martes, 13 de abril de 2010

Capítulo VIII

Lo siento, chicas, este capítulo será excesivamente corto porque no me da tiempo de escribir más en estos momentos. Prometo que pronto actualizaré. Destaco mis disculpas y gracias a todas por leer Reflejo de un vampiro.

J.






Georgia escuchó con atención todo lo relato por Nathaniel: cómo la había encontrado, a dónde se dirigía aunque desconocía el motivo; cómo se llamaba y quién era él; le contó lo que él era y como había finalizado su vida no hace mucho y de la misma manera había pasado con ella.


-Bebiste... ¿mi sangre?


Nate asintió.


-Es asqueroso.- respondió la chica haciendo una mueca de horror.


-La cuestión es, que ahora tú necesitas sangre para terminar con tu transformación.- le explicó el chico.- Ya que te di de beber la mía antes.


-¿Yo te di permiso?- replicó. Giró el rostro para ver unos ojos entrecerrados escrutándola. Tenía una mirada penetrante y peligrosa, y no la miraba como si fuese una persona. Su desvargada postura le informó que tampoco se comportaría como el duque de Deackerci dejándola en paz.


-No te lo crees, ¿no es cierto?


-Muchos pueblos mantienen esas leyendas, su excelencia. Pero no justamente Gran Bretaña.


-De acuerda pequeña innata.- le replicó el chico con ferocidad en los ojos.- Me encantaría que te quedarás aquí hasta que murieras de hambre. Ahora no eres humana, te guste o no, señora Da Coppi, y cuánto antes lo asimile será mejor para todos.- se incorporó con ademán de marchar.


-¿Se va?


-Por el contrario que usted, yo sé que soy. Y estoy hambriento. No te preocupes, probablemente para cuando llegué estarás muerta.


-¡Estás enfermo! ¿Cómo puedes decirle eso a una mujer? ¡Insensible!


El jóven se acercó a ella con andares feroces, similares a la de un animal acechante a su presa. Se enfrentó a su mirada, no sin cierta dificultad y elevando el rostro. Al parecer eso le divertió aún más, Nate se acercó hasta sentir el aliento frío de la chica en su mejilla. Acercándose aún más al oído soltó:

-Es usted ahora una vampira, señorita Da Coppi. Tendrá toda la eternidad para percatarse de cuán insensible soy y todos los hombres del mundo. No existe la sensibilidad para nuestra especie.

Georgiana se estremeció ante tales duras palabras. El frío recorrió por todo su cuerpo y se apartó rapidamente de la voz que le aterraba. Miré histérica al hombre que siseaba en su oído, pero ya no estaba...


Un terrible ruido estruenó en la ventana y cuando, aterrorizada, dirigió la mirada al centro del ruido atisbó un gran águila de plumajes oscuros alzar el vuelo.

1 comentario:

  1. Me encanta!!! Es corto sí, pero da igual, la verdad es que te entiendo, a mi me pasa lo mismo, no tengo mucho tiempo de escribir ahora jejeje.
    Espero el siguiente con ganas no lo olvidess!!
    xoxox

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