba que demonios esperaba para marcharse y dejar libre su dormitorio.

Varias veces hizo ademán de entrar para enfrentarla y pedirle sin educación ninguna que se marchara inmediatamente. Pero, al fin y al cabo, había nacido como un duque y así lo habían educado, sus principios le obligaban a no ser desconsiderado con una dama. Y mucho menos con semejante dama.

Le había puesto de los nervios, y otras de las razones por las que no la había visitado en días había sido su espectacular belleza, que apenas le dejaba pensar con objetividad. Ella se había olvidado de todo tras su transformación, pero era sumamente curiosa y no había dejado que tomara posesión de su cuerpo. Eso le había transtornado tanto que no le dejó más remedio que marchar sin mirar atrás. ¿Qué demonios se creía aquella muchacha engreída y consentida? Rechazándolo a él. El duque de Deackerci. Cuando todas las mujeres se habían arrastrado a sus pies y aún más cuando la descomunal belleza sobrehumana de los inmortales le había envuelto en su nueva vida eterna. Era una ignorante niña mimada. Deseaba que se fugara de una vez. Se había percatado de que la misma había abierto la ventana y le surgieron nuevas esperanzas de una marcha inmediata. Pero no fue así. La había estado observando, desde las afueras del jardín, y había visto su aspecto demacrado y sediento, debido a la falta de alimento, tanto humano como vampírico.

Era absurda. Aún debía quedar mucha humanidad en sus extremidades, pero aún así necesitaba sangre para seguir adelante. Además de alimentos nutricionales. Moriría si no lo hacía pronto, y a no ser, que la misma señoritona se decidiera a abrir esa simple puerta, esconder su orgullo y vanidad, y enfrentarse cara a cara para pedirle comida, él solo y por propia voluntad no se humillaría ante ella.

¡Cuidado con la respetable dama!


Volvió a la habitación donde la había refugiado el primer día, y que desde que la transformó, se había vuelto el suyo propio. Pensando en que podría hacer y como deshacerse de aquel peso, oyó el aleteo de un pájaro en la habitación donde se alojaba Georgiana. Comprobó por el peso que hacía en el umbral de la ventana, la forma del movimiento de las alas al posarse y el terrible olor a mofeta quemada que desprendía, que tenía que tratarse de un cuervo. Pobre animal, pensó, va a ser engullido por una vampira sin inexperiencia, hambrienta y sedienta y ni siquiera sabe lo que es.
Pusó más atención en los acontecimientos que ocurrían tras la pared. Se sentó en la cama y justo escuchó como la misma Georgia se incorporaba de su flamante cama de colchas roja como la sabrosa sangre de una jovencita virgén.

Tardó unos instantes y de repente se vio sobresaltado al escuchar un fuerte ruido en la ventana y un ajetreado aleteo del cuervo al escaparse. Se echó a reír de lo torpemente inocente que era aquella muchachita. Soltó una carcajada alegre al oír como gruñía. La parte vampira se apoderaba de ella.

Luego, en unos segundos, apenas escuchaba nada. Se incorporó salvajemente adentrándose fugaz en su antigua habitación, y vio su vestido. El vestido que el había comprado en un día soleado, hacia tan poco, y que, simplemente, había pensado en ella cuando lo vio en la tienda de Sophie SanMarc. Sintió un dolor punzante en el pecho cuando comprendió que ella se había desecho del vestido al marcharse, probablemente porque no deseaba recordar nada de su estancia con el duque de Deackerci. Quizás había llegado demasiado lejos con aquello de la indiferencia. Había creado un animal salvaje, sediento, sin recuerdos ni aptitudes. Sin moral. Debía encontrarla para enseñarle lo más básico y que no creara estropicios allí por donde pasara. Podía delatar a la especie y entonces su adorable creación quedaría aniquilada.

Sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre la misma ventana que hacia poco había cruzado ella. Aterrizó, delicadamente, en la mullida tierra recubierta por verde hierba. Se mantuvo inmóvil durante unos segundos para olisquear su aroma, y escrutar sus pisadas. No debía ser muy díficil, era nueva, no sabía como debía hacer las cosas.
Oyó durante una milésima de segundo, el leve sonido de una nariz olisqueando, y más allá un animal, un zorro probablemente, haciendo sus necesidad más íntimas. Y no pensaba en el sexo animal. Se acercó más a su posición pero no vio nada cerca. ¿Dónde estaría? Escuchó el sonido suave y delicado de una voz cantando. No, hablando a algo. Hablando sin nadie que le escuchara, porque no hablaba en voz alta. Se percató que eran los pensamientos de la chica llamada Georgia. Había escuchado de terceras manos, que el creador y su creación tenían telepatía entre ellos, pero nunca lo había experimentado. Georgia era su primera hija y comprendió que eso los uniría siempre. Para toda la eternidad. Sonrío con los labios sin darse cuenta de su júbilo.
Dio un paso en su dirección y al estar tontamente hipnotizado por la imagen de la bella Georgia y con su voz tintineante en su cabeza, no se había percatado de haber pisado una rama que llamó la atención del fino oído de la futura vampira. Retrocedió otro dos pasos y se topó con el enorme árbol que había sido el encargado de que hubiera una delgada rama en su camino. Deseó derribarlo, pero ¿por qué llamar más la atención?

Tornó sobre el roble, dejándolo entre medio de él y la chica. Escuchó como unos pasos sigilosos se acercaban más. El olor de la sangre dulce que recorría por la jóven le volvía loco. Saltaba la vista que la sangre del animal la había hecho mejorar indudablemente y ahora estaría hecha una diosa. Olió el aroma femenino de la jóven más cerca y su corazón delicado resonando agitadamente en su cuerpo de mujer sexy e irresistible. Se le hacía la boca agua. Y eso era solo su imaginación, ¿qué pasaría cuando la tuviera enfrente? Escuchó como su propio corazón bombeaba bruscamente sobre su cuerpo inerte. Increíble. Los corazones de los vampiros apenas se movían, y ahora el suyo propio estaba imparable por una mujer. Inexplicable. Tendría que mantener una seria conversación con el Conde Lugossi pronto.

Se regañó por aquella estúpida distracción y se obligó a poner atención a la pequeña fiera que le buscaba. Oyó una voz que se le antojó a gloria.

-No te escondas, cobarde.- le estaba diciendo. ¡Vaya! Tenía la voz más bonita que había escuchado jamás en sus largos años de existencia.- No hay mejor muerte que aquella en la que disfrutarás en los brazos de una dama. Aunque en estos momentos soy consciente de que no te podré parecer hermosa, - ¿qué no? Prueba a ver, damisela, pensó.- puesto que mi estado es pésimo...- Georgia tenía razón al decir que no había mejor muerte que aquella en la que morir en sus brazos, Nate no encontró una muerte aún mejor. Pensó que llegaría el final de su discurso y vio a un bonito ciervo blanco que se escapaba por su frente al ver la escena peligrosa que protagonizaba él mismo. Adivinando que el discurso con la voz de una diosa griega, saliendo directamente de aquellos dulces labios, iba a finalizar; decidiendo, así, atrapar al animal antes de que ella le divisara y dejarlo como cebo. En un segundo había agarrado al animal y escuchaba la voz de campanillas proseguir con el monólogo.- Pero será lo que obtendrás.
Al instante, Nathaniel había dejado al animal en su antigua posición, tras el árbol y subió a una fuerte rama del roble. Dejándola a muchos metros bajo de él.

Rió de la cara de estupefacción de la mujer al encontrarse con un simple ciervo. Pero enseguida comprendió que la necesidad era más fuerte que cualquier otra cosa y se abalanzó sobre el indefenso animal. Le sorprendió el salto felino de la jóven y se la imaginó en la cama. Sería increíble encima mía, pensó. Escrutó las fuertes uñas clavándose en la fina piel del ciervo y se le hizo la boca agua cuando vio brotar toda aquella sangre. Dios, como deseaba compartirlo con ella. Compartir presas y cazar juntos. Pero no, eso no era para él. Era Nathaniel Meryton, duque de Deackerci. Todas las mujeres le anhelaban y no necesitaba más que la sangre que les proporcionaría y el sexo fácil que le ofrecían sin pudor. ¿Qué más podía desear?

Algo en su interior le contradecía y le señalaba a la menuda mujer, ahora en el suelo, terminando de alimentarse de la criatura muerta. Se había dado cuenta de que no era el único que la vigilaba, acechante, pero tampoco se había molestado en averiguar quien podría ser. En ese momento sintió deseos de saberlo cuando la escuchó decir:

-Perdóneme, cherie, le dejé sin sabor.

Observó como la mujer hacía una salida teatral y oyó al puma negro que descansaba en el mismo árbol pero en una rama inferior, ronronear tras vigilar la cacería de la preciosa vampira. Por un momento se quedó fijo, observando como el puma bajaba por aquel árbol con sensuales movimientos felinos y se abalanzaba sobre el cuerpo muerto del ciervo blanco, y lo comenzaba a despedazar para cenar.

Buscó con la vista a la jóven que había desaparecido. Bajó del árbol sin hacer ruido y sin llamar la atención del puma con el fin de no molestarlo de su bufet. Andó pocos pasos hasta que se acordó de su "habilidad". Se mantuvo inmóvil y cerró los ojos. Buscó en su mente a una preciosa chica y escuchó sus pensamientos, vió lo que ella veía. Un río.

Casi voló hasta donde estaba ella. La encontró justo en el momento en el caía un fino traje como vestimenta íntima, al suelo. Dejándola tal y como vino al mundo como mortal. Su delicado cuerpo se había transformado. Unas preciosas curvas la rodeaban y Nate no pudo soportar el dolor de aquel miembro atrapado por un pantalón incómodo. Analizó cada centímetro del cuerpo de Georgiana, provocándole sádicos dolores en la entrepierna. Sus finos pies pequeños revolotearon al primer contacto con el agua del río. Sonrió de la situación de inocencia de la chica y de cuán diferente era en comparación con la escena que acababa de atisbar, alimentándose y matándo bruscamente a un animal. Las delicadas piernas suaves y largas asumían un poder al que él quería llegar...

Las caderas eran otro mundo. Le envolvía en una embriagadora sensación de pasión y lujuria. Esas nalgas suaves como el terciopelo, a simple vista, eran las más perfectas que había visto jamás. ¡Y había visto muchas! Estaba deseoso de comprobar con sus propias manos de cuán suaves eran...

La espalda era estrecha y femenina. Tapada ligeramente por una manta de pelo oscuro y liso. Eso provocaba una escena tan erótica que apenas acabara con su lujurioso deseo sexual al verla bañarse en ese río, iría a despojarse con la alocada de Monnet Robins. La efusiva vampira que siempre mantenía los brazos, y las piernas, abiertas para él. O quizás debería ir a buscar a Lady Rebecca McDonniel, una humana con una sangre tan deliciosa como su aspecto. Y también sabía satisfacerlo sexualmente como nadie.

Pero aquellas mujeres, y todas las demás en las que podría pensar, se quedaban en "nada" comparados con aquella señorita, que estaba tan seguro que sabría satisfacerlo tanto carnalmente, como intercambiando la sangre inmortal entre ellos. Eso deseaba justamente. Poder tomar su sangre dulce como ninguna. ¡Dios como le enloquecía aquella insignificante chiquilla! Pero tan... tan...

Suspiró profundamente sin abstenerse, y sin ni siquiera percatarse de lo que sucedía a su alrededor. Cientos de animales se había arremonilado entorno a ellos. Observando a la tierna mujer que se bañaba con el agua pura del río dulce. También se dio cuenta al instante, de que aquel suspiro infortuito había llamado la atención de algunos de los animales, pero sobretodo de la propia Georgia. Que ahora lo miraba con atención desde la cuna del río. Se preocupó de la acción que realizaría la chica apartir de ahora. ¿Le reconocería?

Miró a todos lados en un intento de ocultarse, pero era demasiado tarde, aquella mujer ya había salido del agua y comenzaba a agacharse para palpar el vestido que descansaba en el suelo. Se volvió a incorporar, lentamente, en un intento de no provocar ningún desaliento en aquel desconocido que la podría dañar de alguna manera. Estaba segura. Olía el poder que lo rodeaba.

Nate reconoció aquella cara de terror, la había presenciado apenas unos días antes cuando había despertado en su cama. A sabiendas de que no había forma de rectificar y que ella siguiera tan soñolienta en el río, dio un paso más, sigiloso y con cautela. Le mandó un único mensaje a su mente: No me temas, no te haré daño.

Pero esto pareció hacer el efecto contrario, y Georgia, sobresaltada y temerosa por la voz que había aparecido en su cabeza, corrió a ocultarse tras el río.

Agua. Humm... No muy buena idea. La corriente no era muy fuerte pero...

Georgiana desapareció en el otro lado.

miércoles, 14 de abril de 2010

Capítulo IX

Pasaron tres días y Nathaniel aún no había vuelto, al menos no a esa habitación. Georgia se sentía débil y triste.
Se incorporó para observarse en el espejo. Vio a una mendiga pobre, vieja y arrugada. La piel se había palidecido hasta acojer un tono verdoso, y la tenía sumamente agrietada. Los pelos tenían la apariencia de paja desordenada y enredada. Las enormes ojeras, cada vez más oscuras, rodeaban unos grandes ojos ensangrentados y el color azulado de las pupilas se habían vuelto excesivamente claros, casi parecer blanco. Eso le asustaba. Daba una apariencia terrorífica y penosa a la vez.

En aquellos tres días no había comido ni bebido nada. Se había pasado la mayor parte del tiempo acostada, intentando dormir. Y cuando no lo conseguía se mantenía entretenida escuchando atentamente desde los tenues sonidos de las ratas deambular a cincuenta metros a la redonda, hasta escuchar a la ruidosa señora Somple cocinando desordenadamente con los cacharros de metal.

Había escuchado los pasos de Nathaniel un par de veces en frente de su habitación, pero nunca se había atrevido a entrar. Ella desistió de volver a verlo. Probablemente moriría en cuestión de horas y todo su calvario habría acabado.

En ocasiones, también se entretenía intentando recordar cosas de su pasado, para su júbilo lo estaba consiguiendo, pero cada minuto que pasaba, la debilitaba más y la hacía olvidar incluso cualquier acción que acabara de acometer.

Había dejado la ventana abierta la madrugada anterior. Necesitaba bocanadas de aire puro, puesto que su cuerpo había comenzado a descomponerse. Se volvió a la cama arrastrando los pies.
Escuchó el aleteo de un cuervo apoyándose en el umbral de la ventana. Su débiles muscúlosos se contrayeron tensos, la mente se despejó dejándola totalmente en blanco, los instintos se afinaron de tal forma que era capaz de saber que aquel pájaro acababa de traspasar un río de agua dulce y que acababa de cenar un diminuto ratón muerto hacía más de doce horas. Su cuerpo se tensaba más y más y cesó de ver otra cosa que no fuese el plumaje negro y brillante del animal. Tan atractivo. Escuchaba el retumbar del pequeño corazón en el pequeño cuerpecito tan frágil e indefenso, y olía la deliciosa esencia que lo mantenía con vida. Las encías comenzaron a abrirse, dejando hueco a unos enormes incivisivos. Le dolía excesivamente tanto la mandíbula inferior como la superior. En pocos segundos, pudo palpar con la lengua unos afilados colmillos en su mandíbula. Pasó la lengua por la zona inferior y comprobó que también había crecido unos discretos incisivos poco más atrás, haciendo encajar perfectamente los dientes. Sin poder evitarlo, abrió la boca mostrando los terribles colmillos blancos y brillantes, y volvió a cerrarla castañeando unos dientes con otros. Se sentía poderosa con ese arma. Peligrosa y malvadamente atractiva. Su cuerpo se abalanzó sobre la ventana, intentando atrapar el enorme pájaro, pero su debilidad era demasiada y sus músculos torpes. Apenas hubo saltado, el cuervo negro escapó de sus garras y partió volando por el estrellado cielo oscuro como boca de lobo. Georgia escuchó un desgarrador gruñido procedente de su propia garganta, y dejándose llevar por los intintos, se dio la vuelta, se arrancó el precioso vestido del color de la espinela, dejándose con el traje blanco de ropa interior y deshaciéndose de los zapatos, volvió a abalanzarse sobre la ventana desapareciendo entre las sombras.


Estaba muy oscuro, pero podía ver algo. El cuerpo seguía en tensión como cuando el león acecha a la cebra. Olisqueó para encontrar un aroma apetecible. Caminó lentamente muy cerca del suelo, sentía la creciente húmedad del ambiente en su delicada nariz, obligándola a respirar con dificultad. El rocío de la hierba en el jardín le mojaban los pies menudos y endebles. El olor a sándalo, hierba, árbol, naturaleza. Captó el olor de un zorro defecando no muy lejos. Arrugó la nariz como respuesta al asqueroso olor procedente de tan minúsculo animal, y se desviaron las intenciones de atacarlo, hasta otra criatura de la naturaleza. Un pequeño gato pardo que dormía bajo un árbol. Con apariencia de un tigrecito en miniatura, mantenía una respiración acompasada. No estaba muy lejos de donde se situaba Georgiana y podía oír, además de oler, su pequeño corazoncito descansando tranquilamente en un apacible sueño. Dormirás mejor después de pasar por mis colmillos, pequeñín. pensó la hambriente vampira que apenas recordaba su nombre. Se movió sigilosamente por el campo, poniendo cuidado en cada cosa que pisaba para no llamar la atención de cualquier ser vivo. Pero algo o alguien, menos cuidadoso, sí había pisado una pequeña rama, haciéndola crujir, de un roble viejo que la acechaba desde unos diez metros... Automáticamente se giró sobre sus pies con una postura amenazadora. Tenía los instintos de un puma buscando el alimento de sus crías, la posición se asemajaba mucho a la del puma y el aspecto no se diferenciaba demasiado. La antigua Lady Georgiana Da Coppi se habría escandalizado con semejante fachada, pero la vampira Georgia solo podía sentir el olor a sándalo, oír unos fuertes latidos que la llamaban, y su alborotado pelo no hacía más que molestar a sus afligidos ojos para poder encontrar aquel que, por un simple y pequeño error, había sido el objetivo de su sed. Sería su nueva presa.

Corrió a dónde olfateaba el fuerte olor. Vió un gran roble viejo, y bajo este, la rama rota que la había reclamado. Respiración agitada. Volvió la cabeza bruscamente, tras el gran árbol que la custodiaba.
-No te escondas, cobarde. No hay mejor muerte que aquella en la que disfrutarás en los brazos de una dama. Aunque en estos momentos soy consciente de que no te podré parecer hermosa, puesto que mi estado es pésimo...- comenzó la jóven a charlar con el fin de distraer a su presa.- Pero será lo que obtendrás.

Y saltó al otro lado del árbol descubriendo un fuerte ciervo blanco mirándola con el terror de la muerte en los ojos oscuros. Se quedó estupefacta ante tal descubrimiento.
-Vaya, esperaba algo más grande.- No obstante, tras asumir la incredúlidad, los instintos se volvieron a afinar y las piernas se tensaron aún más disponiendo un gran salto hacia el animal.

En un instante tenía al gran ciervo bajo su cuerpo, contrariado, intentando alejarla y desprendersela de su lomo. Pero era demasiado tarde. Georgia se aferró más al cuerpo del animal con las uñas, clavandóselas y provocando unos grifos de sangre hayá donde se clavaban las largas uñas de la dama. El olor la embriagaba y excitada hasta el límite. Su mente volvió a quedarse en blanco y alzó la cabeza al cielo abriendo la boca como un fiero puma, mostrando unos afilados colmillos que no paraban de crecer. Con un brusco movimiento los clavó en el enorme cuello de la criatura que no cesaba de brincar hasta que la debilidad del cuerpo, al salir la sangre, succionada, al escapar el alma..., Georgiana se encontró en el suelo con una estrepitosa y violenta caída que la hizo desconcentrarse de su tarea durante un segundo. Luego volvió a clavar los radiantes colmillos tintados de rojo en otra arteria y terminó de succionar el poca alma que quedaba de aquel animal. Más tarde, lo dejaría abandonado en el suelo, esperando a que el famoso puma que observaba desde dos árboles más allá, se decidiera a alimentarse de la carne seca.

-Perdóneme, cherie, le dejé sin sabor.- diciendo esto al puma, se recogió la falda con una mano y volvió a la fachada donde aún permanecía la ventana de la habitación abierta.

Observó la ventana abierta y alta en el segundo piso de la vivienda. Podría llegar allí de un salto sin pensarlo, pero ¿por qué tomarse las molestias cuando había una bonita puerta de caoba esperando a ser llamada?
Giró su cuerpo en la dirección donde se encontraba la puerta principal. Se encontraba sucia y el olor que desprendía no era el que más le gustaba. Un buen baño, pensaba. Observó su alrededor con interés. Un sonido de murmullos tras ella le llamó la atención. Al instante se percató que solo era el murmullo del agua al correr por un río de agua dulce. El mismo que había olido por la ventana. ¿Un baño en un río de agua dulce, bajo la luz de la luna, después de un festín de ciervo blanco y aseándose con agua pura y fresca?
Nada más pensarlo se encontró corriendo con la suave brisa elevando sus enredados cabellos oscuros como la noche. Tan sólo veía el camino iluminado por la blanquecina luna que imitaba el color de su piel.
Alzó las manos para desabrocharse poco a poco los dos pequeños botones del cuello que sujetaban la ropa. Se dió cuenta de que era mucho más ágil que antes y se contentó con ello. Cuando el último botón salió, agarró el vestido por los hombros laterales y lo dejó caer, deslizándose por su menudo cuerpo. La luz de la luna le hacía tener un color muy blanco y enfermizo. Decidió no mirarse más y sin pensar en el frío se introdujo paso a paso en el arruyante río, mojándose así cada parte que quedaba en contacto con el agua cristalina. Los dedos de los pies se estremecieron al contacto de una agua tan pura, no sintió ningún escalofrío cuando el agua comenzó a inundar sus piernas por completo hasta llegar a la cintura. Le parecía una vista hermosa. La corriente estaba calmada y no era fuerte, el agua era tan transparente que podía divisar las suaves y onduladas piedras del fondo, mezclándose con arena y algas. Se preguntaba de dónde saldría ese río tan curioso. Olía la sangre de aquel desafortunado ciervo secándose al alrededor de su cara. Elevó la mano derecha para tocarse y sintió repugnancia al palparla. De inmediato, dobló las rodillas dejándose adentrar en la tranquilidad del agua cristalina, que se tragaba todas las impurezas de su cuerpo. Haciéndola sentir, libre, feliz, limpia de todo error.


Bajo el agua, elevó el rostro para ascender, y se frotó la cara con las manos según iba desapareciendo el agua de cada centímetro de su tez. Ahora la tenía lisa y suave como nunca. Se acarició el cabello echándoselo hacía atrás con un movimiento despacio y leve. Aún no se había atrevido a abrir los ojos. Disfrutaba de su propia oscuridad, del agua acariciando su cuerpo, de las suaves piedras masajeándole las plantas de los pies, del agua, de nuevo, escabulléndose de las manos y volviendo al punto de origen.

Sin querer abrir los ojos aún se centró en escuchar cada sonido inocente del bosque espeso. Escuchaba el aleteo de unos búhos asentandose en un alto árbol para escrutarla desde su posición. Un zorro y un conejo, detenían su "corre y atrapa" al verla bañarse; Georgia escuchaba como cesaban de corretear sin motivo alguno. El aire, aunque no había nada de viento, acariciaban sus cabellos y sus peludas colas. Y al pasar, Georgia sintió el mismo viento y el olor a conejo y zorro con su olfato. Todos los animales pasaban y se detenían al verla ahí quieta. Abrió los ojos para saber el motivo de sus desconciertos. ¿Tan extraño parecía que alguien se bañara en un río, que hasta los descerebrados animales se detenían a observar?

Pero todo seguía igual, en tranquilidad, unos pocos la observaban desde la lejanía y tán sólo el zorro y el conejo, negro y manchado de blanco, permanecían más cerca. Miró al zorro, rojizo, grande para su especie, y peludo. Se maravillaba con la gran cola inmóvil en el aire. Desvió la mirada para observar al pequeño conejo negro y blanco. La miraba inquieto, pero sin moverse. Parecían paralizados. Entonces se percató de que así de malo era la cadena alimenticia. El más fuerte se come al más débil. Hacía tan sólo, tan poco tiempo que ella había desangrado a ese pobre animal, que simplemente había estado en el lugar menos adecuado, en el momento menos favorable. Y sobretodo cuando había cometido el grave error de ser tan indiscreto, con aquella rama, en el fatídico momento en el que un vampiro estaba en cacería.
Y ahora observaba a un zorro tras un conejo. Le entró nostalgia por todo el cuerpo. Se fijó directamente en los ojos negros como escarpías del conejo. Y así se mantuvo hasta que comprendió que el conejo también la observaba con el mismo miramiento y le guiñó un ojo. Éste pareció despertar de un profundo sueño, se giró y observó a su alrededor. Reparó en el zorro que aún permanecía detrás de él, muy cerca. Georgiana vió como se le crispó la cara y salió corriendo y saltando con una rápidez asombrosa. Desconocía que los conejos fueran tan veloces. Un sonido a su espalda la distrajo de su ensueño con los animales salvajes. Antes de girarse, percibió de reojo como al mismo tiempo que ella se había desconcentrado, el zorro despertó a su vez e igual de desorientado que el conejo en un principo, corrió tras el olor del pequeño y peludo animal saltarín.

Un terrible escalofrío le cubrío por todo el cuerpo al atisbar la silueta de un hombre en las sombras.

martes, 13 de abril de 2010

Capítulo VIII

Lo siento, chicas, este capítulo será excesivamente corto porque no me da tiempo de escribir más en estos momentos. Prometo que pronto actualizaré. Destaco mis disculpas y gracias a todas por leer Reflejo de un vampiro.

J.






Georgia escuchó con atención todo lo relato por Nathaniel: cómo la había encontrado, a dónde se dirigía aunque desconocía el motivo; cómo se llamaba y quién era él; le contó lo que él era y como había finalizado su vida no hace mucho y de la misma manera había pasado con ella.


-Bebiste... ¿mi sangre?


Nate asintió.


-Es asqueroso.- respondió la chica haciendo una mueca de horror.


-La cuestión es, que ahora tú necesitas sangre para terminar con tu transformación.- le explicó el chico.- Ya que te di de beber la mía antes.


-¿Yo te di permiso?- replicó. Giró el rostro para ver unos ojos entrecerrados escrutándola. Tenía una mirada penetrante y peligrosa, y no la miraba como si fuese una persona. Su desvargada postura le informó que tampoco se comportaría como el duque de Deackerci dejándola en paz.


-No te lo crees, ¿no es cierto?


-Muchos pueblos mantienen esas leyendas, su excelencia. Pero no justamente Gran Bretaña.


-De acuerda pequeña innata.- le replicó el chico con ferocidad en los ojos.- Me encantaría que te quedarás aquí hasta que murieras de hambre. Ahora no eres humana, te guste o no, señora Da Coppi, y cuánto antes lo asimile será mejor para todos.- se incorporó con ademán de marchar.


-¿Se va?


-Por el contrario que usted, yo sé que soy. Y estoy hambriento. No te preocupes, probablemente para cuando llegué estarás muerta.


-¡Estás enfermo! ¿Cómo puedes decirle eso a una mujer? ¡Insensible!


El jóven se acercó a ella con andares feroces, similares a la de un animal acechante a su presa. Se enfrentó a su mirada, no sin cierta dificultad y elevando el rostro. Al parecer eso le divertió aún más, Nate se acercó hasta sentir el aliento frío de la chica en su mejilla. Acercándose aún más al oído soltó:

-Es usted ahora una vampira, señorita Da Coppi. Tendrá toda la eternidad para percatarse de cuán insensible soy y todos los hombres del mundo. No existe la sensibilidad para nuestra especie.

Georgiana se estremeció ante tales duras palabras. El frío recorrió por todo su cuerpo y se apartó rapidamente de la voz que le aterraba. Miré histérica al hombre que siseaba en su oído, pero ya no estaba...


Un terrible ruido estruenó en la ventana y cuando, aterrorizada, dirigió la mirada al centro del ruido atisbó un gran águila de plumajes oscuros alzar el vuelo.

martes, 6 de abril de 2010

Capítulo VII

Georgiana se incorporó lentamente sopesando cada uno de sus movimientos. Nada, ausencia de dolor. Buscó con la mirada algo que la hiciera comprender, pero no había nada salvo una bonita habitación, elegantemente decorada. Era realmente amplio y moderadamente adornado. No había exceso de muebles ni huecos vacíos. Moderado.

Se giró fijándose en cada uno de los detalles de la alcoba. La mesa de noche de caoba hecha a mano, donde descansaba una lámpara de porcelana con dibujos rojos pintados y un gran libro que ocupaba casi todo el espacio. Se tornó dirigiéndose a la puerta. Agarrando el picaporte con la mano derecha, la hizo girar a un lado y abrió lentamente. Vio un rostro y terminó de abrirla en un instante. Se quedo boquiabierta con lo que veía.

Un apuestísimo caballero de tez pálida y lisa. Los cabellos claros y brillantes, permanecían cortos y cuidadosamente peinados. Su nariz recta y simétrica respiró profundamente entreabriendo los labios un poco y expulsando el aire. Era irresistible. Se obligó a no mirar abajo por educación y respeto y casi con repentina molestia se apoyó en la pierna izquierda y cruzó sus brazos esperando una explicación del apuesto caballero que la observaba.

Por su parte, Nathaniel se quedó encantado con lo que vio. La transformación había actuado correctamente y sin contratiempos. Había creado a la criatura más maravillosamente perfecta que jamás había visto. Y pensaba objetivamente. Cuando se dirigía para comprobar el estado de la dama, escuchó unos ligeros pasos agraciados yendo en su dirección. Decidió esperar tras la puerta para no sobresaltar a la chica mientras intentaba salir. Pero cuando por fin abrió, dejándose a la vista, nunca pensó que le deslumbraría así.
Rápidamente echó un vistazo de arriba a abajo sin que ésta se percatara. Los cabellos caían en cascada dejándole una silueta aún más sensual que cuando estaba viva. Ahora sería más irresistible. La piel había palidecido notablemente, aunque nada escandaloso para la época. Reflejaba un rostro despejado y suave, daba tentación de acariciarla una y otra vez hasta que se le cayera la mano, aunque, afortunadamente, eso no pasaría nunca con lo cual podría tocarla toda la eternidad. Observó sus cremosos labios, no demasiado grueso, pero tampoco delgados. Apenas tenía la forma de corazón, que casi todas las muchachas presumían y se orgullecían de tener. En cambio, a él le parecía algo exótico y muy atractivo. Nuevo. Saltaba a la vista que los antepasados no eran ingleses, obsequiándola, así, con unos preciosos rasgos extranjeros.
El cuello permanecía liso y sin marca visible, al ojo humano al menos, y su pecho inerte quedaba oculto por un precioso vestido que había adquirido durante esos días, solo para ella. Para su compañera, temporalmente.

Georgiana no se percató del tiempo que llevaría sin respirar observando ese regalo de Dios, pero pronto se dio cuenta de que era hora que alguno de los dos rompiera el hielo o permanecerían así durante horas.

Abrió los labios y elevó la mano intentando emitir algún sonido, pero la repentina atención del muchacho sobre ella, mirándola fijamente, la cohibió y le impidió romper palabra. Nathaniel soltó una leve carcajada y rozó la mano que ella aún mantenía levantada, esperando una respuesta negativa por ella. Seguía aún mirándolo con los ojos y la boca abiertos. Para su sorpresa, Georgiana no retiró la mano y decidió agarrarla por completo, acercándosela a los labios y besando la suave mano con delicadeza.

Georgia cerró los ojos y aproximándose más a él, inhaló su aroma varonil. Al comprender esta acción, Nathaniel volvió a reír y agarrando la cintura de la inmortal la moldeo totalmente a su cuerpo mirándola cara a cara.

-Hola… princesa.

-Eh… eh… - Georgiana seguía sin ser capaz de pronunciar palabra, y comenzando a ponerse nerviosa, apoyó sus manos en el pecho del caballero, aturdiéndola por el momento, y lo apartó educadamente para poder pensar con objetividad.

-Discúlpeme, caballero.- consiguió decir apoyándose en la puerta y agachando la mirada.- No me encuentro demasiado bien. ¿Sería usted tan amable, de facilitarme la información de su nombre? ¿O el mío?- terminó por decir con el rostro contrariado. Entonces, decidió incorporar la mirada al hombre y se lamentó del rostro apenado de él.

-¿Pasa algo, señor?

-¿No… recuerdas… tu nombre?- inquirió con dificultad.

-Me temo que no, caballero. Al decir verdad, no recuerdo nada.- respondió con la mayor sinceridad que reflejaban sus palabras.

-Ya sabía que no todo podía salir bien.- masculló Nathaniel mientras miraba a todos lados con el entrecejo fruncido y adentrándose en la alcoba.- Lo sabía. Demasiado bueno. ¿Y ahora que puedo hacer?- se discutía así mismo. Georgiana observó a aquel atractivo caballero deambulando de un lado a otro con la mirada fija en el suelo. De repente, paró en seco y volviendo a mirarla con un nuevo reflejo en los ojos y la cara alumbrada, lo vio reírse felizmente y escuchó que susurraba.- Bueno, quizás no es tan malo. Quizás es aún mejor. Todo será nuevo y solo me conocerá a mí y lo que yo quiera…

-Lamento interrumpir sus divagaciones, caballero. Pero no creo correctas esas palabras. Sobre todo si es respecto a mi persona.- lo miró con fiereza y comprendió que no había dicho nada bueno al percatarse de la mirada asesina del caballero. En un hilo de voz soltó un.- Lo siento.- Y volvió el rostro a sus manos enlazadas por delante.

-Puedo comprobar que su afán por lamentarse una y otra vez no lo ha olvidado, Lean.

-¿Lean? ¿Es ese mi nombre?- inquirió la muchacha confusa. Algo le decía que no era su nombre, pero era el de alguien. Alguien muy cercano.- No me suena…- susurró para sí misma, pero por supuesto Nathaniel escuchó.
-Al menos eso fue lo que usted nos dijo, Lean.

-¿A usted y a quién más?

-A mi criada, la señora Lupin. ¿No recuerda?

-No, directamente…- se quedó ensimismada en sus recuerdos borrosos.- Pero si algo. ¿Mayor y con el pelo claramente moreno? ¿Recogido en un descuidado moño en su coronilla?

-Efectivamente.- respondió Nathaniel con una sonrisa felizmente. Pero el rostro se le ensombreció al instante, volviendo a introducirse en sus divagaciones.

-Discúlpeme de nuevo, caballero. Pero, puesto que usted mismo me llama por mi supuesto nombre de pila, da a mi entender que o debo ser otra de sus criadas o debemos de conocernos confiadamente. ¿Me facilitaría su nombre?
-Lean, Lean, Lean…- bufó.- Antes que nada. Hazme el favor de dejar se disculparte tanto. Desde que te conozco es la palabra más escuchada por mis sensibles oídos. En segundo punto, sí tenemos gran confianza.- esto lo dijo con una sonrisa pícara, que ella comprendió.- y no es una de mis criadas. Al menos no en la vida real.- volvió a destellar sus oscuros ojos marrones.- Es mi compañera. El alma de mi vida y por eso es por lo que nos conocemos tanto. Por último. Mi nombre es Nathaniel, Nate.

-Sí…- le observó ella sin pestañear.- Nathaniel, me suena muchísimo. Y me suena su cara. Es muy familiar…

-Ya puede comprobar, mi Bella Siniora, que no la he engañado.- le interrumpió Nate, acercándola de nuevo a su cuerpo con la intención de no dejarla pensar más.

Se fundieron en un profundo y apasionado beso, que recordó con decoro, Georgiana. Nate la agarró fuertemente y la tumbó en la cama dejando su cuerpo encima. Continuó con su beso frenético y se excitó cuando ella agarró su pelo con fiereza. La besó con mayor deseo aún y empezó a hacerle todo tipo de caricias. Por la cara, con delicadeza y soltura. Rozando sus sedosos cabellos, volviéndole loco por su aroma delicado y femenino. Seduciéndola sin freno, Georgiana comenzó a acomodarse y moldear su cuerpo para sentir el calor y la excitación de su compañero en sus propias carnes. Separó lentamente sus piernas con la intención de una mayor sensación de pasión, deseo, amor… Nathaniel percató del cambio de aires y olvidando las delicadezas, introdujo una mano bajo la falda de la chica tocándole los muslos y las partes más íntimas de la bellísima mujer. Con la otra mano, y sin cesar de besarla, acarició uno de sus pechos con anhelo y deseo.

Nate se desabrochó la camisa, incorporando y produciendo un efecto bestial. Apretó su sexo con el de ella haciéndola gemir…

-Espere, espere señor…

-Nada de señor, Georgia, te deseo y te deseo ahora.

-¿Georgia?- se sobresaltó.

-¿Qué?- se extrañó el muchacho incorporándose lo suficiente para observarle la cara. Entonces, lo comprendió.- ¿Georgia? ¿Qué dices?

-Lo has dicho tú, Nate.- inquirió.

-Oh, querida…- con una sonrisa irresistible volvió a acercarse a su rostro y comenzó a besarla de nuevo, dulcemente.- ¿Ahora me tuteas? Eres encantadora. Me enloqueces, amor.

Siguió con las caricias y los movimientos, pero ya “Lean” no era capaz de concentrarse, se torno confusa y asustada. Delicadamente intentó apartar el pesado cuerpo de su compañero de encima y escuchó un gruñido animal por parte de él.

-¿Qué ocurre?- inquirió molesta.

-No. Qué te pasa a ti. Estábamos pasándolo bien. Estábamos pasándolo bien ¿no?- la miró irritado.

-Sí, pero… Me llamaste Georgia… Eh… No recuerdo nada, Nate. Compréndeme. No sé que me ha pasado. Me he despertado en esta habitación, me he observado por primera vez asimilando mi físico, mi voz, mi forma de actuar… No sé qué hago aquí, ni cómo he llegado. Intento abrir la puerta y me veo a un…- sacudió la cabeza y rectificó.- Te veo ahí delante de mí, mirándome. Me besas sin decirme más que te dije que me llamo Lane, algo que sé que no es verdad, puesto que no es mi nombre. ¡Y no sé porque sé eso!

-Tranquilízate, querida… - la escena conmovió a Nate sintiéndose vulnerable ante aquella preciosidad perdida.

-Me dices que somos compañeros del alma, y ni siquiera sé qué significa eso, pero algo en mi cabeza me dice que no te refieres a estar casados. No lo comprendo. No comprendo nada. Entonces me tumbas y me… me…- se sintió cohibida unos momentos.

-Y te dije que te deseaba…- le susurró el chico al oído. El repentino acercamiento hizo que sintiera escalofríos, pero agradables.

La miró con ojos apenados durante unos instantes y sintió el terrible deseo de ayudarla, de protegerla, de hacerla suya, para siempre.

-De acuerdo, querida. Te contaré todo lo que pasa aquí.- le dijo con voz dulce y le besó la frente.- Espera un instante.- se levantó y desapareció por la puerta.

Georgiana se sintió perdida y asustada. Sintió frío. Se incorporó hasta sentarse cómodamente apoyándose en la encimera. Sabía que esa postura no era correcta en una señorita, pero ni siquiera sabía si era una señorita. Y en esos instantes solo le importaba despejar su mente y recuperar la salud que notaba estaba perdiendo.

Al alzar la mirada vio a Nate delante de él. Sentado, mirándola y con una terriblemente preciosa sonrisa en sus carnosos y perfectos labios. Sintió que ella también lo deseaba. A Nate le encantó la postura despreocupada de la chica. Era distinta. Distinta a todas las demás. Y le gustaba. Quizás demasiado, se lamentó. Se acercó aún más a ella plantándole un tierno beso en los labios y acomodándose a su lado, de igual postura.

Meditó, buscando una forma de comenzar con aquello.

-De acuerdo, princesa. No eres humana.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Capítulo VI

Estaba tumbada en la cama, con el cuerpo húmedo de sudor, las manos le temblaban y aunque no era capaz de verse, estaba segura que tendría una fachada detestable. Pero ahí estaba él, mirándola con ojos dulces y preocupados, su rostro mostraba nostalgia por algo que anhelaba y que ella no tenía ni idea de qué podría ser. Y en un instante su mano había agarrado la cabeza de aquel hombre, arrastrándolo hacía ella. Su vestido se había desintegrado y notaba el peso del cuerpo de aquel hombre moviéndose sin cesar, frío como el hielo. La besaba en los labios, la mejilla, la nariz, el mentón, el cuello, los pechos. Volvió a subir y entonces un dolor puntiagudo penetró en ella. No podía gritar, mas si no era de placer, y entonces lo vio todo negro.

Una fuerte jaqueca le atornillaba la cabeza. Tenía los músculos de todo el cuerpo, doloridos, como si le hubieran dado la peor paliza del siglo, y el cuello le quemaba fervientemente. Ansiaba moverse, gritar, poder lamentarse de su dolor, pero estaba completamente paralizada. Entonces se dio cuenta de que no sentía nada más sino el dolor que la torturaba sin compasión. Pero no llegaba a comprender que era aquello que la mantenía inmóvil. ¿Cuerdas? ¿Fuertes brazos? No tenía ni idea de que sería, tan solo que tenía la sensación de que no le pertenecían ningún miembro de su cuerpo.

El cuello le seguía ardiendo, pero especialmente en la zona izquierda, aunque no sabría especificarlo. Georgiana intentó concentrarse en algo exterior a su dolor, algo que identificase donde se encontraba, y qué es lo que le había pasado, pero tan solo sentía dolor y más dolor. La cabeza le iba a explotar y su cuello no paraba de arder.

Su cuerpo empezó a temblar, el cuello ardía más y más, extendiéndose por el resto del cuerpo, proporcionando una sensación cálida y agradable en todas las zonas. Escuchaba como sus latidos sonaban fuertes, ágiles y rápidos, parecía que el corazón se le saldría del pecho. Intentó respirar profundamente para tranquilizar ese desasosiego interminable, pero no había aire que respirar. No sentía que sus pulmones se llenaran de aire y lo soltaran poco a poco. Ni ya tampoco sus músculos. Solo notaba, e incluso, escuchaba los latidos del violento corazón, brusco y desenfrenado.
El cuerpo estaba extremadamente caluroso, al contrario que el cuello, que se mantenía completamente frío. Parecía que estaba rodeada de fría y dura piedra. Esa sensación seguía repitiéndose por cada extremidad de su acalorado cuerpo, haciéndola sentir encerrada en duro y frío mármol. Siguió con los brazos, y el pecho, por la cintura… Como si la introdujeran en una estrechísima cámara de hielo. Una escultura moldeada a su cuerpo.
La sensación fría prosiguió por las caderas, los muslos, gemelos, tobillos y finalmente los pies. Se introducía en el hielo, cubriéndola dedo a dedo. Hasta llegar al meñique. Éste tardó varios segundos más, cambiando de temperatura radicalmente y transformándose en ardiente fuego.

Y como si fuese un breve soplido, el frío terminó por envolverla por completo. Su corazón continuaba latiendo fuerte y cabreado. Tan ruidoso que daba miedo. Desconocía que era lo que le estaba ocurriendo, pero imaginó que sería un castigo de Dios por tal acto con el señor Meryton, o duque de Deackerci.

Intentó concentrarse en cualquier otra cosa que la hiciera olvidar en su rítmico corazón violento. Pero era imposible, sus oídos no oían más que los latidos peleando. Su olfato no percibía más que el duro acero. La vista no veía absolutamente nada y el tacto era completamente imperceptible, a excepción de una rígida roca. El fuerte dolor, punzante, pasó de la cabeza al pecho frío. Y no sintió más que eso durante un largo período. Mucho frío.

Y en un instante dejó de sentir todo. Sus oídos no captaban nada, su nariz no olfateaba nada. Y sus oídos no escuchaban ningún sonido. ¿Eso era la muerte? De repente recordó todo lo que le había pasado. Se llamaba Georgiana Da Coppi. Hija de Lord Lawrence Da Coppi, hijo de un burgués francés, que había muerto con su madre en extrañas circunstancias. Vivía con sus tías y sus primos en un pueblo rico de Inglaterra. Tenía el pelo oscuro y largo, con bonitas ondulaciones. Sus ojos le recordaban al mar profundo de las aguas caribeñas que había surcado con su tío James. Y su cara presentaba unos pronunciados hoyuelos, tan pronunciados tanto como si estuviera sería o como si sonreía con sus mayores ganas.

Comprendió que el dolor había pasado. Había recuperado el olfato, el oído, el tacto. Aunque seguía sintiendo fría piedra a su alrededor. Entonces decidió enfrentarse a la vista. Abrió poco a poco los ojos.

Estaba en una habitación diferente. La cama en la que descansaba era más presidencial, con una colcha del color de la sangre. Con finas capaz ligeramente recaídas en los marcos que rodeaban la cama. Como si fuese un mosquitero. Era una habitación extensa y decorada con el mejor gusto, típico de un duque. Oh, claro. El duque de Deackerci. ¿Pero dónde se había metido? ¿Sabía él lo qué le había pasado?

Comenzó a incorporarse lentamente y feliz de que no sintiera ningún otro dolor punzante en ninguna parte de su cuerpo. Dirigió sus manos a la cabeza y se tocó el cabello suave y largo. Parecía haber crecido. Notó algo extraño en sí misma. Su piel estaba fría y lisa, como si la hubieran purificado. Agachó la cabeza para mirar la fachada que representaría y se le antojó de lo más inocente, recostada en la cama, con el vestido perfectamente colocado y tendido. Como una damisela en apuros, que habían salvado.

martes, 30 de marzo de 2010

Capitulo V

Una mujer de mediana edad entró justo en el momento que ella salía del baño. Con toallas en la mano, y unas medias. ¡Gracias a Dios! Georgiana se acercó enseguida, cerrando la puerta cuando pasó la mujer y recibiendola con una sonrisa agradecida.

-Aquí se lo dejo, señorita.- explicó la señora, dejando las cosas encima de la cama.- El señor Meryton volverá en un rato, se ausentó esta mañana para unos recados personales. ¿Se aseo, usted, ya?

-Muchas gracias.- musitó Georgia.- Sí, me bañé ya.

-No se avergüence, señorita McGreyson, ya nos explicó el señorito Nate la desafortunada aventura que participó anoche.- la mujer la miró con una dulce sonrisa y comprensiva y agarrándola de las manos le dijo.- Lamento lo que pasó, aunque afortunadamente, el señor Meryton estuvo en el lugar oportuno a la hora oportuna, ¿no cree señorita McGreyson?

-Sí, es cierto...

-¡Oh, Señor, que maleducada soy! Perdóneme, señorita McGreyson. Mi nombre es Margarette, Margarette Lupin. Estoy encantadísima de conocerla. Confío en que el señor Meryton la trate con educación. ¡No he conocido a hombres más bueno, agradable y por supuesto, apuestísimo! - la cara de la señora Lupin se crispó de inmediato, y con las mejillas sonrojadas, miró hacía abajo y se disculpó con un hilo de voz.

-Perdóneme, señorita McGreyson. No conozco a una persona más bocaza que yo misma. No se moleste conmigo, se lo ruego.

Georgia se conmovió con la mujer. Con fachada de madura y personalidad excitable. ¡Qué simpática! Pero no comprendía en que demonios estaría pensando el duque de Deackerci a señalarle como señorita McGreyson. Lógico, inventar un nombre con el objetivo de que no la reconociera ninguna persona, pero... ¿Por qué McGreyson? ¿Es qué no se le ocurrió un nombre más horrendo? Comprendió que lo mejor sería darle un nombre de pila inventado, pues no deseaba volver a escuchar que la nombraran como "señorita McGreyson" ¡Vaya gusto!

-Oh, señora Lupin, por favor. No se retracte. Para nada me resultó atrevida, y mucho menos me molestaré con una mujer de tal postura. Es muy amable y simpática. Nunca podría molestarme con usted, no tema.- respondió la chica con toda dulzura.- aunque... A cambio, me gustaría pedirle que me llamara con mi nombre de pila. No es culpa mia que mi padre tenga un apellido tan horrible ¿no es cierto? Llámeme Lane.

-Bonito nombre querida. ¿Es el nombre de su madre?

-Sí.- respondió Georgia con un hilo de voz. Lane había sido el nombre de su madre antes de morir, y siempre le habría gustado llamarse así. Adoraba cuando algún anciano la reconocía por su parecido con su madre, y así sin más, la llamaba Lane.

- Bueno, señorita Lane, dudo que el señor Meryton tarde mucho más. La dejo para que termine de arreglarse y les serviré la comida.

- Oh, señora Lupin, le agradecería que me acompañase. Mi traje es muy bonito, pero bien complicado. Me cuesta mucho ajustarmelo sola.

La buena señora le respondió con una sonrisa antes de acercarle el par de medias y recoger el vestido del cuarto de baño. Georgia abandonó la toalla, apoyándola en la cama, e inclinandose para ponerse la ropa interior y después las medias. La señora Lupin la ayudó con el ajustado corsé y luego a ponerse el vestido. Le cepilló el cabello cien veces, hasta dejarlo liso y suave como la seda. Ya estaba decente y la señora Lupin se dirigía a la puerta cuando le dijo:

-Por cierto, Margarette.

-¿Perdón?- preguntó confusa la joven.

-Llámeme Margarette. Me cayó usted en gracia, señorita Lane. Espero tenerla por aquí muy a menudo.

Y con esto se fue, dejando a Georgia con la mayor confusión. Nunca se había sentido feliz de caerle bien a ningún criado, pero aquella mujer tenía algo. Parecía conocer bien al duque y ella quería conocerle tan bien algún día. Sonrío y se tornó al baño donde se miró al espejo. De acuerdo, perfectamente presentable, se dijo a sí misma y acto seguido se pellizcó suavemente las mejillas y volvió a sonreir. Se dirigió al cuarto para sentarse en el tocador mientras toqueteaba un libro sobre la vida de una chica sencilla y humilde, enamorada del gran príncipe de Fracia. Al final de la historia acabarían juntos.

Suspiró.

-Ójala todas las historias acabaran así.- susurró. Apenas le conocía, pero algo tenía aquel hombre que la hacía suspirar y hiperventilar a la vez. La ponía nerviosa y la impartía en la mayor calma, como si estuviese en un cálido baño. Cuando se acercaba la ponía tan, tan...

-¿Qué historias?- apareció una voz varonil desde su espalda, haciéndola detener sus pensamientos. Se giró para observar esos hipnotizantes ojos castaños, de caramelo...

No respondió, pero tampoco le molestó a Nate, puesto que él mismo se ensismó en su belleza inhumana. El pelo le caía en cascada por los hombros, dejando la frente despejada. Sus profundos ojos color mar, lo escrutaban con deseo y él notaba, en sus pantalones, que le correspondía. Su pequeña naricita, sus dulces labios que ansiaba por probar. Su cuello... Su cuello. Perdío el hilo de sus pensamientos cuando pensó en la sed que lo embriagaban. Pero algo lo desató de ese deseo, poco más abajo, un colgante, del azul de sus ojos, descansaba en los jóvenes y lisos pechos que comenzaban a moverse estrepitosamente, arriba y abajo. Entonces vio como su cuerpo caía al suelo, los ojos medio cerrados, un ligero sudor por su cara, por su cuello, por sus senos. Le volvía loco, no podía soportar más estar a su lado sin tocarla, sin saborearla.

La agarró tranquilamente antes de que cayera al suelo, y sin esfuerzo ninguno, la apoyó en la cama. Se sentó a su lado para tocar su gélida cara. Su cuerpo se estremeció por el contacto. Hacía tanto tiempo que no tocaba la piel de una mujer si no era para llevarla a su alcoba. Por el contrario, él la tocaba con suavidad, sin querer hacerle daño, sin sed por ella, sin querer darle placer. No, eso no era cierto. Quería darle placer, pero no sin su consentimiento. Aunque nunca había violado a ninguna mujer, ni nunca lo haría. Ninguna otra le había rechazado, y en el caso en que una de su especie lo rechazara, tan solo tendría que utilizar sus dotes.

Georgiana era tan bella, tan delicada y bonita. Sencilla pero hermosa. Su piel suave como la seda, casi translúcida, daba a entender que era de la nobleza. Quizás pudiera casarse con ella. ¡Pero, Dios! ¿Desde cuándo pensaba él en casarse? Se estaba desmoronando. Esa hija del demonio, le estaba introduciendo en su propio infierno. Nate amaba su vida, sin ataduras de ningún tipo. Con riquezas sin límites y lo usaba así como quería. Su inmortal belleza le había regalado una excitante vida sexual, no había moza que lo rechazara, y era completamente insaciable. Las mujeres caían agotadas a sus pies, literamente. Y era entonces cuando la sed triunfaba y terminaba de saciar sus necesidades, aprovechándose más de ellas.

Escuchó que su respiración volvía a suavizarse, escuchaba el aire que transpiraba por la nariz, su pecho volvía a elevarse, y su cara a tener color. Casi había conocido como sería su aspecto si él se atreviese a tenerla como esposa. Casi...

- ¿Georgia? Georgiana, ¿está bien?

Abrió los ojos poco a poco, cesó de sudar y se movían los labios, pero no emitían ningún sonido. Él la sonrío y la besó en la frente y notó la profunda respiración de la chica. Se retiró rápidamente, asustado, de que volviera a desmayarse. Comenzó a alarmarse, e intentó incorporarla sobre el respaldo.

-Vamos, Georgia. Por favor, no me hagas más eso.- le suplicó sin darse cuenta de lo que decía. Ella se percató del brillo de los ojos de su secuestrador, y la preocupación que reflejaba su rostro. La conmovió.

Elevó su brazo y lo introdujo en el cabello rubio y liso, tan suave, del duque. Acercándolo a ella lentamenta, hasta que aspiró su aroma embriagador, la sensación electrizante luchando entre los dos cuerpos, la suave respiración acariciando su tez. Sus ojos la atravesaban como un rayo, anhelandola. Las manos de Nate se apoyaron en el rostro y descendieron por su cuello, hasta rozar sus suaves pechos. No aguantó más.

Desgarró el vestido, dejándola totalmente como vino al mundo, y abalanzandose sobre ella.

viernes, 26 de marzo de 2010

Capítulo IV

La joven lo miró ofendida por la conclusión a la que había llegado el apuesto duque. Aunque al decir verdad, ¿qué iba a pensar? Viajaba en el coche de un maleante, a solas con el mismo maleante: Lord Edgar. ¿Qué podría ser si no? ¿Su hermana? ¿Su protegida? Resignada cerró los ojos y dio un profundo suspiro, elevando con lentitud su pecho, y provocando un apetito saciable a la mirada del duque de Dearckerci que no pensaba nada más en esos pechos.

Abrió los ojos como platos y luego se tranquilizó. Observó que el duque no se intimidaba por su feroz mirada y menos aún por estar mirando lo que no debía.

-Pues sí, mi duque. Lamento confesar que soy la puta de Lord Edgar.- dijo al fin.

Pero Nate Louis no podía creer sus palabras. Era demasiado hermosa... O era el más maravilloso regalo del mundo que se le presentara la oportunidad de pasar una noche de placer con la prostituta, y mujer, más bella que había visto jamás. O la maldición más terrible, puesto que una dama con esas maneras, gestos y mirada no podían ser más que de una señorita de buena familia. Una maldición.

-No me diga, señorita.- respondió el duque acercándose más a ella atravesando la cama a cuatro patas, con una sonrisa picarona en esos carnosos labios y un brillo especial en los ojos.- Entonces, no le importara pasar el día conmigo... Y la noche, ¿no?

Georgiana podía ver los deseos en aquellos ojos castaños tan encantadores, y también su reflejo. ¿Qué más podía pensar, si no, que era una prostituta? Tenía el pelo suelto y alborotado como si hubiera tenido la mejor noche de placer que cualquier humano podría. Su vestido estaba completamente arrugado y desajustado, no llevaba zapatos, ni medias...

-Lamento decirle que no, mi duque.

-Mi duque...- ronroneó el caballero que se había acercado tantísimo a su cuerpo que podía sentir las llamas electrizantes que se cruzaban de un cuerpo a otro. La mirada intensa que la abrasaba por cada segundo y la hacía desfallecer. Los labios que la llamaba a que los besara desenfrenadamente, y que besara cada parte de su cuerpo. ¿¡Dios, que tenía aquel demonio!? Empezó a hiperventilar antes de que el rostro del hombre se acercara más a su cuello, con los labios entreabiertos.

-No lo lamente tanto...- le susurró en sus oídos, haciéndola enloquecer. Tiene unos pomulos tan bonitos, pensó el duque.- Se me hace la boca agua querida.

Nate se acercó más a ese cuello tan apetecible, la abrazó dulcemente con los brazos por la cintura y la acercó aún más, moldeándola a su cuerpo. Ella sintió un escalofrío.

-Estas segura, amor...- le seguía susurrando- No tienes que preocuparte de nada estando conmigo. Yo me encargaré de todo.

Acto seguido, Georgiana soltó un gemido cuando notó los suaves labios del duque en su cuello. Sin pensar en lo que hacía, enlazó sus brazos con el y respiró su aroma. Olía tan bien, pero no podía identificar exactamente a qué. Pero sobretodo olía a hombre. Se moldeó aún más para sorpresa de Nate, que no podía aguantar más con ese olor tan dulce, esa piel extremadamente suave, ese cuerpo indomable... Se acordó de sus ojos, de esos profundos ojos azules que le aturbaban. Eran hermosos, como toda ella, pero hipnotizantes. Y deseaba estar más tiempo con ella antes de...

De repente la apartó dulcemente y girando sobre sus pies se alejó a la esquina que los mantendría más separados.

-Señorita Da Coppi, creo que debería desayunar algo... - explicó dirigiéndose lentamente por la puerta.- Y yo también si no quiero volverme loco.- se susurró más para sí mismo que para ella.

-Claro.- respondió ella cogiendo aire sin cesar para poder calmar su corazón.- Esto... su excelencia, me veran los criados.

-Primero, señorita Da Coppi. Me ennervía que me llame su excelencia. Le ruego que me llame por mi nombre. A cambio yo me dirigiré a usted por igual.

-No veo el por qué, su excelencia. Usted es un duque y yo una señorita con nombre.- replicó Georgiana, pero cambió de opinión cuando miró esos ojos castaños desafiantes, que le advertían que no la contrariara o pasaría lo peor.

- De acuerdo.- se susurró a sí misma. Y comenzó.- Señor Nathaniel, temo que sus criados me encuentren y me reconozcan y mi reputación se vaya a pique.

Aunque pensándolo bien, ya se estaba yendo a pique. Iba a asistir a una supuesta reunión con un caballero, pero un asaltante la secuestro y no por horas. Comprendió que ya no había marcha atrás y que su reputación no le quedaba ni pizca. Se quedó fría y se le olvidó respirar. Sintió un ligero mareo que la hizo tambalearse. De repente estaba el duque junto a ella agarrándola y acunándola en sus brazos antes de recostarla en la cama. Ella giró su mirada a la esquina donde se había refugiado el duque hasta hacía unos instantes y se quedó impresionada de que apenas se percatara de los movimientos del duque. Tendría que asistir al médico porque al parecer sufría pequeños trastornos de pérdida de inconsciencia instantáneos. Nathaniel apoyó su fría mano sobre la frente de la jóven con la intención de que le sirviera para recuperarse. Se había quedado blanca, como un muerto. Se rió de lo irónico de la situación.

-¿De qué se rie, usted, su... Nathaniel?

-De lo preciosa que esta mi señorita Georgiana cuando se le bajan los humos.

Esa respuesta la descompuso y cerró los ojos dejándose cuidar. Se mantuvieron así durante unos instantes y aquella mano tan terriblemente fría le estaba sirviendo de gran ayuda. Al menos, hasta que su barriga comenzó a reclamar alimento. Nathaniel se percató de aquello, con suma facilidad. Y se marchó por la puerta dejándola sola. Era bochornoso que el mismo duque hubiera escuchado las necesidades de su cuerpo, y no solo se refería al hambre. En pocos segundos apareció el duque con una bandeja repleta de comida.

-Desconozco sus gustos, Bella Siniora - le sonrío con delicadeza. Era mortal la belleza de aquel hombre. Cayó en la cuenta de que la casa no debía ser demasiado grande, puesto que las dos veces que había salido el caballero de la habitación, apenas había tardado unos instantes en aparecer por la puerta. Eso la hizo entender que debían estar en una casa muy humilda adquirida por el duque para sus días repentinos. O para sus orgías. Entonces se sobresaltó pensando en la cama que estaba debajo. Las sábanas... Nathaniel pareció comprender el hilo de pensamiento de Georgiana y soltando una carcajada dijo.

-No debe preocuparse, señorita. Cuando la trajimos, había ropa recien comprada de la ciudad. La estrena usted misma.

Georgiana lo miró confusa, ¿La trajimos?

-¿A quién se refiere, usted, señor Nathaniel?- inquirió la chica, sin quitarle el ojo de encima mientras se incorporaba sobre el respaldo.

Nathaniel comprendió que había dicho más de lo justo y decidió ignorarla. Cogió uno de los panecitos blancos de la bandeja y se lo ofreció a la chica. Ésta lo rechazó y él, resignado y con una sonrisa pícara, se lo devolvió a su boca tragándoselo en pocos segundos.

-No coma así, señor. Se atragantará y desconozco donde nos situamos, no podría llamar a un médico.- bromeó la jóven.

-No hará falta querida, estoy seguro de que no hará falta.- Había algo significativo en esa sonrisa, en esos ojos brillantes, pero no lograba averiguar el qué.- No obstante, nos aguardamos en Cressis Roll, a muchos metros del camino donde la secuestré.

-¿Por qué me lo explica?

-Porque no tengo intenciones de retenerla, eternamente. Aunque sí una larga temporada.

-No debería, usted, hacer eso, duque de Deackerci. Le recuerdo que tengo una reputación y debo aguardarla.

-¿Realmente cree qué le queda reputación habiéndose marchado con Lord Edgar, famoso por sus fiestas pasionales, y luego secuestrada por un jinete negro?- le sonrió.

-No entiendo de que se rie, Nathaniel. Ha exterminado mi vida.- le reprochó enfadada.

-Oh, no. Se la habría exterminado usted, de haberse marchado definitivamente con Edgar. Yo la he salvado.

-Eso aún está por ver. Me parece que será peor el remedio que la enfermedad, duque de Deackerci. Puesto que usted mismo me acaba de confesar que no piensa dejarme ir en una temporada. ¿Es qué acaso va a casarse conmigo, caballero?

Nathaniel se tragó la broma y poniéndose rígido comenzó a levantarse de la cama.

-Bromeaba duque. Jamás podría engañarle para que se casara conmigo.- rectificó Georgiana entristecida. Casandose con un duque, sí, ya. ¿Y después qué? Dándose cuenta de que el hombre la tendia una mirada compasiva.













miércoles, 24 de marzo de 2010

Capítulo III

He escogido los mismos protagonitas de una de los libros, aunque obviamente, los nombres, tanto de los personajes, como de las ciudades, son míos. No me sorprendería que alguien leyera algunos trozos similares a historias leídas. Repito que la idea mía fue fundir ambas historias y modificarlas con pequeños detalles. Muchos besos a todas.





El hombre que aún esperaba en la entrada de la puerta, era nada más y nada menos que el célebre duque de Deackerci. La cara de Georgiana mostraba la sorpresa al reconocer al duque, pero pronto volvió a recuperarse intentando mostrar un aspecto indiferente a la reacción. Nate se percató por completo de que la chica lo había reconocido sin problemas, pero ¿cómo era posible no reconocerle? Hasta donde sabía era el principal objetivo de las damas solteras de la ciudad, y con lo cual, el continuo tema de conversación entre las mujeres de alta clase. Debido a las interminables entrevistas con numerosas damas, finalmente Nathaniel Louis Meryton, cansado de una vida tan ajetreada y de convivir con poquísima intimidad, decidió que unas buenas vacaciones le vendrían bien. Pero para los habitantes de Bean Lophe, el apuesto duque de Deackerci había escapado con una jovencita de baja alcurnia, embaraza y sin reputación que salvar, la había instalado con su progenitor en alguna casucha fuera del continente para aislarla de todo aquel que pudiera revelar el oscuro secreto.

Después de algo más de un año, Georgiana era la primera en ver al famoso duque y más aún: estaba en un cuarto a solas con él. Cualquier señorita habría soñado con mucho menos…

Reconocía bastante bien, pese a haberle visto poquísimas ocasiones, el pelo castaño claro con mechones dorados y brillantes, que se intensificaban en la época de verano. Lo llevaba a la moda, es decir, aparentemente despeinado y naturalmente liso y recortado. Los ojos marrones, eran claros, casi castaños, la observaban sin cesar.

Nathaniel observaba la belleza que tenía delante. Tenía un rostro exquisito, delicado y ligeramente ovalado. Los ojos eran turbadores, oblicuos y exóticos. Unos ojos de un azul oscuro en aquella preciosa cara; muy azules y muy límpidos, como cristales. Los labios eran suaves, lisos; y la nariz recta y delgada. Un tupido cerco de pestañas oscuras enmarcaba aquellos extraordinarios ojos, sobre los que se arqueaban unas graciosas cejas oscuras… Su pelo oscuro, casi negro como las alas de un cuervo, rodeaba delicadamente el rostro con sencillos ricitos adornando según la moda. Dando así, una piel tan pura, parecida al marfil.

Una mujer que sin duda, cortaba el aliento. Y la belleza no solo se reducía a la cara. Su estatura baja, le daba una apariencia adorable, pero no infantil. No obstante no inferior al metro sesenta. Unos firmes y jóvenes pechos se apretaban contra la leve muselina del vestido rosado. No era, ciertamente, un vestido escotado, pero de algún modo lo tentaba a lo más inapropiado... Deseaba desnudar su cuerpo, verla... ¡Dios cuánto hacía que no le pasaba algo semejante! ¡Siglos! pensó al sentir la repentina erección bajo sus pantalones. Debía decir algo, cualquier cosa. Habían permanecido mirándose el uno al otro durante largos minutos y debía romper el hielo si no quería asustar a la bella dama y hacerla gritar, y no sería de placer… A su pesar.

-Me reconoce, ¿no es cierto?

-¿Eh?- se sobresaltó Georgiana cuando la despertó de su análisis detenido sobre tan apuesto caballero.
Era detestable que aquel hombre fuera tan terriblemente apuesto y que desde que presenció la habitación su corazón no había conseguir frenar de unas profundas palpitaciones.

Ahí colocado, con la figura casualmente apoyado en el marco de la puerta, tenía un aspecto de lo más apetitoso. Nunca había conocido a un dios, pero ahora sabía perfectamente cómo debía tener la forma… Su profunda mirada era hipnotizadora, sus ojos amarillos expresaba distancia e interés a su vez … Su recta y lisa nariz era encantadora y fruncía una irresistible sonrisa de dientes perfectos y blancos…. Pero aterradores.

-¿Señorita?

-Discúlpeme, su excelencia. Estoy algo aturd… Confundida, por el momento. ¿Por qué me ha secuestrado?

-No sé si usted era consciente de la compañía que tenía. Lord Edgar no es un caballero muy… -no sabía como debía terminar la frase.- Bueno directamente no es un caballero.

-¿Y usted qué sabe? Si me permite preguntar.

-Lo conozco, perfectamente, señorita…- Georgiana se quedó extrañada.

-Discúlpeme, milady. Pero ¿puedo preguntar su nombre?- aclaró el joven con tono de inocencia.

-Oh, Georgiana Da Coppi.- contestó la chica avergonzada por su recién estupidez. Alzó los ojos y comprobó que el duque Nathaniel se había acercado aún más.- ¿Qué hace, señor?

Nate se sentó lentamente en la cama junto a ella, y Georgiana automáticamente se arrinconó en el otro extremo de la cama. El chico sonrío divertido por la situación y extendió la mano para acariciar su brazo. Ella retiró su mano y la escondió bajo las sábanas apoyándola en el vientre.

-Su excelencia, ¿le importaría traerme poco de agua? Estoy sedienta.

-Por supuesto, señorita Da Coppi. Vengo en un segundo.- respondió con una radiante sonrisa y salió por la puerta.

Georgiana salió rápidamente de la cama y observó su fallada en el espejo del tocador. Tenía el pelo suelto y completamente desarmado, ¡cómo una furcia! El traje completamente descolocado dejando entrever el comienzo de uno de los senos ¡Qué vergüenza! ¿Lo habría visto? En un abrir y cerrar de ojos apareció el maravilloso chico detrás de ella, por fortuna, fue ágil introduciendo su seno dimimuladamente antes de girarse. El duque estaba mirándola con deseo en los ojos, y la boca media abierta. Desde luego si tuviera babas se le caería irremediablemente… ¡Pero qué mujer! Era tremendamente sexy con esas pintas… Cuanto desearía verla aún más informal… Como quizás, desnuda.

-Señorita, me apena confesarle, que me temo que nunca saldrá de esta casa.

Aquellas palabras la aterrarron. ¿Hablaba en serio? ¿Iba a matarla? Nate comprendió el miedo en sus ojos y añadió.

-Oh, no, señorita Da Coppi. Como amante, por supuesto.

Eso la aterró aún más y la sedujo a su vez. ¿Es qué la deseaba?

-Espero que sepa, su excelencia, que estas no son mis maneras, en absoluto.- explicó nerviosa la chica, y algo cohibida.- Aún no me ha respondido a mi pregunta, ¿por qué me ha secuestrado?

-Por su infatigable belleza, me habría gustado contestarle, señorita. Pero no. Temí por su vida cuando la vi en las garras de Lord Edgar. ¿Es qué usted deseaba ir con él?- preguntó el duque con interés. No le parecía probable. Ella era una señorita y pese a las pintas que presentaba, parecía una chica noble y respetable. No comprendía como había sido capaz de montar en ese carruaje a una salvajada segura.

-Sí.

-¿Perdón? ¿Ha dicho que sí?

-Sí, su excelencia.

-¿Es qué es masoquista?- empezaba a mosquearse con la situación.- ¿O quizás no es lo que parece?

-Me temo que no le comprendo, su excelencia.- respondió sinceramente la chiquilla.- ¿A qué se refiere con "lo que parece" ?

-No quiero ofenderla, señorita Da Coppi, ¡que Dios me libre! Pero a no ser que usted sea prostituta, no comprendo su viaje a Mirloville junto con aquel canalla.- explicó escrutándola con los ojos. Notó un brillo especial en los ojos de ella, pero no los de la resignación sin duda. Por el contrario.

martes, 23 de marzo de 2010

Capítulo II

La chica dio un pequeño grito que provocó un sobresalto de Darien que retrocedió.
-Tranquilo, chico.- dijo este, señalando al caballo para que siguiera retrocediendo.
Georgiana asustada, se agarró fuertemente a la chaqueta del enemigo, cerró los ojos y rezó todo lo que pudo.

-No se preocupe, señorita. Aquí estará segura.- aseguró.

Aunque ella no se sentía tan segura, se enderezó sobre el caballo intentando confiar en las palabras que le había recitado. Georgiana comprobó que el odioso hombre que la acompañaba hasta hacía un momento, sonreía y se divertía con la situación. Lo odió aún más.

Volvió su rostro a la posición de Nate Louis quien la aferraba con sus fuertes brazos, sus muslos… Georgiana se percató de lo íntimo de la situación. Se había quedado mirando el fornido cuerpo del enemigo, y se dio cuenta de que estaba sentada entre los muslos del él, notando en su pierna el miembro viril del hombre. ¡Dios qué vergüenza! Georgia, contrólate esos pensamientos… Pero no podía evitar pensar en los grandes que eran aquellos bíceps; como se notaba el duro pecho que tenía, puesto que estaba tan amarrada a él, y tan cerca de su cuerpo que no era difícil notarlo. Su piel era muy pálida, su rostro permanecía oculto tras una sencilla máscara negra que tan solo dejaba entrever los carnosos y suaves labios del caballero. Con su perfecta forma y tan lisos… tan atrayentes. ¡Georgia! De repente movió levemente la cabeza de un lado para otro, como intentando sacudirse esos pensamientos inapropiados de la cabeza. ¡Era una dama respetable y completa!
Cuando volvió en sí, vio al terrible caballero observándola con unos ojos castaños, divertido y una sonrisa torcida con malicia. No se había dado cuenta de que el caballo aún no había parado y se encontraba a quince metros del carro y de Lord Edgar, quien apenas se había mutado.

-Pero…- comenzó mientras miraba el suelo con miedo, la distancia era aterradora, cerrando los ojos y aspirando profundamente volvió a mover la cabeza y la apoyó sobre el pecho del caballero oscuro. Suspiró con entereza y se quedó en esa posición unos instantes esperando que se disipara el mareo.

-¿Se encuentra bien?

-¿Qué es lo que está haciendo su caballo, señor? ¡Párelo!

-Imponemos distancia, señorita. Voy a besarla y debería dejar espacio suficiente para solo concentrarme en usted y no en su acompañante.- contestó.

Ella volvió a incorporar la cabeza y lo miró a la cara con desconfianza. Se adentró en sus hermosos ojos castaños, cada vez más claros. Tenía un rostro precioso y muy atractivo con esa máscara negra. Toda una fantasía para cualquier mujer…

Nate sonrío dulcemente y fundió sus labios en un apasionado beso en la boca de Georgia, humedeciendo sus labios con la lengua. Nate alzo lentamente el brazo que ella agarraba con ferocidad y acarició con suavidad la cálida tez de su futura secuestrada. Georgiana no esperaba un beso así, y si al principio, bien le había parecido excesivo y repugnante, ahora, tras sentirse más segura cuando percibió la delicada caricia que le había regalado su apuesto enemigo, participó con ganas en el beso y se fundieron en los labios del otro.

Lord Edgar aplaudió ruidosamente la escena y carcajeó con sarcasmo << Fantástica, fantástica escena… ¿Podemos terminar ya? >> dijo aún riendo falsamente. Nate se despertó de su ensueño y cayó en la cuenta de la situación en la que estaba. Esquivando la cabeza de su doncella y mirando al pedante de Edgar, le regaló una sonrisa y dijo: ¡Au revoir!
Nate Louis hizo girar su caballo y cabalgando hacía el bosque, desaparecieron en una tremenda y negra oscuridad. Georgia comenzó a chillar conmocionada y Nate Louis le tapó la boca, como pudo, con un pañuelo que llevaba en el cuello, le echó la caperuza de la capa, que llevaba ella a modo de abrigo sobre la cabeza, cobijándola en su pecho. Parece un saco, pensó Nate Louis y rió tranquilamente por la situación. Georgia apretujada contra el cuerpo de su secuestrador y agarrándose fuertemente a su cuerpo, por el temor de caerse de aquella bestia, comenzó a sentirse más segura al oír la risa tranquila del hombre que la sujetaba por la cintura. Se dio cuenta de que pronto la ataría para poder moverla, o quizás sería tan ingrato de dejarla con las articulaciones libres para que le pegue hasta escaparse. De repente escuchó otras fuertes pisadas de caballo a un lado del jinete. Dios, ¿será Lord Edgar? Podría ser que fuera a buscarla… ¿Pero cómo iba a ser eso posible? ¿Tanto le importaba? No parecía ser coherente, pero las fuertes pisadas de un caballo más, cabalgando, seguían ahí, contrariando su hipótesis. ¡Genial, alguien vendría a buscarla! No tardó demasiado en disminuir la velocidad de la bestia que cabalgaba bajo su cuerpo, y se dio cuenta de que probablemente Lord Edgar les había dado alcance y ahora tendría que dar duelo al maleante secuestrador. ¿Es qué no podía salir sin ocurrirle alguna desgracia? ¡Ay, Dios! ¡Qué vergüenza la suya!


Finalmente el caballo cedió de correr y en un instante se encontraba en los brazos de su secuestrador, de forma tan rápida que apenas podía haberse darse cuenta, y parecía estar moviéndose por dos fuertes piernas sobre el suelo. ¿Cómo ha podido bajarse así? Dios, estaba teniendo alucinaciones o algo por el estilo. Quizás un pequeño desmayo de segundos…

-¡Nate!

-Cállate, ¿cómo se te ocurre pronunciar mi nombre?- luego Nate Louis dirigiéndose a la chica asustadiza de sus brazos preguntó muy refunfuñado.- ¿Te has enterado, mujer?

Pero Georgia no respondió. Si bien la había asustado y al parecer el otro jinete no era más que un aliado de su enemigo, al menos les castigaría con su silencio. No pronunciaría palabra.

-Genial…- replicó.

-¿Pero a dónde la llevas?

-¿A dónde crees?

-No puedes llevarla a la casa, sabrá su localización y nos denunciará.

-Simples humanos no me asustan.- contestó sonriendo.- No puesto lleva tapados los ojos, amigo…

Georgiana comenzó a moverse bruscamente, pateando y abofeteando todo a donde alcanzaba sus piernas y brazos, pero una fuerte atadura la inmovilizó por completo. Le entró un escalofrío al contacto de algo tan helado, y rígido. Empezó a entrarle un frío insoportable y tiritó sin remediarlo. Deseaba poder ser fuerte como respuesta a la risita burlona de su secuestrador, pero no podía evitar que su cuerpo se estremeciera.



Se despertó más tarde en una acolchada cama, cómoda y suave, apoyaba su cabeza sobre la almohada con un dulce aroma aturdiéndola por toda la habitación. Abrió poco a poco los ojos y se encontró en un lugar desconocido. Las bajas paredes tenían un tapiz color crema, con rallas verticales en la zona superior e inferior de la superficie. Giró la vista por toda la habitación: Había una gran ventana cuadrada con largas cortinas rojizas echadas, a la izquierda de ésta, aguardaba un tocador con un espejo ovalado y un cepillo repleto de finos pelillos. Tras el tocador, una puerta entreabierta, pero no era capaz de divisar lo que había a detrás. Luego un espacioso armario de una madera sencilla y clara como el tocador y las mesillas de noche. Volvió a fijarse en la ventana iluminada por el sol, era de día. De repente recordó todo lo que había pasado los días anteriores y notoriamente la noche pasada. Lord Edgar se había presentado en su casa, descaradamente, para invitarla a una sencilla reunión en su recién adquirida mansión de Mirlo. Pero ella bien sabía que no era una sencilla reunión pues había llegado a sus oídos las historias del despiadado Lord Edgar, tan promiscuo y desdeñoso con las mujeres… Pero aceptó la invitación, cuando tras hablar con su familia de la petición deshonesta de semejante personaje. Su tía Nicole le confesó que fue quien se encargó del accidente de sus padres, aunque nunca se pudo conseguir ninguna prueba que le inculpara. Al día siguiente de saber la historia, la misma Georgia había ido a visitar Rellinon, donde residenciaba el lord, para aceptar la propuesta de Edgar.

Algo la sacó bruscamente de sus pensamientos, cuando el hombre enmascarado de la noche pasada, se precipitó en la habitación, sin llamar a la puerta.

-Oh, señorita, me complace que esté despierta.- saludó educadamente.- Supongo que le apetecerá desayunar.- añadió, sacando una gran bandeja de su espalda repleta de alimentos.

-No se le ocurra acercarse a mí, ser despiadado.- amenazó la chica desde la cama.

-No deberías ser tan hostil, querida. Tiene una apariencia tan hermosa, ahí tirada en la cama con los pelos desaliñados y su traje mal colocado…

Georgia reparó en su estado, tapándose con las mantas y alisándose el pelo con los dedos.

-No voy a hacerle daño, preciosa. No debe preocuparse.- inquirió amablemente.- Me presentaré.- añadió quitándose la máscara y el bigote falso.- Soy el duque Nathaniel de Deackerci.

Georgiana Da Coppi no tardó en reconocer al famoso duque de Deackerci.