viernes, 26 de marzo de 2010

Capítulo IV

La joven lo miró ofendida por la conclusión a la que había llegado el apuesto duque. Aunque al decir verdad, ¿qué iba a pensar? Viajaba en el coche de un maleante, a solas con el mismo maleante: Lord Edgar. ¿Qué podría ser si no? ¿Su hermana? ¿Su protegida? Resignada cerró los ojos y dio un profundo suspiro, elevando con lentitud su pecho, y provocando un apetito saciable a la mirada del duque de Dearckerci que no pensaba nada más en esos pechos.

Abrió los ojos como platos y luego se tranquilizó. Observó que el duque no se intimidaba por su feroz mirada y menos aún por estar mirando lo que no debía.

-Pues sí, mi duque. Lamento confesar que soy la puta de Lord Edgar.- dijo al fin.

Pero Nate Louis no podía creer sus palabras. Era demasiado hermosa... O era el más maravilloso regalo del mundo que se le presentara la oportunidad de pasar una noche de placer con la prostituta, y mujer, más bella que había visto jamás. O la maldición más terrible, puesto que una dama con esas maneras, gestos y mirada no podían ser más que de una señorita de buena familia. Una maldición.

-No me diga, señorita.- respondió el duque acercándose más a ella atravesando la cama a cuatro patas, con una sonrisa picarona en esos carnosos labios y un brillo especial en los ojos.- Entonces, no le importara pasar el día conmigo... Y la noche, ¿no?

Georgiana podía ver los deseos en aquellos ojos castaños tan encantadores, y también su reflejo. ¿Qué más podía pensar, si no, que era una prostituta? Tenía el pelo suelto y alborotado como si hubiera tenido la mejor noche de placer que cualquier humano podría. Su vestido estaba completamente arrugado y desajustado, no llevaba zapatos, ni medias...

-Lamento decirle que no, mi duque.

-Mi duque...- ronroneó el caballero que se había acercado tantísimo a su cuerpo que podía sentir las llamas electrizantes que se cruzaban de un cuerpo a otro. La mirada intensa que la abrasaba por cada segundo y la hacía desfallecer. Los labios que la llamaba a que los besara desenfrenadamente, y que besara cada parte de su cuerpo. ¿¡Dios, que tenía aquel demonio!? Empezó a hiperventilar antes de que el rostro del hombre se acercara más a su cuello, con los labios entreabiertos.

-No lo lamente tanto...- le susurró en sus oídos, haciéndola enloquecer. Tiene unos pomulos tan bonitos, pensó el duque.- Se me hace la boca agua querida.

Nate se acercó más a ese cuello tan apetecible, la abrazó dulcemente con los brazos por la cintura y la acercó aún más, moldeándola a su cuerpo. Ella sintió un escalofrío.

-Estas segura, amor...- le seguía susurrando- No tienes que preocuparte de nada estando conmigo. Yo me encargaré de todo.

Acto seguido, Georgiana soltó un gemido cuando notó los suaves labios del duque en su cuello. Sin pensar en lo que hacía, enlazó sus brazos con el y respiró su aroma. Olía tan bien, pero no podía identificar exactamente a qué. Pero sobretodo olía a hombre. Se moldeó aún más para sorpresa de Nate, que no podía aguantar más con ese olor tan dulce, esa piel extremadamente suave, ese cuerpo indomable... Se acordó de sus ojos, de esos profundos ojos azules que le aturbaban. Eran hermosos, como toda ella, pero hipnotizantes. Y deseaba estar más tiempo con ella antes de...

De repente la apartó dulcemente y girando sobre sus pies se alejó a la esquina que los mantendría más separados.

-Señorita Da Coppi, creo que debería desayunar algo... - explicó dirigiéndose lentamente por la puerta.- Y yo también si no quiero volverme loco.- se susurró más para sí mismo que para ella.

-Claro.- respondió ella cogiendo aire sin cesar para poder calmar su corazón.- Esto... su excelencia, me veran los criados.

-Primero, señorita Da Coppi. Me ennervía que me llame su excelencia. Le ruego que me llame por mi nombre. A cambio yo me dirigiré a usted por igual.

-No veo el por qué, su excelencia. Usted es un duque y yo una señorita con nombre.- replicó Georgiana, pero cambió de opinión cuando miró esos ojos castaños desafiantes, que le advertían que no la contrariara o pasaría lo peor.

- De acuerdo.- se susurró a sí misma. Y comenzó.- Señor Nathaniel, temo que sus criados me encuentren y me reconozcan y mi reputación se vaya a pique.

Aunque pensándolo bien, ya se estaba yendo a pique. Iba a asistir a una supuesta reunión con un caballero, pero un asaltante la secuestro y no por horas. Comprendió que ya no había marcha atrás y que su reputación no le quedaba ni pizca. Se quedó fría y se le olvidó respirar. Sintió un ligero mareo que la hizo tambalearse. De repente estaba el duque junto a ella agarrándola y acunándola en sus brazos antes de recostarla en la cama. Ella giró su mirada a la esquina donde se había refugiado el duque hasta hacía unos instantes y se quedó impresionada de que apenas se percatara de los movimientos del duque. Tendría que asistir al médico porque al parecer sufría pequeños trastornos de pérdida de inconsciencia instantáneos. Nathaniel apoyó su fría mano sobre la frente de la jóven con la intención de que le sirviera para recuperarse. Se había quedado blanca, como un muerto. Se rió de lo irónico de la situación.

-¿De qué se rie, usted, su... Nathaniel?

-De lo preciosa que esta mi señorita Georgiana cuando se le bajan los humos.

Esa respuesta la descompuso y cerró los ojos dejándose cuidar. Se mantuvieron así durante unos instantes y aquella mano tan terriblemente fría le estaba sirviendo de gran ayuda. Al menos, hasta que su barriga comenzó a reclamar alimento. Nathaniel se percató de aquello, con suma facilidad. Y se marchó por la puerta dejándola sola. Era bochornoso que el mismo duque hubiera escuchado las necesidades de su cuerpo, y no solo se refería al hambre. En pocos segundos apareció el duque con una bandeja repleta de comida.

-Desconozco sus gustos, Bella Siniora - le sonrío con delicadeza. Era mortal la belleza de aquel hombre. Cayó en la cuenta de que la casa no debía ser demasiado grande, puesto que las dos veces que había salido el caballero de la habitación, apenas había tardado unos instantes en aparecer por la puerta. Eso la hizo entender que debían estar en una casa muy humilda adquirida por el duque para sus días repentinos. O para sus orgías. Entonces se sobresaltó pensando en la cama que estaba debajo. Las sábanas... Nathaniel pareció comprender el hilo de pensamiento de Georgiana y soltando una carcajada dijo.

-No debe preocuparse, señorita. Cuando la trajimos, había ropa recien comprada de la ciudad. La estrena usted misma.

Georgiana lo miró confusa, ¿La trajimos?

-¿A quién se refiere, usted, señor Nathaniel?- inquirió la chica, sin quitarle el ojo de encima mientras se incorporaba sobre el respaldo.

Nathaniel comprendió que había dicho más de lo justo y decidió ignorarla. Cogió uno de los panecitos blancos de la bandeja y se lo ofreció a la chica. Ésta lo rechazó y él, resignado y con una sonrisa pícara, se lo devolvió a su boca tragándoselo en pocos segundos.

-No coma así, señor. Se atragantará y desconozco donde nos situamos, no podría llamar a un médico.- bromeó la jóven.

-No hará falta querida, estoy seguro de que no hará falta.- Había algo significativo en esa sonrisa, en esos ojos brillantes, pero no lograba averiguar el qué.- No obstante, nos aguardamos en Cressis Roll, a muchos metros del camino donde la secuestré.

-¿Por qué me lo explica?

-Porque no tengo intenciones de retenerla, eternamente. Aunque sí una larga temporada.

-No debería, usted, hacer eso, duque de Deackerci. Le recuerdo que tengo una reputación y debo aguardarla.

-¿Realmente cree qué le queda reputación habiéndose marchado con Lord Edgar, famoso por sus fiestas pasionales, y luego secuestrada por un jinete negro?- le sonrió.

-No entiendo de que se rie, Nathaniel. Ha exterminado mi vida.- le reprochó enfadada.

-Oh, no. Se la habría exterminado usted, de haberse marchado definitivamente con Edgar. Yo la he salvado.

-Eso aún está por ver. Me parece que será peor el remedio que la enfermedad, duque de Deackerci. Puesto que usted mismo me acaba de confesar que no piensa dejarme ir en una temporada. ¿Es qué acaso va a casarse conmigo, caballero?

Nathaniel se tragó la broma y poniéndose rígido comenzó a levantarse de la cama.

-Bromeaba duque. Jamás podría engañarle para que se casara conmigo.- rectificó Georgiana entristecida. Casandose con un duque, sí, ya. ¿Y después qué? Dándose cuenta de que el hombre la tendia una mirada compasiva.













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