miércoles, 14 de abril de 2010

Capítulo IX

Pasaron tres días y Nathaniel aún no había vuelto, al menos no a esa habitación. Georgia se sentía débil y triste.
Se incorporó para observarse en el espejo. Vio a una mendiga pobre, vieja y arrugada. La piel se había palidecido hasta acojer un tono verdoso, y la tenía sumamente agrietada. Los pelos tenían la apariencia de paja desordenada y enredada. Las enormes ojeras, cada vez más oscuras, rodeaban unos grandes ojos ensangrentados y el color azulado de las pupilas se habían vuelto excesivamente claros, casi parecer blanco. Eso le asustaba. Daba una apariencia terrorífica y penosa a la vez.

En aquellos tres días no había comido ni bebido nada. Se había pasado la mayor parte del tiempo acostada, intentando dormir. Y cuando no lo conseguía se mantenía entretenida escuchando atentamente desde los tenues sonidos de las ratas deambular a cincuenta metros a la redonda, hasta escuchar a la ruidosa señora Somple cocinando desordenadamente con los cacharros de metal.

Había escuchado los pasos de Nathaniel un par de veces en frente de su habitación, pero nunca se había atrevido a entrar. Ella desistió de volver a verlo. Probablemente moriría en cuestión de horas y todo su calvario habría acabado.

En ocasiones, también se entretenía intentando recordar cosas de su pasado, para su júbilo lo estaba consiguiendo, pero cada minuto que pasaba, la debilitaba más y la hacía olvidar incluso cualquier acción que acabara de acometer.

Había dejado la ventana abierta la madrugada anterior. Necesitaba bocanadas de aire puro, puesto que su cuerpo había comenzado a descomponerse. Se volvió a la cama arrastrando los pies.
Escuchó el aleteo de un cuervo apoyándose en el umbral de la ventana. Su débiles muscúlosos se contrayeron tensos, la mente se despejó dejándola totalmente en blanco, los instintos se afinaron de tal forma que era capaz de saber que aquel pájaro acababa de traspasar un río de agua dulce y que acababa de cenar un diminuto ratón muerto hacía más de doce horas. Su cuerpo se tensaba más y más y cesó de ver otra cosa que no fuese el plumaje negro y brillante del animal. Tan atractivo. Escuchaba el retumbar del pequeño corazón en el pequeño cuerpecito tan frágil e indefenso, y olía la deliciosa esencia que lo mantenía con vida. Las encías comenzaron a abrirse, dejando hueco a unos enormes incivisivos. Le dolía excesivamente tanto la mandíbula inferior como la superior. En pocos segundos, pudo palpar con la lengua unos afilados colmillos en su mandíbula. Pasó la lengua por la zona inferior y comprobó que también había crecido unos discretos incisivos poco más atrás, haciendo encajar perfectamente los dientes. Sin poder evitarlo, abrió la boca mostrando los terribles colmillos blancos y brillantes, y volvió a cerrarla castañeando unos dientes con otros. Se sentía poderosa con ese arma. Peligrosa y malvadamente atractiva. Su cuerpo se abalanzó sobre la ventana, intentando atrapar el enorme pájaro, pero su debilidad era demasiada y sus músculos torpes. Apenas hubo saltado, el cuervo negro escapó de sus garras y partió volando por el estrellado cielo oscuro como boca de lobo. Georgia escuchó un desgarrador gruñido procedente de su propia garganta, y dejándose llevar por los intintos, se dio la vuelta, se arrancó el precioso vestido del color de la espinela, dejándose con el traje blanco de ropa interior y deshaciéndose de los zapatos, volvió a abalanzarse sobre la ventana desapareciendo entre las sombras.


Estaba muy oscuro, pero podía ver algo. El cuerpo seguía en tensión como cuando el león acecha a la cebra. Olisqueó para encontrar un aroma apetecible. Caminó lentamente muy cerca del suelo, sentía la creciente húmedad del ambiente en su delicada nariz, obligándola a respirar con dificultad. El rocío de la hierba en el jardín le mojaban los pies menudos y endebles. El olor a sándalo, hierba, árbol, naturaleza. Captó el olor de un zorro defecando no muy lejos. Arrugó la nariz como respuesta al asqueroso olor procedente de tan minúsculo animal, y se desviaron las intenciones de atacarlo, hasta otra criatura de la naturaleza. Un pequeño gato pardo que dormía bajo un árbol. Con apariencia de un tigrecito en miniatura, mantenía una respiración acompasada. No estaba muy lejos de donde se situaba Georgiana y podía oír, además de oler, su pequeño corazoncito descansando tranquilamente en un apacible sueño. Dormirás mejor después de pasar por mis colmillos, pequeñín. pensó la hambriente vampira que apenas recordaba su nombre. Se movió sigilosamente por el campo, poniendo cuidado en cada cosa que pisaba para no llamar la atención de cualquier ser vivo. Pero algo o alguien, menos cuidadoso, sí había pisado una pequeña rama, haciéndola crujir, de un roble viejo que la acechaba desde unos diez metros... Automáticamente se giró sobre sus pies con una postura amenazadora. Tenía los instintos de un puma buscando el alimento de sus crías, la posición se asemajaba mucho a la del puma y el aspecto no se diferenciaba demasiado. La antigua Lady Georgiana Da Coppi se habría escandalizado con semejante fachada, pero la vampira Georgia solo podía sentir el olor a sándalo, oír unos fuertes latidos que la llamaban, y su alborotado pelo no hacía más que molestar a sus afligidos ojos para poder encontrar aquel que, por un simple y pequeño error, había sido el objetivo de su sed. Sería su nueva presa.

Corrió a dónde olfateaba el fuerte olor. Vió un gran roble viejo, y bajo este, la rama rota que la había reclamado. Respiración agitada. Volvió la cabeza bruscamente, tras el gran árbol que la custodiaba.
-No te escondas, cobarde. No hay mejor muerte que aquella en la que disfrutarás en los brazos de una dama. Aunque en estos momentos soy consciente de que no te podré parecer hermosa, puesto que mi estado es pésimo...- comenzó la jóven a charlar con el fin de distraer a su presa.- Pero será lo que obtendrás.

Y saltó al otro lado del árbol descubriendo un fuerte ciervo blanco mirándola con el terror de la muerte en los ojos oscuros. Se quedó estupefacta ante tal descubrimiento.
-Vaya, esperaba algo más grande.- No obstante, tras asumir la incredúlidad, los instintos se volvieron a afinar y las piernas se tensaron aún más disponiendo un gran salto hacia el animal.

En un instante tenía al gran ciervo bajo su cuerpo, contrariado, intentando alejarla y desprendersela de su lomo. Pero era demasiado tarde. Georgia se aferró más al cuerpo del animal con las uñas, clavandóselas y provocando unos grifos de sangre hayá donde se clavaban las largas uñas de la dama. El olor la embriagaba y excitada hasta el límite. Su mente volvió a quedarse en blanco y alzó la cabeza al cielo abriendo la boca como un fiero puma, mostrando unos afilados colmillos que no paraban de crecer. Con un brusco movimiento los clavó en el enorme cuello de la criatura que no cesaba de brincar hasta que la debilidad del cuerpo, al salir la sangre, succionada, al escapar el alma..., Georgiana se encontró en el suelo con una estrepitosa y violenta caída que la hizo desconcentrarse de su tarea durante un segundo. Luego volvió a clavar los radiantes colmillos tintados de rojo en otra arteria y terminó de succionar el poca alma que quedaba de aquel animal. Más tarde, lo dejaría abandonado en el suelo, esperando a que el famoso puma que observaba desde dos árboles más allá, se decidiera a alimentarse de la carne seca.

-Perdóneme, cherie, le dejé sin sabor.- diciendo esto al puma, se recogió la falda con una mano y volvió a la fachada donde aún permanecía la ventana de la habitación abierta.

Observó la ventana abierta y alta en el segundo piso de la vivienda. Podría llegar allí de un salto sin pensarlo, pero ¿por qué tomarse las molestias cuando había una bonita puerta de caoba esperando a ser llamada?
Giró su cuerpo en la dirección donde se encontraba la puerta principal. Se encontraba sucia y el olor que desprendía no era el que más le gustaba. Un buen baño, pensaba. Observó su alrededor con interés. Un sonido de murmullos tras ella le llamó la atención. Al instante se percató que solo era el murmullo del agua al correr por un río de agua dulce. El mismo que había olido por la ventana. ¿Un baño en un río de agua dulce, bajo la luz de la luna, después de un festín de ciervo blanco y aseándose con agua pura y fresca?
Nada más pensarlo se encontró corriendo con la suave brisa elevando sus enredados cabellos oscuros como la noche. Tan sólo veía el camino iluminado por la blanquecina luna que imitaba el color de su piel.
Alzó las manos para desabrocharse poco a poco los dos pequeños botones del cuello que sujetaban la ropa. Se dió cuenta de que era mucho más ágil que antes y se contentó con ello. Cuando el último botón salió, agarró el vestido por los hombros laterales y lo dejó caer, deslizándose por su menudo cuerpo. La luz de la luna le hacía tener un color muy blanco y enfermizo. Decidió no mirarse más y sin pensar en el frío se introdujo paso a paso en el arruyante río, mojándose así cada parte que quedaba en contacto con el agua cristalina. Los dedos de los pies se estremecieron al contacto de una agua tan pura, no sintió ningún escalofrío cuando el agua comenzó a inundar sus piernas por completo hasta llegar a la cintura. Le parecía una vista hermosa. La corriente estaba calmada y no era fuerte, el agua era tan transparente que podía divisar las suaves y onduladas piedras del fondo, mezclándose con arena y algas. Se preguntaba de dónde saldría ese río tan curioso. Olía la sangre de aquel desafortunado ciervo secándose al alrededor de su cara. Elevó la mano derecha para tocarse y sintió repugnancia al palparla. De inmediato, dobló las rodillas dejándose adentrar en la tranquilidad del agua cristalina, que se tragaba todas las impurezas de su cuerpo. Haciéndola sentir, libre, feliz, limpia de todo error.


Bajo el agua, elevó el rostro para ascender, y se frotó la cara con las manos según iba desapareciendo el agua de cada centímetro de su tez. Ahora la tenía lisa y suave como nunca. Se acarició el cabello echándoselo hacía atrás con un movimiento despacio y leve. Aún no se había atrevido a abrir los ojos. Disfrutaba de su propia oscuridad, del agua acariciando su cuerpo, de las suaves piedras masajeándole las plantas de los pies, del agua, de nuevo, escabulléndose de las manos y volviendo al punto de origen.

Sin querer abrir los ojos aún se centró en escuchar cada sonido inocente del bosque espeso. Escuchaba el aleteo de unos búhos asentandose en un alto árbol para escrutarla desde su posición. Un zorro y un conejo, detenían su "corre y atrapa" al verla bañarse; Georgia escuchaba como cesaban de corretear sin motivo alguno. El aire, aunque no había nada de viento, acariciaban sus cabellos y sus peludas colas. Y al pasar, Georgia sintió el mismo viento y el olor a conejo y zorro con su olfato. Todos los animales pasaban y se detenían al verla ahí quieta. Abrió los ojos para saber el motivo de sus desconciertos. ¿Tan extraño parecía que alguien se bañara en un río, que hasta los descerebrados animales se detenían a observar?

Pero todo seguía igual, en tranquilidad, unos pocos la observaban desde la lejanía y tán sólo el zorro y el conejo, negro y manchado de blanco, permanecían más cerca. Miró al zorro, rojizo, grande para su especie, y peludo. Se maravillaba con la gran cola inmóvil en el aire. Desvió la mirada para observar al pequeño conejo negro y blanco. La miraba inquieto, pero sin moverse. Parecían paralizados. Entonces se percató de que así de malo era la cadena alimenticia. El más fuerte se come al más débil. Hacía tan sólo, tan poco tiempo que ella había desangrado a ese pobre animal, que simplemente había estado en el lugar menos adecuado, en el momento menos favorable. Y sobretodo cuando había cometido el grave error de ser tan indiscreto, con aquella rama, en el fatídico momento en el que un vampiro estaba en cacería.
Y ahora observaba a un zorro tras un conejo. Le entró nostalgia por todo el cuerpo. Se fijó directamente en los ojos negros como escarpías del conejo. Y así se mantuvo hasta que comprendió que el conejo también la observaba con el mismo miramiento y le guiñó un ojo. Éste pareció despertar de un profundo sueño, se giró y observó a su alrededor. Reparó en el zorro que aún permanecía detrás de él, muy cerca. Georgiana vió como se le crispó la cara y salió corriendo y saltando con una rápidez asombrosa. Desconocía que los conejos fueran tan veloces. Un sonido a su espalda la distrajo de su ensueño con los animales salvajes. Antes de girarse, percibió de reojo como al mismo tiempo que ella se había desconcentrado, el zorro despertó a su vez e igual de desorientado que el conejo en un principo, corrió tras el olor del pequeño y peludo animal saltarín.

Un terrible escalofrío le cubrío por todo el cuerpo al atisbar la silueta de un hombre en las sombras.

1 comentario:

  1. Guau chica me encanta como escribes, lo describes todo al detalle. ¿Y quien es ese hombre?? besos

    ResponderEliminar