miércoles, 31 de marzo de 2010

Capítulo VI

Estaba tumbada en la cama, con el cuerpo húmedo de sudor, las manos le temblaban y aunque no era capaz de verse, estaba segura que tendría una fachada detestable. Pero ahí estaba él, mirándola con ojos dulces y preocupados, su rostro mostraba nostalgia por algo que anhelaba y que ella no tenía ni idea de qué podría ser. Y en un instante su mano había agarrado la cabeza de aquel hombre, arrastrándolo hacía ella. Su vestido se había desintegrado y notaba el peso del cuerpo de aquel hombre moviéndose sin cesar, frío como el hielo. La besaba en los labios, la mejilla, la nariz, el mentón, el cuello, los pechos. Volvió a subir y entonces un dolor puntiagudo penetró en ella. No podía gritar, mas si no era de placer, y entonces lo vio todo negro.

Una fuerte jaqueca le atornillaba la cabeza. Tenía los músculos de todo el cuerpo, doloridos, como si le hubieran dado la peor paliza del siglo, y el cuello le quemaba fervientemente. Ansiaba moverse, gritar, poder lamentarse de su dolor, pero estaba completamente paralizada. Entonces se dio cuenta de que no sentía nada más sino el dolor que la torturaba sin compasión. Pero no llegaba a comprender que era aquello que la mantenía inmóvil. ¿Cuerdas? ¿Fuertes brazos? No tenía ni idea de que sería, tan solo que tenía la sensación de que no le pertenecían ningún miembro de su cuerpo.

El cuello le seguía ardiendo, pero especialmente en la zona izquierda, aunque no sabría especificarlo. Georgiana intentó concentrarse en algo exterior a su dolor, algo que identificase donde se encontraba, y qué es lo que le había pasado, pero tan solo sentía dolor y más dolor. La cabeza le iba a explotar y su cuello no paraba de arder.

Su cuerpo empezó a temblar, el cuello ardía más y más, extendiéndose por el resto del cuerpo, proporcionando una sensación cálida y agradable en todas las zonas. Escuchaba como sus latidos sonaban fuertes, ágiles y rápidos, parecía que el corazón se le saldría del pecho. Intentó respirar profundamente para tranquilizar ese desasosiego interminable, pero no había aire que respirar. No sentía que sus pulmones se llenaran de aire y lo soltaran poco a poco. Ni ya tampoco sus músculos. Solo notaba, e incluso, escuchaba los latidos del violento corazón, brusco y desenfrenado.
El cuerpo estaba extremadamente caluroso, al contrario que el cuello, que se mantenía completamente frío. Parecía que estaba rodeada de fría y dura piedra. Esa sensación seguía repitiéndose por cada extremidad de su acalorado cuerpo, haciéndola sentir encerrada en duro y frío mármol. Siguió con los brazos, y el pecho, por la cintura… Como si la introdujeran en una estrechísima cámara de hielo. Una escultura moldeada a su cuerpo.
La sensación fría prosiguió por las caderas, los muslos, gemelos, tobillos y finalmente los pies. Se introducía en el hielo, cubriéndola dedo a dedo. Hasta llegar al meñique. Éste tardó varios segundos más, cambiando de temperatura radicalmente y transformándose en ardiente fuego.

Y como si fuese un breve soplido, el frío terminó por envolverla por completo. Su corazón continuaba latiendo fuerte y cabreado. Tan ruidoso que daba miedo. Desconocía que era lo que le estaba ocurriendo, pero imaginó que sería un castigo de Dios por tal acto con el señor Meryton, o duque de Deackerci.

Intentó concentrarse en cualquier otra cosa que la hiciera olvidar en su rítmico corazón violento. Pero era imposible, sus oídos no oían más que los latidos peleando. Su olfato no percibía más que el duro acero. La vista no veía absolutamente nada y el tacto era completamente imperceptible, a excepción de una rígida roca. El fuerte dolor, punzante, pasó de la cabeza al pecho frío. Y no sintió más que eso durante un largo período. Mucho frío.

Y en un instante dejó de sentir todo. Sus oídos no captaban nada, su nariz no olfateaba nada. Y sus oídos no escuchaban ningún sonido. ¿Eso era la muerte? De repente recordó todo lo que le había pasado. Se llamaba Georgiana Da Coppi. Hija de Lord Lawrence Da Coppi, hijo de un burgués francés, que había muerto con su madre en extrañas circunstancias. Vivía con sus tías y sus primos en un pueblo rico de Inglaterra. Tenía el pelo oscuro y largo, con bonitas ondulaciones. Sus ojos le recordaban al mar profundo de las aguas caribeñas que había surcado con su tío James. Y su cara presentaba unos pronunciados hoyuelos, tan pronunciados tanto como si estuviera sería o como si sonreía con sus mayores ganas.

Comprendió que el dolor había pasado. Había recuperado el olfato, el oído, el tacto. Aunque seguía sintiendo fría piedra a su alrededor. Entonces decidió enfrentarse a la vista. Abrió poco a poco los ojos.

Estaba en una habitación diferente. La cama en la que descansaba era más presidencial, con una colcha del color de la sangre. Con finas capaz ligeramente recaídas en los marcos que rodeaban la cama. Como si fuese un mosquitero. Era una habitación extensa y decorada con el mejor gusto, típico de un duque. Oh, claro. El duque de Deackerci. ¿Pero dónde se había metido? ¿Sabía él lo qué le había pasado?

Comenzó a incorporarse lentamente y feliz de que no sintiera ningún otro dolor punzante en ninguna parte de su cuerpo. Dirigió sus manos a la cabeza y se tocó el cabello suave y largo. Parecía haber crecido. Notó algo extraño en sí misma. Su piel estaba fría y lisa, como si la hubieran purificado. Agachó la cabeza para mirar la fachada que representaría y se le antojó de lo más inocente, recostada en la cama, con el vestido perfectamente colocado y tendido. Como una damisela en apuros, que habían salvado.

martes, 30 de marzo de 2010

Capitulo V

Una mujer de mediana edad entró justo en el momento que ella salía del baño. Con toallas en la mano, y unas medias. ¡Gracias a Dios! Georgiana se acercó enseguida, cerrando la puerta cuando pasó la mujer y recibiendola con una sonrisa agradecida.

-Aquí se lo dejo, señorita.- explicó la señora, dejando las cosas encima de la cama.- El señor Meryton volverá en un rato, se ausentó esta mañana para unos recados personales. ¿Se aseo, usted, ya?

-Muchas gracias.- musitó Georgia.- Sí, me bañé ya.

-No se avergüence, señorita McGreyson, ya nos explicó el señorito Nate la desafortunada aventura que participó anoche.- la mujer la miró con una dulce sonrisa y comprensiva y agarrándola de las manos le dijo.- Lamento lo que pasó, aunque afortunadamente, el señor Meryton estuvo en el lugar oportuno a la hora oportuna, ¿no cree señorita McGreyson?

-Sí, es cierto...

-¡Oh, Señor, que maleducada soy! Perdóneme, señorita McGreyson. Mi nombre es Margarette, Margarette Lupin. Estoy encantadísima de conocerla. Confío en que el señor Meryton la trate con educación. ¡No he conocido a hombres más bueno, agradable y por supuesto, apuestísimo! - la cara de la señora Lupin se crispó de inmediato, y con las mejillas sonrojadas, miró hacía abajo y se disculpó con un hilo de voz.

-Perdóneme, señorita McGreyson. No conozco a una persona más bocaza que yo misma. No se moleste conmigo, se lo ruego.

Georgia se conmovió con la mujer. Con fachada de madura y personalidad excitable. ¡Qué simpática! Pero no comprendía en que demonios estaría pensando el duque de Deackerci a señalarle como señorita McGreyson. Lógico, inventar un nombre con el objetivo de que no la reconociera ninguna persona, pero... ¿Por qué McGreyson? ¿Es qué no se le ocurrió un nombre más horrendo? Comprendió que lo mejor sería darle un nombre de pila inventado, pues no deseaba volver a escuchar que la nombraran como "señorita McGreyson" ¡Vaya gusto!

-Oh, señora Lupin, por favor. No se retracte. Para nada me resultó atrevida, y mucho menos me molestaré con una mujer de tal postura. Es muy amable y simpática. Nunca podría molestarme con usted, no tema.- respondió la chica con toda dulzura.- aunque... A cambio, me gustaría pedirle que me llamara con mi nombre de pila. No es culpa mia que mi padre tenga un apellido tan horrible ¿no es cierto? Llámeme Lane.

-Bonito nombre querida. ¿Es el nombre de su madre?

-Sí.- respondió Georgia con un hilo de voz. Lane había sido el nombre de su madre antes de morir, y siempre le habría gustado llamarse así. Adoraba cuando algún anciano la reconocía por su parecido con su madre, y así sin más, la llamaba Lane.

- Bueno, señorita Lane, dudo que el señor Meryton tarde mucho más. La dejo para que termine de arreglarse y les serviré la comida.

- Oh, señora Lupin, le agradecería que me acompañase. Mi traje es muy bonito, pero bien complicado. Me cuesta mucho ajustarmelo sola.

La buena señora le respondió con una sonrisa antes de acercarle el par de medias y recoger el vestido del cuarto de baño. Georgia abandonó la toalla, apoyándola en la cama, e inclinandose para ponerse la ropa interior y después las medias. La señora Lupin la ayudó con el ajustado corsé y luego a ponerse el vestido. Le cepilló el cabello cien veces, hasta dejarlo liso y suave como la seda. Ya estaba decente y la señora Lupin se dirigía a la puerta cuando le dijo:

-Por cierto, Margarette.

-¿Perdón?- preguntó confusa la joven.

-Llámeme Margarette. Me cayó usted en gracia, señorita Lane. Espero tenerla por aquí muy a menudo.

Y con esto se fue, dejando a Georgia con la mayor confusión. Nunca se había sentido feliz de caerle bien a ningún criado, pero aquella mujer tenía algo. Parecía conocer bien al duque y ella quería conocerle tan bien algún día. Sonrío y se tornó al baño donde se miró al espejo. De acuerdo, perfectamente presentable, se dijo a sí misma y acto seguido se pellizcó suavemente las mejillas y volvió a sonreir. Se dirigió al cuarto para sentarse en el tocador mientras toqueteaba un libro sobre la vida de una chica sencilla y humilde, enamorada del gran príncipe de Fracia. Al final de la historia acabarían juntos.

Suspiró.

-Ójala todas las historias acabaran así.- susurró. Apenas le conocía, pero algo tenía aquel hombre que la hacía suspirar y hiperventilar a la vez. La ponía nerviosa y la impartía en la mayor calma, como si estuviese en un cálido baño. Cuando se acercaba la ponía tan, tan...

-¿Qué historias?- apareció una voz varonil desde su espalda, haciéndola detener sus pensamientos. Se giró para observar esos hipnotizantes ojos castaños, de caramelo...

No respondió, pero tampoco le molestó a Nate, puesto que él mismo se ensismó en su belleza inhumana. El pelo le caía en cascada por los hombros, dejando la frente despejada. Sus profundos ojos color mar, lo escrutaban con deseo y él notaba, en sus pantalones, que le correspondía. Su pequeña naricita, sus dulces labios que ansiaba por probar. Su cuello... Su cuello. Perdío el hilo de sus pensamientos cuando pensó en la sed que lo embriagaban. Pero algo lo desató de ese deseo, poco más abajo, un colgante, del azul de sus ojos, descansaba en los jóvenes y lisos pechos que comenzaban a moverse estrepitosamente, arriba y abajo. Entonces vio como su cuerpo caía al suelo, los ojos medio cerrados, un ligero sudor por su cara, por su cuello, por sus senos. Le volvía loco, no podía soportar más estar a su lado sin tocarla, sin saborearla.

La agarró tranquilamente antes de que cayera al suelo, y sin esfuerzo ninguno, la apoyó en la cama. Se sentó a su lado para tocar su gélida cara. Su cuerpo se estremeció por el contacto. Hacía tanto tiempo que no tocaba la piel de una mujer si no era para llevarla a su alcoba. Por el contrario, él la tocaba con suavidad, sin querer hacerle daño, sin sed por ella, sin querer darle placer. No, eso no era cierto. Quería darle placer, pero no sin su consentimiento. Aunque nunca había violado a ninguna mujer, ni nunca lo haría. Ninguna otra le había rechazado, y en el caso en que una de su especie lo rechazara, tan solo tendría que utilizar sus dotes.

Georgiana era tan bella, tan delicada y bonita. Sencilla pero hermosa. Su piel suave como la seda, casi translúcida, daba a entender que era de la nobleza. Quizás pudiera casarse con ella. ¡Pero, Dios! ¿Desde cuándo pensaba él en casarse? Se estaba desmoronando. Esa hija del demonio, le estaba introduciendo en su propio infierno. Nate amaba su vida, sin ataduras de ningún tipo. Con riquezas sin límites y lo usaba así como quería. Su inmortal belleza le había regalado una excitante vida sexual, no había moza que lo rechazara, y era completamente insaciable. Las mujeres caían agotadas a sus pies, literamente. Y era entonces cuando la sed triunfaba y terminaba de saciar sus necesidades, aprovechándose más de ellas.

Escuchó que su respiración volvía a suavizarse, escuchaba el aire que transpiraba por la nariz, su pecho volvía a elevarse, y su cara a tener color. Casi había conocido como sería su aspecto si él se atreviese a tenerla como esposa. Casi...

- ¿Georgia? Georgiana, ¿está bien?

Abrió los ojos poco a poco, cesó de sudar y se movían los labios, pero no emitían ningún sonido. Él la sonrío y la besó en la frente y notó la profunda respiración de la chica. Se retiró rápidamente, asustado, de que volviera a desmayarse. Comenzó a alarmarse, e intentó incorporarla sobre el respaldo.

-Vamos, Georgia. Por favor, no me hagas más eso.- le suplicó sin darse cuenta de lo que decía. Ella se percató del brillo de los ojos de su secuestrador, y la preocupación que reflejaba su rostro. La conmovió.

Elevó su brazo y lo introdujo en el cabello rubio y liso, tan suave, del duque. Acercándolo a ella lentamenta, hasta que aspiró su aroma embriagador, la sensación electrizante luchando entre los dos cuerpos, la suave respiración acariciando su tez. Sus ojos la atravesaban como un rayo, anhelandola. Las manos de Nate se apoyaron en el rostro y descendieron por su cuello, hasta rozar sus suaves pechos. No aguantó más.

Desgarró el vestido, dejándola totalmente como vino al mundo, y abalanzandose sobre ella.

viernes, 26 de marzo de 2010

Capítulo IV

La joven lo miró ofendida por la conclusión a la que había llegado el apuesto duque. Aunque al decir verdad, ¿qué iba a pensar? Viajaba en el coche de un maleante, a solas con el mismo maleante: Lord Edgar. ¿Qué podría ser si no? ¿Su hermana? ¿Su protegida? Resignada cerró los ojos y dio un profundo suspiro, elevando con lentitud su pecho, y provocando un apetito saciable a la mirada del duque de Dearckerci que no pensaba nada más en esos pechos.

Abrió los ojos como platos y luego se tranquilizó. Observó que el duque no se intimidaba por su feroz mirada y menos aún por estar mirando lo que no debía.

-Pues sí, mi duque. Lamento confesar que soy la puta de Lord Edgar.- dijo al fin.

Pero Nate Louis no podía creer sus palabras. Era demasiado hermosa... O era el más maravilloso regalo del mundo que se le presentara la oportunidad de pasar una noche de placer con la prostituta, y mujer, más bella que había visto jamás. O la maldición más terrible, puesto que una dama con esas maneras, gestos y mirada no podían ser más que de una señorita de buena familia. Una maldición.

-No me diga, señorita.- respondió el duque acercándose más a ella atravesando la cama a cuatro patas, con una sonrisa picarona en esos carnosos labios y un brillo especial en los ojos.- Entonces, no le importara pasar el día conmigo... Y la noche, ¿no?

Georgiana podía ver los deseos en aquellos ojos castaños tan encantadores, y también su reflejo. ¿Qué más podía pensar, si no, que era una prostituta? Tenía el pelo suelto y alborotado como si hubiera tenido la mejor noche de placer que cualquier humano podría. Su vestido estaba completamente arrugado y desajustado, no llevaba zapatos, ni medias...

-Lamento decirle que no, mi duque.

-Mi duque...- ronroneó el caballero que se había acercado tantísimo a su cuerpo que podía sentir las llamas electrizantes que se cruzaban de un cuerpo a otro. La mirada intensa que la abrasaba por cada segundo y la hacía desfallecer. Los labios que la llamaba a que los besara desenfrenadamente, y que besara cada parte de su cuerpo. ¿¡Dios, que tenía aquel demonio!? Empezó a hiperventilar antes de que el rostro del hombre se acercara más a su cuello, con los labios entreabiertos.

-No lo lamente tanto...- le susurró en sus oídos, haciéndola enloquecer. Tiene unos pomulos tan bonitos, pensó el duque.- Se me hace la boca agua querida.

Nate se acercó más a ese cuello tan apetecible, la abrazó dulcemente con los brazos por la cintura y la acercó aún más, moldeándola a su cuerpo. Ella sintió un escalofrío.

-Estas segura, amor...- le seguía susurrando- No tienes que preocuparte de nada estando conmigo. Yo me encargaré de todo.

Acto seguido, Georgiana soltó un gemido cuando notó los suaves labios del duque en su cuello. Sin pensar en lo que hacía, enlazó sus brazos con el y respiró su aroma. Olía tan bien, pero no podía identificar exactamente a qué. Pero sobretodo olía a hombre. Se moldeó aún más para sorpresa de Nate, que no podía aguantar más con ese olor tan dulce, esa piel extremadamente suave, ese cuerpo indomable... Se acordó de sus ojos, de esos profundos ojos azules que le aturbaban. Eran hermosos, como toda ella, pero hipnotizantes. Y deseaba estar más tiempo con ella antes de...

De repente la apartó dulcemente y girando sobre sus pies se alejó a la esquina que los mantendría más separados.

-Señorita Da Coppi, creo que debería desayunar algo... - explicó dirigiéndose lentamente por la puerta.- Y yo también si no quiero volverme loco.- se susurró más para sí mismo que para ella.

-Claro.- respondió ella cogiendo aire sin cesar para poder calmar su corazón.- Esto... su excelencia, me veran los criados.

-Primero, señorita Da Coppi. Me ennervía que me llame su excelencia. Le ruego que me llame por mi nombre. A cambio yo me dirigiré a usted por igual.

-No veo el por qué, su excelencia. Usted es un duque y yo una señorita con nombre.- replicó Georgiana, pero cambió de opinión cuando miró esos ojos castaños desafiantes, que le advertían que no la contrariara o pasaría lo peor.

- De acuerdo.- se susurró a sí misma. Y comenzó.- Señor Nathaniel, temo que sus criados me encuentren y me reconozcan y mi reputación se vaya a pique.

Aunque pensándolo bien, ya se estaba yendo a pique. Iba a asistir a una supuesta reunión con un caballero, pero un asaltante la secuestro y no por horas. Comprendió que ya no había marcha atrás y que su reputación no le quedaba ni pizca. Se quedó fría y se le olvidó respirar. Sintió un ligero mareo que la hizo tambalearse. De repente estaba el duque junto a ella agarrándola y acunándola en sus brazos antes de recostarla en la cama. Ella giró su mirada a la esquina donde se había refugiado el duque hasta hacía unos instantes y se quedó impresionada de que apenas se percatara de los movimientos del duque. Tendría que asistir al médico porque al parecer sufría pequeños trastornos de pérdida de inconsciencia instantáneos. Nathaniel apoyó su fría mano sobre la frente de la jóven con la intención de que le sirviera para recuperarse. Se había quedado blanca, como un muerto. Se rió de lo irónico de la situación.

-¿De qué se rie, usted, su... Nathaniel?

-De lo preciosa que esta mi señorita Georgiana cuando se le bajan los humos.

Esa respuesta la descompuso y cerró los ojos dejándose cuidar. Se mantuvieron así durante unos instantes y aquella mano tan terriblemente fría le estaba sirviendo de gran ayuda. Al menos, hasta que su barriga comenzó a reclamar alimento. Nathaniel se percató de aquello, con suma facilidad. Y se marchó por la puerta dejándola sola. Era bochornoso que el mismo duque hubiera escuchado las necesidades de su cuerpo, y no solo se refería al hambre. En pocos segundos apareció el duque con una bandeja repleta de comida.

-Desconozco sus gustos, Bella Siniora - le sonrío con delicadeza. Era mortal la belleza de aquel hombre. Cayó en la cuenta de que la casa no debía ser demasiado grande, puesto que las dos veces que había salido el caballero de la habitación, apenas había tardado unos instantes en aparecer por la puerta. Eso la hizo entender que debían estar en una casa muy humilda adquirida por el duque para sus días repentinos. O para sus orgías. Entonces se sobresaltó pensando en la cama que estaba debajo. Las sábanas... Nathaniel pareció comprender el hilo de pensamiento de Georgiana y soltando una carcajada dijo.

-No debe preocuparse, señorita. Cuando la trajimos, había ropa recien comprada de la ciudad. La estrena usted misma.

Georgiana lo miró confusa, ¿La trajimos?

-¿A quién se refiere, usted, señor Nathaniel?- inquirió la chica, sin quitarle el ojo de encima mientras se incorporaba sobre el respaldo.

Nathaniel comprendió que había dicho más de lo justo y decidió ignorarla. Cogió uno de los panecitos blancos de la bandeja y se lo ofreció a la chica. Ésta lo rechazó y él, resignado y con una sonrisa pícara, se lo devolvió a su boca tragándoselo en pocos segundos.

-No coma así, señor. Se atragantará y desconozco donde nos situamos, no podría llamar a un médico.- bromeó la jóven.

-No hará falta querida, estoy seguro de que no hará falta.- Había algo significativo en esa sonrisa, en esos ojos brillantes, pero no lograba averiguar el qué.- No obstante, nos aguardamos en Cressis Roll, a muchos metros del camino donde la secuestré.

-¿Por qué me lo explica?

-Porque no tengo intenciones de retenerla, eternamente. Aunque sí una larga temporada.

-No debería, usted, hacer eso, duque de Deackerci. Le recuerdo que tengo una reputación y debo aguardarla.

-¿Realmente cree qué le queda reputación habiéndose marchado con Lord Edgar, famoso por sus fiestas pasionales, y luego secuestrada por un jinete negro?- le sonrió.

-No entiendo de que se rie, Nathaniel. Ha exterminado mi vida.- le reprochó enfadada.

-Oh, no. Se la habría exterminado usted, de haberse marchado definitivamente con Edgar. Yo la he salvado.

-Eso aún está por ver. Me parece que será peor el remedio que la enfermedad, duque de Deackerci. Puesto que usted mismo me acaba de confesar que no piensa dejarme ir en una temporada. ¿Es qué acaso va a casarse conmigo, caballero?

Nathaniel se tragó la broma y poniéndose rígido comenzó a levantarse de la cama.

-Bromeaba duque. Jamás podría engañarle para que se casara conmigo.- rectificó Georgiana entristecida. Casandose con un duque, sí, ya. ¿Y después qué? Dándose cuenta de que el hombre la tendia una mirada compasiva.













miércoles, 24 de marzo de 2010

Capítulo III

He escogido los mismos protagonitas de una de los libros, aunque obviamente, los nombres, tanto de los personajes, como de las ciudades, son míos. No me sorprendería que alguien leyera algunos trozos similares a historias leídas. Repito que la idea mía fue fundir ambas historias y modificarlas con pequeños detalles. Muchos besos a todas.





El hombre que aún esperaba en la entrada de la puerta, era nada más y nada menos que el célebre duque de Deackerci. La cara de Georgiana mostraba la sorpresa al reconocer al duque, pero pronto volvió a recuperarse intentando mostrar un aspecto indiferente a la reacción. Nate se percató por completo de que la chica lo había reconocido sin problemas, pero ¿cómo era posible no reconocerle? Hasta donde sabía era el principal objetivo de las damas solteras de la ciudad, y con lo cual, el continuo tema de conversación entre las mujeres de alta clase. Debido a las interminables entrevistas con numerosas damas, finalmente Nathaniel Louis Meryton, cansado de una vida tan ajetreada y de convivir con poquísima intimidad, decidió que unas buenas vacaciones le vendrían bien. Pero para los habitantes de Bean Lophe, el apuesto duque de Deackerci había escapado con una jovencita de baja alcurnia, embaraza y sin reputación que salvar, la había instalado con su progenitor en alguna casucha fuera del continente para aislarla de todo aquel que pudiera revelar el oscuro secreto.

Después de algo más de un año, Georgiana era la primera en ver al famoso duque y más aún: estaba en un cuarto a solas con él. Cualquier señorita habría soñado con mucho menos…

Reconocía bastante bien, pese a haberle visto poquísimas ocasiones, el pelo castaño claro con mechones dorados y brillantes, que se intensificaban en la época de verano. Lo llevaba a la moda, es decir, aparentemente despeinado y naturalmente liso y recortado. Los ojos marrones, eran claros, casi castaños, la observaban sin cesar.

Nathaniel observaba la belleza que tenía delante. Tenía un rostro exquisito, delicado y ligeramente ovalado. Los ojos eran turbadores, oblicuos y exóticos. Unos ojos de un azul oscuro en aquella preciosa cara; muy azules y muy límpidos, como cristales. Los labios eran suaves, lisos; y la nariz recta y delgada. Un tupido cerco de pestañas oscuras enmarcaba aquellos extraordinarios ojos, sobre los que se arqueaban unas graciosas cejas oscuras… Su pelo oscuro, casi negro como las alas de un cuervo, rodeaba delicadamente el rostro con sencillos ricitos adornando según la moda. Dando así, una piel tan pura, parecida al marfil.

Una mujer que sin duda, cortaba el aliento. Y la belleza no solo se reducía a la cara. Su estatura baja, le daba una apariencia adorable, pero no infantil. No obstante no inferior al metro sesenta. Unos firmes y jóvenes pechos se apretaban contra la leve muselina del vestido rosado. No era, ciertamente, un vestido escotado, pero de algún modo lo tentaba a lo más inapropiado... Deseaba desnudar su cuerpo, verla... ¡Dios cuánto hacía que no le pasaba algo semejante! ¡Siglos! pensó al sentir la repentina erección bajo sus pantalones. Debía decir algo, cualquier cosa. Habían permanecido mirándose el uno al otro durante largos minutos y debía romper el hielo si no quería asustar a la bella dama y hacerla gritar, y no sería de placer… A su pesar.

-Me reconoce, ¿no es cierto?

-¿Eh?- se sobresaltó Georgiana cuando la despertó de su análisis detenido sobre tan apuesto caballero.
Era detestable que aquel hombre fuera tan terriblemente apuesto y que desde que presenció la habitación su corazón no había conseguir frenar de unas profundas palpitaciones.

Ahí colocado, con la figura casualmente apoyado en el marco de la puerta, tenía un aspecto de lo más apetitoso. Nunca había conocido a un dios, pero ahora sabía perfectamente cómo debía tener la forma… Su profunda mirada era hipnotizadora, sus ojos amarillos expresaba distancia e interés a su vez … Su recta y lisa nariz era encantadora y fruncía una irresistible sonrisa de dientes perfectos y blancos…. Pero aterradores.

-¿Señorita?

-Discúlpeme, su excelencia. Estoy algo aturd… Confundida, por el momento. ¿Por qué me ha secuestrado?

-No sé si usted era consciente de la compañía que tenía. Lord Edgar no es un caballero muy… -no sabía como debía terminar la frase.- Bueno directamente no es un caballero.

-¿Y usted qué sabe? Si me permite preguntar.

-Lo conozco, perfectamente, señorita…- Georgiana se quedó extrañada.

-Discúlpeme, milady. Pero ¿puedo preguntar su nombre?- aclaró el joven con tono de inocencia.

-Oh, Georgiana Da Coppi.- contestó la chica avergonzada por su recién estupidez. Alzó los ojos y comprobó que el duque Nathaniel se había acercado aún más.- ¿Qué hace, señor?

Nate se sentó lentamente en la cama junto a ella, y Georgiana automáticamente se arrinconó en el otro extremo de la cama. El chico sonrío divertido por la situación y extendió la mano para acariciar su brazo. Ella retiró su mano y la escondió bajo las sábanas apoyándola en el vientre.

-Su excelencia, ¿le importaría traerme poco de agua? Estoy sedienta.

-Por supuesto, señorita Da Coppi. Vengo en un segundo.- respondió con una radiante sonrisa y salió por la puerta.

Georgiana salió rápidamente de la cama y observó su fallada en el espejo del tocador. Tenía el pelo suelto y completamente desarmado, ¡cómo una furcia! El traje completamente descolocado dejando entrever el comienzo de uno de los senos ¡Qué vergüenza! ¿Lo habría visto? En un abrir y cerrar de ojos apareció el maravilloso chico detrás de ella, por fortuna, fue ágil introduciendo su seno dimimuladamente antes de girarse. El duque estaba mirándola con deseo en los ojos, y la boca media abierta. Desde luego si tuviera babas se le caería irremediablemente… ¡Pero qué mujer! Era tremendamente sexy con esas pintas… Cuanto desearía verla aún más informal… Como quizás, desnuda.

-Señorita, me apena confesarle, que me temo que nunca saldrá de esta casa.

Aquellas palabras la aterrarron. ¿Hablaba en serio? ¿Iba a matarla? Nate comprendió el miedo en sus ojos y añadió.

-Oh, no, señorita Da Coppi. Como amante, por supuesto.

Eso la aterró aún más y la sedujo a su vez. ¿Es qué la deseaba?

-Espero que sepa, su excelencia, que estas no son mis maneras, en absoluto.- explicó nerviosa la chica, y algo cohibida.- Aún no me ha respondido a mi pregunta, ¿por qué me ha secuestrado?

-Por su infatigable belleza, me habría gustado contestarle, señorita. Pero no. Temí por su vida cuando la vi en las garras de Lord Edgar. ¿Es qué usted deseaba ir con él?- preguntó el duque con interés. No le parecía probable. Ella era una señorita y pese a las pintas que presentaba, parecía una chica noble y respetable. No comprendía como había sido capaz de montar en ese carruaje a una salvajada segura.

-Sí.

-¿Perdón? ¿Ha dicho que sí?

-Sí, su excelencia.

-¿Es qué es masoquista?- empezaba a mosquearse con la situación.- ¿O quizás no es lo que parece?

-Me temo que no le comprendo, su excelencia.- respondió sinceramente la chiquilla.- ¿A qué se refiere con "lo que parece" ?

-No quiero ofenderla, señorita Da Coppi, ¡que Dios me libre! Pero a no ser que usted sea prostituta, no comprendo su viaje a Mirloville junto con aquel canalla.- explicó escrutándola con los ojos. Notó un brillo especial en los ojos de ella, pero no los de la resignación sin duda. Por el contrario.

martes, 23 de marzo de 2010

Capítulo II

La chica dio un pequeño grito que provocó un sobresalto de Darien que retrocedió.
-Tranquilo, chico.- dijo este, señalando al caballo para que siguiera retrocediendo.
Georgiana asustada, se agarró fuertemente a la chaqueta del enemigo, cerró los ojos y rezó todo lo que pudo.

-No se preocupe, señorita. Aquí estará segura.- aseguró.

Aunque ella no se sentía tan segura, se enderezó sobre el caballo intentando confiar en las palabras que le había recitado. Georgiana comprobó que el odioso hombre que la acompañaba hasta hacía un momento, sonreía y se divertía con la situación. Lo odió aún más.

Volvió su rostro a la posición de Nate Louis quien la aferraba con sus fuertes brazos, sus muslos… Georgiana se percató de lo íntimo de la situación. Se había quedado mirando el fornido cuerpo del enemigo, y se dio cuenta de que estaba sentada entre los muslos del él, notando en su pierna el miembro viril del hombre. ¡Dios qué vergüenza! Georgia, contrólate esos pensamientos… Pero no podía evitar pensar en los grandes que eran aquellos bíceps; como se notaba el duro pecho que tenía, puesto que estaba tan amarrada a él, y tan cerca de su cuerpo que no era difícil notarlo. Su piel era muy pálida, su rostro permanecía oculto tras una sencilla máscara negra que tan solo dejaba entrever los carnosos y suaves labios del caballero. Con su perfecta forma y tan lisos… tan atrayentes. ¡Georgia! De repente movió levemente la cabeza de un lado para otro, como intentando sacudirse esos pensamientos inapropiados de la cabeza. ¡Era una dama respetable y completa!
Cuando volvió en sí, vio al terrible caballero observándola con unos ojos castaños, divertido y una sonrisa torcida con malicia. No se había dado cuenta de que el caballo aún no había parado y se encontraba a quince metros del carro y de Lord Edgar, quien apenas se había mutado.

-Pero…- comenzó mientras miraba el suelo con miedo, la distancia era aterradora, cerrando los ojos y aspirando profundamente volvió a mover la cabeza y la apoyó sobre el pecho del caballero oscuro. Suspiró con entereza y se quedó en esa posición unos instantes esperando que se disipara el mareo.

-¿Se encuentra bien?

-¿Qué es lo que está haciendo su caballo, señor? ¡Párelo!

-Imponemos distancia, señorita. Voy a besarla y debería dejar espacio suficiente para solo concentrarme en usted y no en su acompañante.- contestó.

Ella volvió a incorporar la cabeza y lo miró a la cara con desconfianza. Se adentró en sus hermosos ojos castaños, cada vez más claros. Tenía un rostro precioso y muy atractivo con esa máscara negra. Toda una fantasía para cualquier mujer…

Nate sonrío dulcemente y fundió sus labios en un apasionado beso en la boca de Georgia, humedeciendo sus labios con la lengua. Nate alzo lentamente el brazo que ella agarraba con ferocidad y acarició con suavidad la cálida tez de su futura secuestrada. Georgiana no esperaba un beso así, y si al principio, bien le había parecido excesivo y repugnante, ahora, tras sentirse más segura cuando percibió la delicada caricia que le había regalado su apuesto enemigo, participó con ganas en el beso y se fundieron en los labios del otro.

Lord Edgar aplaudió ruidosamente la escena y carcajeó con sarcasmo << Fantástica, fantástica escena… ¿Podemos terminar ya? >> dijo aún riendo falsamente. Nate se despertó de su ensueño y cayó en la cuenta de la situación en la que estaba. Esquivando la cabeza de su doncella y mirando al pedante de Edgar, le regaló una sonrisa y dijo: ¡Au revoir!
Nate Louis hizo girar su caballo y cabalgando hacía el bosque, desaparecieron en una tremenda y negra oscuridad. Georgia comenzó a chillar conmocionada y Nate Louis le tapó la boca, como pudo, con un pañuelo que llevaba en el cuello, le echó la caperuza de la capa, que llevaba ella a modo de abrigo sobre la cabeza, cobijándola en su pecho. Parece un saco, pensó Nate Louis y rió tranquilamente por la situación. Georgia apretujada contra el cuerpo de su secuestrador y agarrándose fuertemente a su cuerpo, por el temor de caerse de aquella bestia, comenzó a sentirse más segura al oír la risa tranquila del hombre que la sujetaba por la cintura. Se dio cuenta de que pronto la ataría para poder moverla, o quizás sería tan ingrato de dejarla con las articulaciones libres para que le pegue hasta escaparse. De repente escuchó otras fuertes pisadas de caballo a un lado del jinete. Dios, ¿será Lord Edgar? Podría ser que fuera a buscarla… ¿Pero cómo iba a ser eso posible? ¿Tanto le importaba? No parecía ser coherente, pero las fuertes pisadas de un caballo más, cabalgando, seguían ahí, contrariando su hipótesis. ¡Genial, alguien vendría a buscarla! No tardó demasiado en disminuir la velocidad de la bestia que cabalgaba bajo su cuerpo, y se dio cuenta de que probablemente Lord Edgar les había dado alcance y ahora tendría que dar duelo al maleante secuestrador. ¿Es qué no podía salir sin ocurrirle alguna desgracia? ¡Ay, Dios! ¡Qué vergüenza la suya!


Finalmente el caballo cedió de correr y en un instante se encontraba en los brazos de su secuestrador, de forma tan rápida que apenas podía haberse darse cuenta, y parecía estar moviéndose por dos fuertes piernas sobre el suelo. ¿Cómo ha podido bajarse así? Dios, estaba teniendo alucinaciones o algo por el estilo. Quizás un pequeño desmayo de segundos…

-¡Nate!

-Cállate, ¿cómo se te ocurre pronunciar mi nombre?- luego Nate Louis dirigiéndose a la chica asustadiza de sus brazos preguntó muy refunfuñado.- ¿Te has enterado, mujer?

Pero Georgia no respondió. Si bien la había asustado y al parecer el otro jinete no era más que un aliado de su enemigo, al menos les castigaría con su silencio. No pronunciaría palabra.

-Genial…- replicó.

-¿Pero a dónde la llevas?

-¿A dónde crees?

-No puedes llevarla a la casa, sabrá su localización y nos denunciará.

-Simples humanos no me asustan.- contestó sonriendo.- No puesto lleva tapados los ojos, amigo…

Georgiana comenzó a moverse bruscamente, pateando y abofeteando todo a donde alcanzaba sus piernas y brazos, pero una fuerte atadura la inmovilizó por completo. Le entró un escalofrío al contacto de algo tan helado, y rígido. Empezó a entrarle un frío insoportable y tiritó sin remediarlo. Deseaba poder ser fuerte como respuesta a la risita burlona de su secuestrador, pero no podía evitar que su cuerpo se estremeciera.



Se despertó más tarde en una acolchada cama, cómoda y suave, apoyaba su cabeza sobre la almohada con un dulce aroma aturdiéndola por toda la habitación. Abrió poco a poco los ojos y se encontró en un lugar desconocido. Las bajas paredes tenían un tapiz color crema, con rallas verticales en la zona superior e inferior de la superficie. Giró la vista por toda la habitación: Había una gran ventana cuadrada con largas cortinas rojizas echadas, a la izquierda de ésta, aguardaba un tocador con un espejo ovalado y un cepillo repleto de finos pelillos. Tras el tocador, una puerta entreabierta, pero no era capaz de divisar lo que había a detrás. Luego un espacioso armario de una madera sencilla y clara como el tocador y las mesillas de noche. Volvió a fijarse en la ventana iluminada por el sol, era de día. De repente recordó todo lo que había pasado los días anteriores y notoriamente la noche pasada. Lord Edgar se había presentado en su casa, descaradamente, para invitarla a una sencilla reunión en su recién adquirida mansión de Mirlo. Pero ella bien sabía que no era una sencilla reunión pues había llegado a sus oídos las historias del despiadado Lord Edgar, tan promiscuo y desdeñoso con las mujeres… Pero aceptó la invitación, cuando tras hablar con su familia de la petición deshonesta de semejante personaje. Su tía Nicole le confesó que fue quien se encargó del accidente de sus padres, aunque nunca se pudo conseguir ninguna prueba que le inculpara. Al día siguiente de saber la historia, la misma Georgia había ido a visitar Rellinon, donde residenciaba el lord, para aceptar la propuesta de Edgar.

Algo la sacó bruscamente de sus pensamientos, cuando el hombre enmascarado de la noche pasada, se precipitó en la habitación, sin llamar a la puerta.

-Oh, señorita, me complace que esté despierta.- saludó educadamente.- Supongo que le apetecerá desayunar.- añadió, sacando una gran bandeja de su espalda repleta de alimentos.

-No se le ocurra acercarse a mí, ser despiadado.- amenazó la chica desde la cama.

-No deberías ser tan hostil, querida. Tiene una apariencia tan hermosa, ahí tirada en la cama con los pelos desaliñados y su traje mal colocado…

Georgia reparó en su estado, tapándose con las mantas y alisándose el pelo con los dedos.

-No voy a hacerle daño, preciosa. No debe preocuparse.- inquirió amablemente.- Me presentaré.- añadió quitándose la máscara y el bigote falso.- Soy el duque Nathaniel de Deackerci.

Georgiana Da Coppi no tardó en reconocer al famoso duque de Deackerci.

Capítulo I

Una pareja de prometidos, deambulaban por el viejo bosque del Eden, cuando le sobresaltó un revuelo brusco de un ser volador sobre sus cabezas. Por primera vez, apreciaron un águila tan negro como el mismo cielo, que apenas estaba iluminado por las diminutas estrellas, sin luna. La pareja se queda observando el audaz mamífero con su bello volar, hipnotizados. El águila veía otra cosa: una posible presa. Era capaz de ver a los búhos que avisaban de su pesado insomnio, a las ratas buscando alimentos en cualquier ser muerto, las últimas hojas que caían de los más frondosos árboles, indicando la llegada de la primavera… El volador se percató de un llamativo carruaje que pasaba justo en aquel momento por un arenal camino; y a pocas millas un caballo esperando la llegada de su amo.

El joven montó ágilmente en el caballo, negro como el carbón, igual que la vestimenta de su dueño. Corrieron las pocas millas impuestas hasta el carruaje rojo y sin pensarlo dos veces se interpuso delante del transporte, obligando al cochero asustado a tirar con todas sus fuerzas de los caballos con el fin de parar. Indicó a Darien que se acercará a la puerta que se iba abriendo con precaución. A pesar de la poca visibilidad que prestaba la luna aquella noche, Nate Louis Meryton podía visualizar perfectamente a una pareja joven y elegante, y tendría que añadir terriblemente irritada por el repentino contratiempo. Nate Louis los obligó a salir, mostrando su endeble arma, apenas le hacía falta pero era algo que intimidaba muchísimo a las personas. El caballero negro, pudo comprobar con facilidad que el hombre no era precisamente un caballero, puesto que había agarrado sin escrúpulos el brazo de la joven, lanzándola al exterior. Aunque afortunadamente parecía tener reflejos y buen equilibrio y pudo agarrarse sin problemas para no caer en el barro.

La dama era bonita y elegante, mantenía una cara seria, contrariada y mostraba terrible fastidio por la intromisión. Miraba a su asaltante con desprecio mientras alisaba con la mano el vestido revuelto. Tenía unas manos delicadas y finas. Muy pálidas pero las movía con mucha gracia. Su cabello quedaba tapado por un sombrero a la época que dejaba revelar unos mechones rizados por el rostro, igualmente a la moda.

Cuando el “caballero” salió por fin, Nate Louis señaló a Darien que debía retroceder, por lo fornido y la pesada contextura del hombre. Elevó la cabeza para comprobar quién había sido el ruin que había interrumpido la marcha a una de las mejores fiestas que iba a patrocinar. Mejor aún debido a la señorita que llevaba.

Ambos dejaban entrever que era una pareja de buena cuna, y no les molestaría un pequeño asaltos a su cartera. Pero entonces lo reconoció.

No era nada más y nada menos que el agotador Lord Edgar de Mirlo. Un maleante, canalla y adinerado caballero, cuyo único fin era montar fiestas, subir en la clase social y las mujeres, sobretodo las mujeres. Había llegado a sus oídos que era un fuerte jinete y duro guerrero, pero no había tenido, afortunadamente, el placer de luchar contra aquel caballero pues había veces que no era capaz de controlarse. Frecuentaba los deportes más peligrosos e incluso, en ocasiones, participaba en ellos. Él mismo había asistido a una de sus fiestas, pero por suerte, se fue antes ,con una de las prostitutas contratadas, de que empezara la acción. Los hombres no interesaban, solo las mujeres, y cuánto más jóvenes, mejor.

-Buenas noches caballero.- saludó galantemente Nate Louis, y dirigiéndose después a la dama.- Encantado, señorita… ¿o debería decir señora?

-No es de su in…- No pudo finalizar la frase, por un fuerte codazo de Lord Edgar, dejando entrever que sí era una pareja, al menos no era feliz.

-Sea educada, innata. ¿Acaso no se da cuenta en la situación en la estamos?- elevando la cara añadió.- Disculpe, mi señor. ¿Saldremos ilesos?

-Por supuesto, caballero. Solo busco sus pertenencias más caras.- respondió el jinete oscuro.

-Me suena su voz… ¿Nos conocemos?- inquirió el robusto hombre.

-Lo dudo.- simplificó, seriamente.- No tengo toda la noche, les ruego me lo pongan fácil.- añadió esbozando una irresistible sonrisa de perlas, advirtiendo.

El hombre, molesto, sacó un fago de billetes y se los ofreció con mano temblorosa.

-¿Le importaría que me lo trajera tan bonita dama?- replicó Nate Louis.- No me importaría un delicioso beso de esos labios… Quizás, así os dejara ir…

-Como no…- contestó el divertido caballero, que ahora sonreía con complicidad, mientras empujaba a la muchacha a una muerte segura.- Vamos, señora. No pierda tiempo.

Nate había escuchado decir que Lord Edgar era un aficionado a la promiscuidad y mancillar las vidas de vírgenes damas, sin ningún tipo de pudor. ¿Cómo había encontrado la manera de obligar a la señorita para llevársela como principal atracción en una de sus salvajes fiestas? Observó como la mujer se acercaba a Europa con terrible terror en el semblante... Comprobó que su miedo aumentaba y aumentaba según avanzaba más al caballo. Europa dio un paso a la chica y ésta retrocedió rapidamente a su antigua posición, pero Lord Edgar, quien se divertía increíblemente con ese juego, volvió a empujarla.

-¡Vamos! No seas cobarde. ¡Bésale!

La chica volvió a avanzar y se quedó mirando fijamente al jinete esperando.

-¿Pretendes que baje de mi caballo?

-No pretenderá que suba yo, ¿no?- preguntó asustada la chica por la terrible respuesta que le esperaba.

-Por supuesto, Modemoiselle. No puedo bajar y besarla mientras su acompañante, escapa o me ataca.- respondió confiadamente.

La dulce dama, quién le gustaba más cada segundo, se acercó extendiendo la mano con el dinero y Nate no perdió tiempo, cogiéndola del brazo y subiéndola estrepitosamente al lomo del caballo.