martes, 20 de abril de 2010

Capítulo XII

Nate era un alocado mujeriego que había intentado salvarla de un futuro no muy conveniente. Pero al final, no había conseguido más que desgracias. La había apartado de su camino a la venganza, había ensuciado su reputación, ¿con qué cara enfrentaría ella a la muchedumbre de Bean Lophe? Ningún hombre digno se casaría jamás con ella. Pero era absurdo pensar en algo así, cuando el propio duque de Deackerci le había arrancado su vida, su alma. Nunca moriría prohibiéndole así la entrada en el cielo, junto a sus queridos padres. ¡Oh, como había arruinado su vida, su futuro! Sin apenas demandar opinión. Había acabado con su oportunidad de vivir feliz junto a un buen hombre que la amara, vivir en una preciosa casa donde criar a todos los hermosos e inteligentes hijos que tendría. No, ya no tendría nada de aquello. Y todo por el capricho de un duque. Por culpa de Nathaniel Meryton.

-Alexander, nosotros podemos… ¿tener hijos?- inquirió preocupada.

-Es complicado, pero existe una posibilidad.- resumió el chico. Miró a la preciosa vampira que asentía a su lado, con la mirada perdida en no se donde, triste en sus cavilaciones. Nunca había llegado a pensar que todas las mujeres de aquella época solo tenían en mente una serie de cosas, y que al transformarse en lo que eran, todos esos sueños irían a bajo. Pero tendría toda la eternidad para vivir su vida, de otra forma…
Tendrían todo lo que desease. Eran bellas, inmortales, irresistibles para cualquier humano. No tendría que serles muy difícil.

-Veras… La descendencia de los inmortales es muy difícil, preciosa. El…- no sabía como explicárselo sin ofenderla ni ruborizarla.- El hombre deberá ser muy fuerte. No puede ser cualquiera que se alimente. Debería ser un vampiro capaz de cualquier cosa, algo excepcional para nuestra especie. No sé si me entenderá. Una vez… procreado…- siguió explicando el joven intentando encontrar las palabras adecuadas. Georgia lo miró de reojo y vio como Alexander estaba cabizbajo y preocupado por medir sus frases. Sonrió ante tal detalle, desde luego Alexander era todo un caballero.
-Bueno, la cuestión es señorita Georgia, y no es mi deseo verla entristecida, es que no todas las criaturas nacidas de un seno inmortal sobreviven. Muchos fallecen a las pocas horas o a los pocos días. Solo los más fuertes consiguen avanzar en el complicado filo de la vida. También depende gravemente de aquellos que lo han creado.

-Sus padres biológicos.- se dijo a sí misma Georgia.- ¿Qué más inconvenientes ahí, Alexander?

-Si la cría vive lo suficiente, deberá beber inmediatamente algo de sangre. Aquella que le de las fuerzas suficientes para continuar con la infinita lucha contra la muerte que no descansará hasta llevárselo. Vera, señorita, mi hipótesis es esta. Los vampiros no estamos hechos para tener hijos. Somos vampiros, depredadores, robamos las vidas a las personas para continuar con nuestro propio y egoísta empeño en continuar nuestros pasos en este mundo. No somos humanos. No obstante, al igual que existen aquellos que son tan crueles como pensar en humanos como animal de ganado, también ha habido otros que han hecho grandes descubrimientos para la raza humana. Verdaderos expertos e insistentes en continuar con su vida cotidiana sin intervenir dañando la de los seres humanos. Muchos asimilan su especie y aún bebiendo la sangre humana, la respeta por encima de todo e intenta proteger lo máximo a las personas. Otros lo llevan tan lejos como lo hago yo actualmente. Arrepentidos por nuestro renacimiento en una eterna vida inmortal, intentamos crear una ideología en la que somos una especie tan corriente como la del ser humano. Que podemos vivir juntos.

-Me gusta tu forma de ver la vida, Alex.- coincidió la chica que lo escuchaba atentamente.- Pero… al fin y al cabo, las personas también son crueles y asesinos.

-Cierto, pero también los hay buenos y honrados. Igual que nuestra especie, preciosa Georgia, existen depredadores sin escrúpulos.

Georgia lo miró unos instantes intentando encontrar una conclusión evidente.

-¿Qué quería decir el Logan Roverson cuando me indujo que no había forma de dañar al duque?

Alexander no cesaba de mirarla. Era bella y delicada, pero algo le decía que nunca podría ser de su pertenencia. Parecía perdida pero a su vez buscando su vida. La ayudaría en lo que le fuera a mano.

-Nathaniel es un canalla de lo peor respecto a las mujeres. Se divierte y no tiene verguenza en el momento de estar con cualquier señorita. Con todas las consecuencias que conlleva. Según acaba de decir Logan, no ha convertido a ninguna otra a excepción de vos, aunque me resulta díficil de creer, siempre creeré en las palabras de mi viejo amigo Logan. Es su fiel amigo y seguidor, pero no me mentiría.

-¿Tenéis parentesco fraternal, señor Alexander?

-Cuando me convirtieron, mi creador murió a manos de un aquelarre de Irlanda. Logan me encontró y me enseñó mucho de lo que sé ahora. Le debo la vida, puesto que si hubiera andado por el mundo como un salvaje no habría durado mucho a manos de algunes rufiales.

sábado, 17 de abril de 2010

Capítulo XI

Georgia vio a un acechante entre la oscuridad de las sombras. El sobresalto de una frase en su mente la hizo saltar del río y escapar por el otro lado. Mientras corría pensaba en quien podía ser aquel hombre de pelo claro y ojos dorados. “No me temas, no te haré daño” había dicho, ¿pero cómo lo había conseguido? ¿Quién era?

Escuchó el sonido de un gruñido bajo unos matorrales escondidos. Paró su carrera y se quedó inmóvil esperando a la criatura que la observaba. Un lobo, estaba viendo como un lobo gris se acercaba sigilosamente a ella, mostrando todos sus feroces dientes. Sin darse tiempo a pensar, el vil animal acometió contra ella haciéndola caer. Empujaba con su antebrazo el cuello del lobo que ansiaba morderle, pero era demasiado fuerte.

Espera… pensó. Había asesinado un ciervo, y aunque solo era un inofensivo ciervo pero aquello lo había hecho de alguna manera ¿no? Debían volver aquellos instintos casi animales para poder defenderse.

Unos fuertes dolores en las encías de Georgiana le dieron la ferocidad confianza de que nada podría contra ella y comenzó a degustar la posibilidad de desgarrar aquel cuello peludo y sangriento. Empujó al animal con su antebrazo derivándolo contra un árbol y comprendió que apenas había utilizado fuerza bruta. El lobo se incorporó magistralmente y gruñó con malicia. Sus ojos negros se mantenían fijos en los oscuros ojos azulados de Georgia hasta que un brillo especial se crispó en los ojos del lobo. Ella, aún con desconfianza, dio un paso atrás y cogió una postura defensiva a la espera del siguiente ataque. Pero aquel ataque nunca llegó.

Georgiana se quedó atónita cuando vio una extraña mutación del lobo, y cuando hasta hacia un instante había estado vigilando a un feroz lobo - de pelaje gris y ojos negros y amenazadores que le estremecía con su gruñido desgarrador- ahora observaba un apuesto muchachote de pelo oscuro y corto. Su piel era pálida y firme y mantenía una postura despreocupada y cómoda. Lucía una tentadora sonrisa torcida mientras observaba a su vez a la preciosa joven que estaba paralizada ante tal descubrimiento.

Se quedaron varios minutos observándose sin decir palabra, ¿qué podían decir? Ella estaba tan sorprendida como felizmente hechizado él por la belleza de Georgiana. Finalmente, el joven apuesto dio un paso adelante sin dejar de sonreír y con ese brillo perverso en los oscuros ojos. Georgiana captó el peligro y adoptó de nuevo la antigua postura defensiva. Aún con los colmillos afilados y acechantes, comenzó a gruñir al hombre que se detuvo ante tal acción inapropiada. Georgiana se alegró de saber gruñir de esa manera y estaba orgullosa de la postura en la que se mantenía, dispuesta a atacar en cualquier momento.


-Bellísima como la noche.- musitó el hombre.- Pero salvaje. Eres nueva.

No era una pregunta, si no una afirmación. Georgia pareció relajarse un poco por la voz tranquilizadora del apuesto hombre, pero aún continuaba a la defensiva. Esperando.

-Oh, vamos. No eres un animal, señorita. Incorpórate y si quieres atacar, hazlo, pero como una vampira no como un tigre.

Aquello le sorprendió. ¿Quién era aquel loco? El chico rió cuando ella se puso más rígida y observaba con una mirada radiante de deseo la vestimenta de la joven. Georgiana se miró a sí misma y se avergonzó al momento. Estaba en ropa interior, ¿cómo había salido de aquella manera tan desgarbada?

El hombre rió aún más cuando comprendió la expresión de la joven que se tapaba con los brazos la zona del abdomen y el pecho.

-Mi nombre es Alexander.- se presentó el joven de pelo oscuro mientras daba un cauteloso paso al frente.- No tema señorita. No pensaba hacerle daño, solo estaba cazando y no me fije lo suficiente para darme cuenta de que era una hermana más. Me dejé llevar por completo por mis instintos. Ruego me disculpe.

Georgiana escuchó con atención las palabras del caballero, pero no podía decir palabra. Aún paralizada se relajó por completo. Algo le decía que él decía la verdad.

Alexander se acercó aún más hasta llegar a apenas dos metros ante Georgiana. Alzó una mano como ofrecimiento y ella, tras desconfiar unos segundos, finalmente tendió su mano y observó como Alexander se la besaba con ternura.

-No había visto una belleza igual. ¿Cómo se llama milady?

-Georgia…- respondió confundida. Su nombre realmente era Georgiana y así había intentado decirlo, pero su continua confusión la hizo trabarse con las palabras.

-Encantado Georgia. ¿Se encuentra usted bien?

Georgia siguió sin responder y le miraba fijamente hipnotizada por los preciosos ojos negros de Alexander. Pese a tener ahora una capacidad cerebral más provechosa, Georgia no podía hacer uso de ella. Se mantenía en blanco.

-Veras, Georgia. Tengo una pequeña cabaña más allá. No soy de aquí, ¿sabes? Sólo venía para cazar y ver un poco de naturaleza.- explicó Alexander pacientemente. Georgia le escuchó y se reprochó el no haberse dado cuenta del acento finlandés del apuesto hombre que aún no soltaba su mano.- Me doy cuenta que no se encuentra en sus cabales, no se ofenda, no pretendo ofenderla. Pero quizás tras un buen fuego y algo de alimento se recupere.

Georgia atendió y comprendió la ayuda que le ofrecía. Asintió débilmente y se dejó guiar por Alexander sin soltarse.



Nate había vuelto a su casa enfurruñado por haber perdido a su discípula. Era un vampiro muy fuerte y respetado, ¿cómo no iba a poder cruzar un simple y calmado río? Era reprochable. Pero no podía. No era ningún secreto que cuanto más fuerte sea el vampiro, más dificultad tendrá para con las corrientes de agua, pero también era consciente que muchos con más fuerza de voluntad lo habían conseguido e incluso les había gustado hacerlo. El nuevo reto de los vampiros. Pocos se lo proponían y aún menos lo conseguían.

Como castigo propio, Nathaniel mandó a los criados limpiar y ordenar las dos habitaciones mientras él se daba un buen baño de agua caliente con sales especiales. Aroma a sándalo.


Mientras la cálida agua recorría cada centímetro del cuerpo de Nate, éste pensaba en alguna forma de encontrar a Georgiana. Quizás él no podría, pero siempre podía mandar a algunos de sus estúpidos criados humanos para que cruzara el río.



Georgia ahora se encontraba sentada frente un cálido fuego que la embargaba en un ensueño lejano. Escuchó varias ramas romperse y se giró tranquilamente para observar al vampiro Alexander con grandes ramas en brazos.

-¿Ya se encuentra mejor milady?

-Sí. Debo daros las gracias, Alexander. Se ha comportado como un respetable caballero.

-Me alegro.- respondió él sonriente. Dejó caer toda la madera a un rincón y recogió unos pocos para echarlos al fuego. Luego volvió a mirarla.- ¿Tendré el honor de saber algo sobre la historia de la flamante Georgia?

-Sinceramente, desconozco la mayor parte de la historia.

-¿No recuerdas?

Georgiana negó con la cabeza. Le miró con los ojos entrecerrados y se sobresaltó al escuchar un fuerte aleteo sobre sus cabezas.

-No se preocupes, milady. Es solo un amigo.

-¿Cómo hacéis eso de transformaros en animal?- preguntó ella recibiendo un vaso de barro que le ofrecía Alexander mientras éste se sentaba a su lado.

-Tú también puedes preciosa.

-¿Cómo?- inquirió dudosa.

-No sé, es parte de nuestra forma de ser.

-Ni siquiera sé cómo es “nuestra forma de ser”- recalcó Georgia enfurruñada consigo misma por saber tan poco de ella.

-¿Cuánto tiempo llevas...?

-No lo sé.- respondió irritada. Alexander la miró sorprendido y algo en el rostro de la joven lo conmovió. Lentamente le pasó los brazos por los hombros en un intento de dar ánimos.

-De acuerdo, somos amigos, ¿vale? No pienso hacerte daño. Hay confianza.- dijo intentado excusarse por las caricias.- Veras, nosotros somos criaturas nocturnas sobretodo. Normalmente estamos más cómodos de noche y somos capaces de transformarnos en algún animal como una especie de camuflaje contra los humanos.

Georgia escuchó atentamente e intentando asimilar en lo que se había convertido mientras el joven apuesto le explicaba más cosas sobre la especie. Muchos renegaban de beber sangre humana y se saciaban con la de animal – tal y como había hecho ella con el ciervo. – pero que aquello solo le daba la fuerza suficiente para sobrevivir. Aquellos que se alimentaban de la sangre de las personas eran más fuertes y superiores, capaces de hacer cosas inhumanas, obviamente. Alexander, especialmente, vivía de los animales, pero si era necesario o estaba más débil de lo normal, daba caza a cualquier mendigo, o de alguna bonita muchacha pero sin matarla. Según decía no era necesario llegar a matar a la presa si se tiene suficiente autocontrol de dejarlos antes de escuchar los débiles latidos. También indicó que siempre se podía salir a la luz del día si se estaba bien alimentado, aunque le afectaría más que a cualquier otro humano normal.

-Oye Alex, deberíamos hacer una visita a…

-Hola Logan. Tenemos visita.- indicó el joven señalando a Georgia. El hombre llamado Logan la miró y le dedicó una amable sonrisa mientras se acercaba a ella con ademan de presentarse.

-Milady, él es Logan Roverson. Un viejo amigo.- presentó Alexander extendiendo la mano de la muchacha al joven de pelo moreno y ojos marrones. Pese a tener unos típicos rasgos, algo de aquel hombre hacía que no fueran nada “típicos”. Al decir verdad, era muy guapo.

-Encantada señor Roverson. Mi nombre es Georgia.- musité acercándome más y tomando su mano que besó sin divagación. Entonces su cuerpo se tensó y la agarró aún más fuerte. Georgia intentó zafarse de su agarre pero el hombre era musculoso y se dejaba entrever que no solo era su apariencia.

-Logan, no seas canalla. Suelta a la muchacha. Es indefensa, apenas recuerda nada y está en desventaja.- se quejó Alexander soltando a la fuerte mano de su amigo de la de Georgia.

-Tú eres…- el hombre llamado Logan pareció quedarse sin voz mientras escrutaba sin cesar la cara de la muchacha, cada vez más cohibida por la situación en la que la mantenían.

Tras unos instantes pareció despertar. Alexander y Georgia lo escucharon con atención exagerada.

-Alexander, debemos llevarla ante Nate.-concluyó con voz tajante, y se inclinó para tomar el vaso que sostenía Georgia y bebió de un trago.

-¿Nate Meryton? Ni hablar. Ese golfo no tocara a esta preciosidad.

-Me temo, mi viejo amigo, que ya la ha tocado.- replicó el amigo con un tono de humor en la voz.- Y profundamente al parecer.

Georgia lo miró atónito, analizando cada detalle, gesto y palabra que articulaba. Ciertamente era que no recordaba nada pero su virtud…

-Estoy intacta caballero. Si eso es lo que piensa.

-Vaya. Mente ágil. Me alegro. ¿Entonces no recuerdas nada?

-Espera un momento Logan. ¿Cómo que Nathaniel Louis ya la ha tocado? Ese canalla se ha atrevido…- gruñó Alexander con ademan protector.

-No sé que habrá hecho.- le interrumpió su amigo con tono amenazador.- Pero no es asunto tuyo, ni tampoco el mío. No olvides que es el duque de Deackerci.

-Eso no le da derecho a tomar todo lo que le venga en gana, Logan.

-Lo cierto es que sí.- Logan parecía enfadarse cada vez más con Alexander. Georgia dio un paso atrás asustada.- Todos nosotros tomamos lo que nos apetece y en el momento que nos apetezca. ¿Por qué él no? Aún más siendo duque, siempre será superior a mucho de nosotros. Es fuerte, Alex.

-¿A cuántas muchachitas les ha hecho esto?

-A ninguna.

-No te creo, tiene fama de crear a casi todas las preciosas inmortales que vemos cada día.

-Chismorreos estúpidos, Alex. Me resulta increíble que justamente seas tú quien creas las patrañas que sueltan la gente. – dijo Logan.- Ahora, es necesario que la devolvamos a su creador. Probablemente la esté buscando. ¿Cómo has llegado hasta aquí ricura?

Georgia se sobresaltó cuando el recién llegado llamó su atención. Nathaniel Louis. Duque de Deackerci. ¡Claro! El apuesto duque de Deackerci, Nathaniel. Él la había salvado, o eso creía él, de los brazos de Lord Edgar. Todo un cielo. Pero no obstantes los días que continuaron se comportó muy groseramente.

-Recuerdo al duque. Yací en su alcoba hará unos días. Me trataba bien hasta que un día…- Georgia se quedó meditativa unos minutos más.- ¡Santo cielo! ¡Él me hizo esto!

Alexander la observó con curiosidad mientras la joven comenzaba a emanar en sus recuerdos. Logan simplemente reía ante la situación.

-Sí querida, y probablemente tras hacerte suya.- exclamó el joven abriendo exageradamente los ojos chocolate.

-Usted era… aquel jinete que lo siguió el primer día, ¿no es cierto? El torpe que declaró el propio nombre del duque.

-No obstante, él mismo te lo declaró más tarde.

-Sigue siendo una gran torpeza por su parte, señor Roverson.

Logan rió alegremente y pronto Georgia le imitó. “Vaya, tiene carácter” carcajeaba el hombre mientras se acercaba más a ella. Alexander aún los miraba con recelo.

-No obstante.- comenzó Logan.- Lo dejaremos para mañana. Será divertido ver la cara de Nate esta noche. ¿Podrás permanecer en presencia de tal belleza sin tocarla, Alex?

El joven comenzó a replicar pero ella le interrumpió.
-No entiendo por qué, pero confío en él. No pasara nada. Márchate, logan, y cuéntame las nuevas sobre el descarado Nathaniel Meryton. Mañana mismo tomaré mi venganza. – dijo Georgia con un brillo picarón en sus ojos.

-Me marcho, pero le dejaré algo claro, Lady Georgiana. No crea que es fácil hacer daño al mujeriego de Nate. Y mucho menos físicamente.- le explicó sonriendo. Georgia se quedó helada pero no permitió que aquello le afectara. Devolviéndole una sonrisa radiante, vio como desaparecía Logan, dejando paso a un gran halcón gris.

jueves, 15 de abril de 2010

Capítulo X

Buscaba algo con lo que entretenerse. Los últimos tres días habían sido especialmente aburridos y Logan ni siquiera se había acercado a saludar. Extraño, teniendo en cuenta que había una joven doncella en su alcoba, esperando ser rescatada. Aunque obviamente lo que él no sabía era que ya no era una simple jóven doncella, y que ya no necesitaría nunca que la rescatara nadie. De hecho, se preguntaba que demonios esperaba para marcharse y dejar libre su dormitorio.

Varias veces hizo ademán de entrar para enfrentarla y pedirle sin educación ninguna que se marchara inmediatamente. Pero, al fin y al cabo, había nacido como un duque y así lo habían educado, sus principios le obligaban a no ser desconsiderado con una dama. Y mucho menos con semejante dama.

Le había puesto de los nervios, y otras de las razones por las que no la había visitado en días había sido su espectacular belleza, que apenas le dejaba pensar con objetividad. Ella se había olvidado de todo tras su transformación, pero era sumamente curiosa y no había dejado que tomara posesión de su cuerpo. Eso le había transtornado tanto que no le dejó más remedio que marchar sin mirar atrás. ¿Qué demonios se creía aquella muchacha engreída y consentida? Rechazándolo a él. El duque de Deackerci. Cuando todas las mujeres se habían arrastrado a sus pies y aún más cuando la descomunal belleza sobrehumana de los inmortales le había envuelto en su nueva vida eterna. Era una ignorante niña mimada. Deseaba que se fugara de una vez. Se había percatado de que la misma había abierto la ventana y le surgieron nuevas esperanzas de una marcha inmediata. Pero no fue así. La había estado observando, desde las afueras del jardín, y había visto su aspecto demacrado y sediento, debido a la falta de alimento, tanto humano como vampírico.

Era absurda. Aún debía quedar mucha humanidad en sus extremidades, pero aún así necesitaba sangre para seguir adelante. Además de alimentos nutricionales. Moriría si no lo hacía pronto, y a no ser, que la misma señoritona se decidiera a abrir esa simple puerta, esconder su orgullo y vanidad, y enfrentarse cara a cara para pedirle comida, él solo y por propia voluntad no se humillaría ante ella.

¡Cuidado con la respetable dama!


Volvió a la habitación donde la había refugiado el primer día, y que desde que la transformó, se había vuelto el suyo propio. Pensando en que podría hacer y como deshacerse de aquel peso, oyó el aleteo de un pájaro en la habitación donde se alojaba Georgiana. Comprobó por el peso que hacía en el umbral de la ventana, la forma del movimiento de las alas al posarse y el terrible olor a mofeta quemada que desprendía, que tenía que tratarse de un cuervo. Pobre animal, pensó, va a ser engullido por una vampira sin inexperiencia, hambrienta y sedienta y ni siquiera sabe lo que es.
Pusó más atención en los acontecimientos que ocurrían tras la pared. Se sentó en la cama y justo escuchó como la misma Georgia se incorporaba de su flamante cama de colchas roja como la sabrosa sangre de una jovencita virgén.

Tardó unos instantes y de repente se vio sobresaltado al escuchar un fuerte ruido en la ventana y un ajetreado aleteo del cuervo al escaparse. Se echó a reír de lo torpemente inocente que era aquella muchachita. Soltó una carcajada alegre al oír como gruñía. La parte vampira se apoderaba de ella.

Luego, en unos segundos, apenas escuchaba nada. Se incorporó salvajemente adentrándose fugaz en su antigua habitación, y vio su vestido. El vestido que el había comprado en un día soleado, hacia tan poco, y que, simplemente, había pensado en ella cuando lo vio en la tienda de Sophie SanMarc. Sintió un dolor punzante en el pecho cuando comprendió que ella se había desecho del vestido al marcharse, probablemente porque no deseaba recordar nada de su estancia con el duque de Deackerci. Quizás había llegado demasiado lejos con aquello de la indiferencia. Había creado un animal salvaje, sediento, sin recuerdos ni aptitudes. Sin moral. Debía encontrarla para enseñarle lo más básico y que no creara estropicios allí por donde pasara. Podía delatar a la especie y entonces su adorable creación quedaría aniquilada.

Sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre la misma ventana que hacia poco había cruzado ella. Aterrizó, delicadamente, en la mullida tierra recubierta por verde hierba. Se mantuvo inmóvil durante unos segundos para olisquear su aroma, y escrutar sus pisadas. No debía ser muy díficil, era nueva, no sabía como debía hacer las cosas.
Oyó durante una milésima de segundo, el leve sonido de una nariz olisqueando, y más allá un animal, un zorro probablemente, haciendo sus necesidad más íntimas. Y no pensaba en el sexo animal. Se acercó más a su posición pero no vio nada cerca. ¿Dónde estaría? Escuchó el sonido suave y delicado de una voz cantando. No, hablando a algo. Hablando sin nadie que le escuchara, porque no hablaba en voz alta. Se percató que eran los pensamientos de la chica llamada Georgia. Había escuchado de terceras manos, que el creador y su creación tenían telepatía entre ellos, pero nunca lo había experimentado. Georgia era su primera hija y comprendió que eso los uniría siempre. Para toda la eternidad. Sonrío con los labios sin darse cuenta de su júbilo.
Dio un paso en su dirección y al estar tontamente hipnotizado por la imagen de la bella Georgia y con su voz tintineante en su cabeza, no se había percatado de haber pisado una rama que llamó la atención del fino oído de la futura vampira. Retrocedió otro dos pasos y se topó con el enorme árbol que había sido el encargado de que hubiera una delgada rama en su camino. Deseó derribarlo, pero ¿por qué llamar más la atención?

Tornó sobre el roble, dejándolo entre medio de él y la chica. Escuchó como unos pasos sigilosos se acercaban más. El olor de la sangre dulce que recorría por la jóven le volvía loco. Saltaba la vista que la sangre del animal la había hecho mejorar indudablemente y ahora estaría hecha una diosa. Olió el aroma femenino de la jóven más cerca y su corazón delicado resonando agitadamente en su cuerpo de mujer sexy e irresistible. Se le hacía la boca agua. Y eso era solo su imaginación, ¿qué pasaría cuando la tuviera enfrente? Escuchó como su propio corazón bombeaba bruscamente sobre su cuerpo inerte. Increíble. Los corazones de los vampiros apenas se movían, y ahora el suyo propio estaba imparable por una mujer. Inexplicable. Tendría que mantener una seria conversación con el Conde Lugossi pronto.

Se regañó por aquella estúpida distracción y se obligó a poner atención a la pequeña fiera que le buscaba. Oyó una voz que se le antojó a gloria.

-No te escondas, cobarde.- le estaba diciendo. ¡Vaya! Tenía la voz más bonita que había escuchado jamás en sus largos años de existencia.- No hay mejor muerte que aquella en la que disfrutarás en los brazos de una dama. Aunque en estos momentos soy consciente de que no te podré parecer hermosa, - ¿qué no? Prueba a ver, damisela, pensó.- puesto que mi estado es pésimo...- Georgia tenía razón al decir que no había mejor muerte que aquella en la que morir en sus brazos, Nate no encontró una muerte aún mejor. Pensó que llegaría el final de su discurso y vio a un bonito ciervo blanco que se escapaba por su frente al ver la escena peligrosa que protagonizaba él mismo. Adivinando que el discurso con la voz de una diosa griega, saliendo directamente de aquellos dulces labios, iba a finalizar; decidiendo, así, atrapar al animal antes de que ella le divisara y dejarlo como cebo. En un segundo había agarrado al animal y escuchaba la voz de campanillas proseguir con el monólogo.- Pero será lo que obtendrás.
Al instante, Nathaniel había dejado al animal en su antigua posición, tras el árbol y subió a una fuerte rama del roble. Dejándola a muchos metros bajo de él.

Rió de la cara de estupefacción de la mujer al encontrarse con un simple ciervo. Pero enseguida comprendió que la necesidad era más fuerte que cualquier otra cosa y se abalanzó sobre el indefenso animal. Le sorprendió el salto felino de la jóven y se la imaginó en la cama. Sería increíble encima mía, pensó. Escrutó las fuertes uñas clavándose en la fina piel del ciervo y se le hizo la boca agua cuando vio brotar toda aquella sangre. Dios, como deseaba compartirlo con ella. Compartir presas y cazar juntos. Pero no, eso no era para él. Era Nathaniel Meryton, duque de Deackerci. Todas las mujeres le anhelaban y no necesitaba más que la sangre que les proporcionaría y el sexo fácil que le ofrecían sin pudor. ¿Qué más podía desear?

Algo en su interior le contradecía y le señalaba a la menuda mujer, ahora en el suelo, terminando de alimentarse de la criatura muerta. Se había dado cuenta de que no era el único que la vigilaba, acechante, pero tampoco se había molestado en averiguar quien podría ser. En ese momento sintió deseos de saberlo cuando la escuchó decir:

-Perdóneme, cherie, le dejé sin sabor.

Observó como la mujer hacía una salida teatral y oyó al puma negro que descansaba en el mismo árbol pero en una rama inferior, ronronear tras vigilar la cacería de la preciosa vampira. Por un momento se quedó fijo, observando como el puma bajaba por aquel árbol con sensuales movimientos felinos y se abalanzaba sobre el cuerpo muerto del ciervo blanco, y lo comenzaba a despedazar para cenar.

Buscó con la vista a la jóven que había desaparecido. Bajó del árbol sin hacer ruido y sin llamar la atención del puma con el fin de no molestarlo de su bufet. Andó pocos pasos hasta que se acordó de su "habilidad". Se mantuvo inmóvil y cerró los ojos. Buscó en su mente a una preciosa chica y escuchó sus pensamientos, vió lo que ella veía. Un río.

Casi voló hasta donde estaba ella. La encontró justo en el momento en el caía un fino traje como vestimenta íntima, al suelo. Dejándola tal y como vino al mundo como mortal. Su delicado cuerpo se había transformado. Unas preciosas curvas la rodeaban y Nate no pudo soportar el dolor de aquel miembro atrapado por un pantalón incómodo. Analizó cada centímetro del cuerpo de Georgiana, provocándole sádicos dolores en la entrepierna. Sus finos pies pequeños revolotearon al primer contacto con el agua del río. Sonrió de la situación de inocencia de la chica y de cuán diferente era en comparación con la escena que acababa de atisbar, alimentándose y matándo bruscamente a un animal. Las delicadas piernas suaves y largas asumían un poder al que él quería llegar...

Las caderas eran otro mundo. Le envolvía en una embriagadora sensación de pasión y lujuria. Esas nalgas suaves como el terciopelo, a simple vista, eran las más perfectas que había visto jamás. ¡Y había visto muchas! Estaba deseoso de comprobar con sus propias manos de cuán suaves eran...

La espalda era estrecha y femenina. Tapada ligeramente por una manta de pelo oscuro y liso. Eso provocaba una escena tan erótica que apenas acabara con su lujurioso deseo sexual al verla bañarse en ese río, iría a despojarse con la alocada de Monnet Robins. La efusiva vampira que siempre mantenía los brazos, y las piernas, abiertas para él. O quizás debería ir a buscar a Lady Rebecca McDonniel, una humana con una sangre tan deliciosa como su aspecto. Y también sabía satisfacerlo sexualmente como nadie.

Pero aquellas mujeres, y todas las demás en las que podría pensar, se quedaban en "nada" comparados con aquella señorita, que estaba tan seguro que sabría satisfacerlo tanto carnalmente, como intercambiando la sangre inmortal entre ellos. Eso deseaba justamente. Poder tomar su sangre dulce como ninguna. ¡Dios como le enloquecía aquella insignificante chiquilla! Pero tan... tan...

Suspiró profundamente sin abstenerse, y sin ni siquiera percatarse de lo que sucedía a su alrededor. Cientos de animales se había arremonilado entorno a ellos. Observando a la tierna mujer que se bañaba con el agua pura del río dulce. También se dio cuenta al instante, de que aquel suspiro infortuito había llamado la atención de algunos de los animales, pero sobretodo de la propia Georgia. Que ahora lo miraba con atención desde la cuna del río. Se preocupó de la acción que realizaría la chica apartir de ahora. ¿Le reconocería?

Miró a todos lados en un intento de ocultarse, pero era demasiado tarde, aquella mujer ya había salido del agua y comenzaba a agacharse para palpar el vestido que descansaba en el suelo. Se volvió a incorporar, lentamente, en un intento de no provocar ningún desaliento en aquel desconocido que la podría dañar de alguna manera. Estaba segura. Olía el poder que lo rodeaba.

Nate reconoció aquella cara de terror, la había presenciado apenas unos días antes cuando había despertado en su cama. A sabiendas de que no había forma de rectificar y que ella siguiera tan soñolienta en el río, dio un paso más, sigiloso y con cautela. Le mandó un único mensaje a su mente: No me temas, no te haré daño.

Pero esto pareció hacer el efecto contrario, y Georgia, sobresaltada y temerosa por la voz que había aparecido en su cabeza, corrió a ocultarse tras el río.

Agua. Humm... No muy buena idea. La corriente no era muy fuerte pero...

Georgiana desapareció en el otro lado.

miércoles, 14 de abril de 2010

Capítulo IX

Pasaron tres días y Nathaniel aún no había vuelto, al menos no a esa habitación. Georgia se sentía débil y triste.
Se incorporó para observarse en el espejo. Vio a una mendiga pobre, vieja y arrugada. La piel se había palidecido hasta acojer un tono verdoso, y la tenía sumamente agrietada. Los pelos tenían la apariencia de paja desordenada y enredada. Las enormes ojeras, cada vez más oscuras, rodeaban unos grandes ojos ensangrentados y el color azulado de las pupilas se habían vuelto excesivamente claros, casi parecer blanco. Eso le asustaba. Daba una apariencia terrorífica y penosa a la vez.

En aquellos tres días no había comido ni bebido nada. Se había pasado la mayor parte del tiempo acostada, intentando dormir. Y cuando no lo conseguía se mantenía entretenida escuchando atentamente desde los tenues sonidos de las ratas deambular a cincuenta metros a la redonda, hasta escuchar a la ruidosa señora Somple cocinando desordenadamente con los cacharros de metal.

Había escuchado los pasos de Nathaniel un par de veces en frente de su habitación, pero nunca se había atrevido a entrar. Ella desistió de volver a verlo. Probablemente moriría en cuestión de horas y todo su calvario habría acabado.

En ocasiones, también se entretenía intentando recordar cosas de su pasado, para su júbilo lo estaba consiguiendo, pero cada minuto que pasaba, la debilitaba más y la hacía olvidar incluso cualquier acción que acabara de acometer.

Había dejado la ventana abierta la madrugada anterior. Necesitaba bocanadas de aire puro, puesto que su cuerpo había comenzado a descomponerse. Se volvió a la cama arrastrando los pies.
Escuchó el aleteo de un cuervo apoyándose en el umbral de la ventana. Su débiles muscúlosos se contrayeron tensos, la mente se despejó dejándola totalmente en blanco, los instintos se afinaron de tal forma que era capaz de saber que aquel pájaro acababa de traspasar un río de agua dulce y que acababa de cenar un diminuto ratón muerto hacía más de doce horas. Su cuerpo se tensaba más y más y cesó de ver otra cosa que no fuese el plumaje negro y brillante del animal. Tan atractivo. Escuchaba el retumbar del pequeño corazón en el pequeño cuerpecito tan frágil e indefenso, y olía la deliciosa esencia que lo mantenía con vida. Las encías comenzaron a abrirse, dejando hueco a unos enormes incivisivos. Le dolía excesivamente tanto la mandíbula inferior como la superior. En pocos segundos, pudo palpar con la lengua unos afilados colmillos en su mandíbula. Pasó la lengua por la zona inferior y comprobó que también había crecido unos discretos incisivos poco más atrás, haciendo encajar perfectamente los dientes. Sin poder evitarlo, abrió la boca mostrando los terribles colmillos blancos y brillantes, y volvió a cerrarla castañeando unos dientes con otros. Se sentía poderosa con ese arma. Peligrosa y malvadamente atractiva. Su cuerpo se abalanzó sobre la ventana, intentando atrapar el enorme pájaro, pero su debilidad era demasiada y sus músculos torpes. Apenas hubo saltado, el cuervo negro escapó de sus garras y partió volando por el estrellado cielo oscuro como boca de lobo. Georgia escuchó un desgarrador gruñido procedente de su propia garganta, y dejándose llevar por los intintos, se dio la vuelta, se arrancó el precioso vestido del color de la espinela, dejándose con el traje blanco de ropa interior y deshaciéndose de los zapatos, volvió a abalanzarse sobre la ventana desapareciendo entre las sombras.


Estaba muy oscuro, pero podía ver algo. El cuerpo seguía en tensión como cuando el león acecha a la cebra. Olisqueó para encontrar un aroma apetecible. Caminó lentamente muy cerca del suelo, sentía la creciente húmedad del ambiente en su delicada nariz, obligándola a respirar con dificultad. El rocío de la hierba en el jardín le mojaban los pies menudos y endebles. El olor a sándalo, hierba, árbol, naturaleza. Captó el olor de un zorro defecando no muy lejos. Arrugó la nariz como respuesta al asqueroso olor procedente de tan minúsculo animal, y se desviaron las intenciones de atacarlo, hasta otra criatura de la naturaleza. Un pequeño gato pardo que dormía bajo un árbol. Con apariencia de un tigrecito en miniatura, mantenía una respiración acompasada. No estaba muy lejos de donde se situaba Georgiana y podía oír, además de oler, su pequeño corazoncito descansando tranquilamente en un apacible sueño. Dormirás mejor después de pasar por mis colmillos, pequeñín. pensó la hambriente vampira que apenas recordaba su nombre. Se movió sigilosamente por el campo, poniendo cuidado en cada cosa que pisaba para no llamar la atención de cualquier ser vivo. Pero algo o alguien, menos cuidadoso, sí había pisado una pequeña rama, haciéndola crujir, de un roble viejo que la acechaba desde unos diez metros... Automáticamente se giró sobre sus pies con una postura amenazadora. Tenía los instintos de un puma buscando el alimento de sus crías, la posición se asemajaba mucho a la del puma y el aspecto no se diferenciaba demasiado. La antigua Lady Georgiana Da Coppi se habría escandalizado con semejante fachada, pero la vampira Georgia solo podía sentir el olor a sándalo, oír unos fuertes latidos que la llamaban, y su alborotado pelo no hacía más que molestar a sus afligidos ojos para poder encontrar aquel que, por un simple y pequeño error, había sido el objetivo de su sed. Sería su nueva presa.

Corrió a dónde olfateaba el fuerte olor. Vió un gran roble viejo, y bajo este, la rama rota que la había reclamado. Respiración agitada. Volvió la cabeza bruscamente, tras el gran árbol que la custodiaba.
-No te escondas, cobarde. No hay mejor muerte que aquella en la que disfrutarás en los brazos de una dama. Aunque en estos momentos soy consciente de que no te podré parecer hermosa, puesto que mi estado es pésimo...- comenzó la jóven a charlar con el fin de distraer a su presa.- Pero será lo que obtendrás.

Y saltó al otro lado del árbol descubriendo un fuerte ciervo blanco mirándola con el terror de la muerte en los ojos oscuros. Se quedó estupefacta ante tal descubrimiento.
-Vaya, esperaba algo más grande.- No obstante, tras asumir la incredúlidad, los instintos se volvieron a afinar y las piernas se tensaron aún más disponiendo un gran salto hacia el animal.

En un instante tenía al gran ciervo bajo su cuerpo, contrariado, intentando alejarla y desprendersela de su lomo. Pero era demasiado tarde. Georgia se aferró más al cuerpo del animal con las uñas, clavandóselas y provocando unos grifos de sangre hayá donde se clavaban las largas uñas de la dama. El olor la embriagaba y excitada hasta el límite. Su mente volvió a quedarse en blanco y alzó la cabeza al cielo abriendo la boca como un fiero puma, mostrando unos afilados colmillos que no paraban de crecer. Con un brusco movimiento los clavó en el enorme cuello de la criatura que no cesaba de brincar hasta que la debilidad del cuerpo, al salir la sangre, succionada, al escapar el alma..., Georgiana se encontró en el suelo con una estrepitosa y violenta caída que la hizo desconcentrarse de su tarea durante un segundo. Luego volvió a clavar los radiantes colmillos tintados de rojo en otra arteria y terminó de succionar el poca alma que quedaba de aquel animal. Más tarde, lo dejaría abandonado en el suelo, esperando a que el famoso puma que observaba desde dos árboles más allá, se decidiera a alimentarse de la carne seca.

-Perdóneme, cherie, le dejé sin sabor.- diciendo esto al puma, se recogió la falda con una mano y volvió a la fachada donde aún permanecía la ventana de la habitación abierta.

Observó la ventana abierta y alta en el segundo piso de la vivienda. Podría llegar allí de un salto sin pensarlo, pero ¿por qué tomarse las molestias cuando había una bonita puerta de caoba esperando a ser llamada?
Giró su cuerpo en la dirección donde se encontraba la puerta principal. Se encontraba sucia y el olor que desprendía no era el que más le gustaba. Un buen baño, pensaba. Observó su alrededor con interés. Un sonido de murmullos tras ella le llamó la atención. Al instante se percató que solo era el murmullo del agua al correr por un río de agua dulce. El mismo que había olido por la ventana. ¿Un baño en un río de agua dulce, bajo la luz de la luna, después de un festín de ciervo blanco y aseándose con agua pura y fresca?
Nada más pensarlo se encontró corriendo con la suave brisa elevando sus enredados cabellos oscuros como la noche. Tan sólo veía el camino iluminado por la blanquecina luna que imitaba el color de su piel.
Alzó las manos para desabrocharse poco a poco los dos pequeños botones del cuello que sujetaban la ropa. Se dió cuenta de que era mucho más ágil que antes y se contentó con ello. Cuando el último botón salió, agarró el vestido por los hombros laterales y lo dejó caer, deslizándose por su menudo cuerpo. La luz de la luna le hacía tener un color muy blanco y enfermizo. Decidió no mirarse más y sin pensar en el frío se introdujo paso a paso en el arruyante río, mojándose así cada parte que quedaba en contacto con el agua cristalina. Los dedos de los pies se estremecieron al contacto de una agua tan pura, no sintió ningún escalofrío cuando el agua comenzó a inundar sus piernas por completo hasta llegar a la cintura. Le parecía una vista hermosa. La corriente estaba calmada y no era fuerte, el agua era tan transparente que podía divisar las suaves y onduladas piedras del fondo, mezclándose con arena y algas. Se preguntaba de dónde saldría ese río tan curioso. Olía la sangre de aquel desafortunado ciervo secándose al alrededor de su cara. Elevó la mano derecha para tocarse y sintió repugnancia al palparla. De inmediato, dobló las rodillas dejándose adentrar en la tranquilidad del agua cristalina, que se tragaba todas las impurezas de su cuerpo. Haciéndola sentir, libre, feliz, limpia de todo error.


Bajo el agua, elevó el rostro para ascender, y se frotó la cara con las manos según iba desapareciendo el agua de cada centímetro de su tez. Ahora la tenía lisa y suave como nunca. Se acarició el cabello echándoselo hacía atrás con un movimiento despacio y leve. Aún no se había atrevido a abrir los ojos. Disfrutaba de su propia oscuridad, del agua acariciando su cuerpo, de las suaves piedras masajeándole las plantas de los pies, del agua, de nuevo, escabulléndose de las manos y volviendo al punto de origen.

Sin querer abrir los ojos aún se centró en escuchar cada sonido inocente del bosque espeso. Escuchaba el aleteo de unos búhos asentandose en un alto árbol para escrutarla desde su posición. Un zorro y un conejo, detenían su "corre y atrapa" al verla bañarse; Georgia escuchaba como cesaban de corretear sin motivo alguno. El aire, aunque no había nada de viento, acariciaban sus cabellos y sus peludas colas. Y al pasar, Georgia sintió el mismo viento y el olor a conejo y zorro con su olfato. Todos los animales pasaban y se detenían al verla ahí quieta. Abrió los ojos para saber el motivo de sus desconciertos. ¿Tan extraño parecía que alguien se bañara en un río, que hasta los descerebrados animales se detenían a observar?

Pero todo seguía igual, en tranquilidad, unos pocos la observaban desde la lejanía y tán sólo el zorro y el conejo, negro y manchado de blanco, permanecían más cerca. Miró al zorro, rojizo, grande para su especie, y peludo. Se maravillaba con la gran cola inmóvil en el aire. Desvió la mirada para observar al pequeño conejo negro y blanco. La miraba inquieto, pero sin moverse. Parecían paralizados. Entonces se percató de que así de malo era la cadena alimenticia. El más fuerte se come al más débil. Hacía tan sólo, tan poco tiempo que ella había desangrado a ese pobre animal, que simplemente había estado en el lugar menos adecuado, en el momento menos favorable. Y sobretodo cuando había cometido el grave error de ser tan indiscreto, con aquella rama, en el fatídico momento en el que un vampiro estaba en cacería.
Y ahora observaba a un zorro tras un conejo. Le entró nostalgia por todo el cuerpo. Se fijó directamente en los ojos negros como escarpías del conejo. Y así se mantuvo hasta que comprendió que el conejo también la observaba con el mismo miramiento y le guiñó un ojo. Éste pareció despertar de un profundo sueño, se giró y observó a su alrededor. Reparó en el zorro que aún permanecía detrás de él, muy cerca. Georgiana vió como se le crispó la cara y salió corriendo y saltando con una rápidez asombrosa. Desconocía que los conejos fueran tan veloces. Un sonido a su espalda la distrajo de su ensueño con los animales salvajes. Antes de girarse, percibió de reojo como al mismo tiempo que ella se había desconcentrado, el zorro despertó a su vez e igual de desorientado que el conejo en un principo, corrió tras el olor del pequeño y peludo animal saltarín.

Un terrible escalofrío le cubrío por todo el cuerpo al atisbar la silueta de un hombre en las sombras.

martes, 13 de abril de 2010

Capítulo VIII

Lo siento, chicas, este capítulo será excesivamente corto porque no me da tiempo de escribir más en estos momentos. Prometo que pronto actualizaré. Destaco mis disculpas y gracias a todas por leer Reflejo de un vampiro.

J.






Georgia escuchó con atención todo lo relato por Nathaniel: cómo la había encontrado, a dónde se dirigía aunque desconocía el motivo; cómo se llamaba y quién era él; le contó lo que él era y como había finalizado su vida no hace mucho y de la misma manera había pasado con ella.


-Bebiste... ¿mi sangre?


Nate asintió.


-Es asqueroso.- respondió la chica haciendo una mueca de horror.


-La cuestión es, que ahora tú necesitas sangre para terminar con tu transformación.- le explicó el chico.- Ya que te di de beber la mía antes.


-¿Yo te di permiso?- replicó. Giró el rostro para ver unos ojos entrecerrados escrutándola. Tenía una mirada penetrante y peligrosa, y no la miraba como si fuese una persona. Su desvargada postura le informó que tampoco se comportaría como el duque de Deackerci dejándola en paz.


-No te lo crees, ¿no es cierto?


-Muchos pueblos mantienen esas leyendas, su excelencia. Pero no justamente Gran Bretaña.


-De acuerda pequeña innata.- le replicó el chico con ferocidad en los ojos.- Me encantaría que te quedarás aquí hasta que murieras de hambre. Ahora no eres humana, te guste o no, señora Da Coppi, y cuánto antes lo asimile será mejor para todos.- se incorporó con ademán de marchar.


-¿Se va?


-Por el contrario que usted, yo sé que soy. Y estoy hambriento. No te preocupes, probablemente para cuando llegué estarás muerta.


-¡Estás enfermo! ¿Cómo puedes decirle eso a una mujer? ¡Insensible!


El jóven se acercó a ella con andares feroces, similares a la de un animal acechante a su presa. Se enfrentó a su mirada, no sin cierta dificultad y elevando el rostro. Al parecer eso le divertió aún más, Nate se acercó hasta sentir el aliento frío de la chica en su mejilla. Acercándose aún más al oído soltó:

-Es usted ahora una vampira, señorita Da Coppi. Tendrá toda la eternidad para percatarse de cuán insensible soy y todos los hombres del mundo. No existe la sensibilidad para nuestra especie.

Georgiana se estremeció ante tales duras palabras. El frío recorrió por todo su cuerpo y se apartó rapidamente de la voz que le aterraba. Miré histérica al hombre que siseaba en su oído, pero ya no estaba...


Un terrible ruido estruenó en la ventana y cuando, aterrorizada, dirigió la mirada al centro del ruido atisbó un gran águila de plumajes oscuros alzar el vuelo.

martes, 6 de abril de 2010

Capítulo VII

Georgiana se incorporó lentamente sopesando cada uno de sus movimientos. Nada, ausencia de dolor. Buscó con la mirada algo que la hiciera comprender, pero no había nada salvo una bonita habitación, elegantemente decorada. Era realmente amplio y moderadamente adornado. No había exceso de muebles ni huecos vacíos. Moderado.

Se giró fijándose en cada uno de los detalles de la alcoba. La mesa de noche de caoba hecha a mano, donde descansaba una lámpara de porcelana con dibujos rojos pintados y un gran libro que ocupaba casi todo el espacio. Se tornó dirigiéndose a la puerta. Agarrando el picaporte con la mano derecha, la hizo girar a un lado y abrió lentamente. Vio un rostro y terminó de abrirla en un instante. Se quedo boquiabierta con lo que veía.

Un apuestísimo caballero de tez pálida y lisa. Los cabellos claros y brillantes, permanecían cortos y cuidadosamente peinados. Su nariz recta y simétrica respiró profundamente entreabriendo los labios un poco y expulsando el aire. Era irresistible. Se obligó a no mirar abajo por educación y respeto y casi con repentina molestia se apoyó en la pierna izquierda y cruzó sus brazos esperando una explicación del apuesto caballero que la observaba.

Por su parte, Nathaniel se quedó encantado con lo que vio. La transformación había actuado correctamente y sin contratiempos. Había creado a la criatura más maravillosamente perfecta que jamás había visto. Y pensaba objetivamente. Cuando se dirigía para comprobar el estado de la dama, escuchó unos ligeros pasos agraciados yendo en su dirección. Decidió esperar tras la puerta para no sobresaltar a la chica mientras intentaba salir. Pero cuando por fin abrió, dejándose a la vista, nunca pensó que le deslumbraría así.
Rápidamente echó un vistazo de arriba a abajo sin que ésta se percatara. Los cabellos caían en cascada dejándole una silueta aún más sensual que cuando estaba viva. Ahora sería más irresistible. La piel había palidecido notablemente, aunque nada escandaloso para la época. Reflejaba un rostro despejado y suave, daba tentación de acariciarla una y otra vez hasta que se le cayera la mano, aunque, afortunadamente, eso no pasaría nunca con lo cual podría tocarla toda la eternidad. Observó sus cremosos labios, no demasiado grueso, pero tampoco delgados. Apenas tenía la forma de corazón, que casi todas las muchachas presumían y se orgullecían de tener. En cambio, a él le parecía algo exótico y muy atractivo. Nuevo. Saltaba a la vista que los antepasados no eran ingleses, obsequiándola, así, con unos preciosos rasgos extranjeros.
El cuello permanecía liso y sin marca visible, al ojo humano al menos, y su pecho inerte quedaba oculto por un precioso vestido que había adquirido durante esos días, solo para ella. Para su compañera, temporalmente.

Georgiana no se percató del tiempo que llevaría sin respirar observando ese regalo de Dios, pero pronto se dio cuenta de que era hora que alguno de los dos rompiera el hielo o permanecerían así durante horas.

Abrió los labios y elevó la mano intentando emitir algún sonido, pero la repentina atención del muchacho sobre ella, mirándola fijamente, la cohibió y le impidió romper palabra. Nathaniel soltó una leve carcajada y rozó la mano que ella aún mantenía levantada, esperando una respuesta negativa por ella. Seguía aún mirándolo con los ojos y la boca abiertos. Para su sorpresa, Georgiana no retiró la mano y decidió agarrarla por completo, acercándosela a los labios y besando la suave mano con delicadeza.

Georgia cerró los ojos y aproximándose más a él, inhaló su aroma varonil. Al comprender esta acción, Nathaniel volvió a reír y agarrando la cintura de la inmortal la moldeo totalmente a su cuerpo mirándola cara a cara.

-Hola… princesa.

-Eh… eh… - Georgiana seguía sin ser capaz de pronunciar palabra, y comenzando a ponerse nerviosa, apoyó sus manos en el pecho del caballero, aturdiéndola por el momento, y lo apartó educadamente para poder pensar con objetividad.

-Discúlpeme, caballero.- consiguió decir apoyándose en la puerta y agachando la mirada.- No me encuentro demasiado bien. ¿Sería usted tan amable, de facilitarme la información de su nombre? ¿O el mío?- terminó por decir con el rostro contrariado. Entonces, decidió incorporar la mirada al hombre y se lamentó del rostro apenado de él.

-¿Pasa algo, señor?

-¿No… recuerdas… tu nombre?- inquirió con dificultad.

-Me temo que no, caballero. Al decir verdad, no recuerdo nada.- respondió con la mayor sinceridad que reflejaban sus palabras.

-Ya sabía que no todo podía salir bien.- masculló Nathaniel mientras miraba a todos lados con el entrecejo fruncido y adentrándose en la alcoba.- Lo sabía. Demasiado bueno. ¿Y ahora que puedo hacer?- se discutía así mismo. Georgiana observó a aquel atractivo caballero deambulando de un lado a otro con la mirada fija en el suelo. De repente, paró en seco y volviendo a mirarla con un nuevo reflejo en los ojos y la cara alumbrada, lo vio reírse felizmente y escuchó que susurraba.- Bueno, quizás no es tan malo. Quizás es aún mejor. Todo será nuevo y solo me conocerá a mí y lo que yo quiera…

-Lamento interrumpir sus divagaciones, caballero. Pero no creo correctas esas palabras. Sobre todo si es respecto a mi persona.- lo miró con fiereza y comprendió que no había dicho nada bueno al percatarse de la mirada asesina del caballero. En un hilo de voz soltó un.- Lo siento.- Y volvió el rostro a sus manos enlazadas por delante.

-Puedo comprobar que su afán por lamentarse una y otra vez no lo ha olvidado, Lean.

-¿Lean? ¿Es ese mi nombre?- inquirió la muchacha confusa. Algo le decía que no era su nombre, pero era el de alguien. Alguien muy cercano.- No me suena…- susurró para sí misma, pero por supuesto Nathaniel escuchó.
-Al menos eso fue lo que usted nos dijo, Lean.

-¿A usted y a quién más?

-A mi criada, la señora Lupin. ¿No recuerda?

-No, directamente…- se quedó ensimismada en sus recuerdos borrosos.- Pero si algo. ¿Mayor y con el pelo claramente moreno? ¿Recogido en un descuidado moño en su coronilla?

-Efectivamente.- respondió Nathaniel con una sonrisa felizmente. Pero el rostro se le ensombreció al instante, volviendo a introducirse en sus divagaciones.

-Discúlpeme de nuevo, caballero. Pero, puesto que usted mismo me llama por mi supuesto nombre de pila, da a mi entender que o debo ser otra de sus criadas o debemos de conocernos confiadamente. ¿Me facilitaría su nombre?
-Lean, Lean, Lean…- bufó.- Antes que nada. Hazme el favor de dejar se disculparte tanto. Desde que te conozco es la palabra más escuchada por mis sensibles oídos. En segundo punto, sí tenemos gran confianza.- esto lo dijo con una sonrisa pícara, que ella comprendió.- y no es una de mis criadas. Al menos no en la vida real.- volvió a destellar sus oscuros ojos marrones.- Es mi compañera. El alma de mi vida y por eso es por lo que nos conocemos tanto. Por último. Mi nombre es Nathaniel, Nate.

-Sí…- le observó ella sin pestañear.- Nathaniel, me suena muchísimo. Y me suena su cara. Es muy familiar…

-Ya puede comprobar, mi Bella Siniora, que no la he engañado.- le interrumpió Nate, acercándola de nuevo a su cuerpo con la intención de no dejarla pensar más.

Se fundieron en un profundo y apasionado beso, que recordó con decoro, Georgiana. Nate la agarró fuertemente y la tumbó en la cama dejando su cuerpo encima. Continuó con su beso frenético y se excitó cuando ella agarró su pelo con fiereza. La besó con mayor deseo aún y empezó a hacerle todo tipo de caricias. Por la cara, con delicadeza y soltura. Rozando sus sedosos cabellos, volviéndole loco por su aroma delicado y femenino. Seduciéndola sin freno, Georgiana comenzó a acomodarse y moldear su cuerpo para sentir el calor y la excitación de su compañero en sus propias carnes. Separó lentamente sus piernas con la intención de una mayor sensación de pasión, deseo, amor… Nathaniel percató del cambio de aires y olvidando las delicadezas, introdujo una mano bajo la falda de la chica tocándole los muslos y las partes más íntimas de la bellísima mujer. Con la otra mano, y sin cesar de besarla, acarició uno de sus pechos con anhelo y deseo.

Nate se desabrochó la camisa, incorporando y produciendo un efecto bestial. Apretó su sexo con el de ella haciéndola gemir…

-Espere, espere señor…

-Nada de señor, Georgia, te deseo y te deseo ahora.

-¿Georgia?- se sobresaltó.

-¿Qué?- se extrañó el muchacho incorporándose lo suficiente para observarle la cara. Entonces, lo comprendió.- ¿Georgia? ¿Qué dices?

-Lo has dicho tú, Nate.- inquirió.

-Oh, querida…- con una sonrisa irresistible volvió a acercarse a su rostro y comenzó a besarla de nuevo, dulcemente.- ¿Ahora me tuteas? Eres encantadora. Me enloqueces, amor.

Siguió con las caricias y los movimientos, pero ya “Lean” no era capaz de concentrarse, se torno confusa y asustada. Delicadamente intentó apartar el pesado cuerpo de su compañero de encima y escuchó un gruñido animal por parte de él.

-¿Qué ocurre?- inquirió molesta.

-No. Qué te pasa a ti. Estábamos pasándolo bien. Estábamos pasándolo bien ¿no?- la miró irritado.

-Sí, pero… Me llamaste Georgia… Eh… No recuerdo nada, Nate. Compréndeme. No sé que me ha pasado. Me he despertado en esta habitación, me he observado por primera vez asimilando mi físico, mi voz, mi forma de actuar… No sé qué hago aquí, ni cómo he llegado. Intento abrir la puerta y me veo a un…- sacudió la cabeza y rectificó.- Te veo ahí delante de mí, mirándome. Me besas sin decirme más que te dije que me llamo Lane, algo que sé que no es verdad, puesto que no es mi nombre. ¡Y no sé porque sé eso!

-Tranquilízate, querida… - la escena conmovió a Nate sintiéndose vulnerable ante aquella preciosidad perdida.

-Me dices que somos compañeros del alma, y ni siquiera sé qué significa eso, pero algo en mi cabeza me dice que no te refieres a estar casados. No lo comprendo. No comprendo nada. Entonces me tumbas y me… me…- se sintió cohibida unos momentos.

-Y te dije que te deseaba…- le susurró el chico al oído. El repentino acercamiento hizo que sintiera escalofríos, pero agradables.

La miró con ojos apenados durante unos instantes y sintió el terrible deseo de ayudarla, de protegerla, de hacerla suya, para siempre.

-De acuerdo, querida. Te contaré todo lo que pasa aquí.- le dijo con voz dulce y le besó la frente.- Espera un instante.- se levantó y desapareció por la puerta.

Georgiana se sintió perdida y asustada. Sintió frío. Se incorporó hasta sentarse cómodamente apoyándose en la encimera. Sabía que esa postura no era correcta en una señorita, pero ni siquiera sabía si era una señorita. Y en esos instantes solo le importaba despejar su mente y recuperar la salud que notaba estaba perdiendo.

Al alzar la mirada vio a Nate delante de él. Sentado, mirándola y con una terriblemente preciosa sonrisa en sus carnosos y perfectos labios. Sintió que ella también lo deseaba. A Nate le encantó la postura despreocupada de la chica. Era distinta. Distinta a todas las demás. Y le gustaba. Quizás demasiado, se lamentó. Se acercó aún más a ella plantándole un tierno beso en los labios y acomodándose a su lado, de igual postura.

Meditó, buscando una forma de comenzar con aquello.

-De acuerdo, princesa. No eres humana.