jueves, 15 de abril de 2010

Capítulo X

Buscaba algo con lo que entretenerse. Los últimos tres días habían sido especialmente aburridos y Logan ni siquiera se había acercado a saludar. Extraño, teniendo en cuenta que había una joven doncella en su alcoba, esperando ser rescatada. Aunque obviamente lo que él no sabía era que ya no era una simple jóven doncella, y que ya no necesitaría nunca que la rescatara nadie. De hecho, se preguntaba que demonios esperaba para marcharse y dejar libre su dormitorio.

Varias veces hizo ademán de entrar para enfrentarla y pedirle sin educación ninguna que se marchara inmediatamente. Pero, al fin y al cabo, había nacido como un duque y así lo habían educado, sus principios le obligaban a no ser desconsiderado con una dama. Y mucho menos con semejante dama.

Le había puesto de los nervios, y otras de las razones por las que no la había visitado en días había sido su espectacular belleza, que apenas le dejaba pensar con objetividad. Ella se había olvidado de todo tras su transformación, pero era sumamente curiosa y no había dejado que tomara posesión de su cuerpo. Eso le había transtornado tanto que no le dejó más remedio que marchar sin mirar atrás. ¿Qué demonios se creía aquella muchacha engreída y consentida? Rechazándolo a él. El duque de Deackerci. Cuando todas las mujeres se habían arrastrado a sus pies y aún más cuando la descomunal belleza sobrehumana de los inmortales le había envuelto en su nueva vida eterna. Era una ignorante niña mimada. Deseaba que se fugara de una vez. Se había percatado de que la misma había abierto la ventana y le surgieron nuevas esperanzas de una marcha inmediata. Pero no fue así. La había estado observando, desde las afueras del jardín, y había visto su aspecto demacrado y sediento, debido a la falta de alimento, tanto humano como vampírico.

Era absurda. Aún debía quedar mucha humanidad en sus extremidades, pero aún así necesitaba sangre para seguir adelante. Además de alimentos nutricionales. Moriría si no lo hacía pronto, y a no ser, que la misma señoritona se decidiera a abrir esa simple puerta, esconder su orgullo y vanidad, y enfrentarse cara a cara para pedirle comida, él solo y por propia voluntad no se humillaría ante ella.

¡Cuidado con la respetable dama!


Volvió a la habitación donde la había refugiado el primer día, y que desde que la transformó, se había vuelto el suyo propio. Pensando en que podría hacer y como deshacerse de aquel peso, oyó el aleteo de un pájaro en la habitación donde se alojaba Georgiana. Comprobó por el peso que hacía en el umbral de la ventana, la forma del movimiento de las alas al posarse y el terrible olor a mofeta quemada que desprendía, que tenía que tratarse de un cuervo. Pobre animal, pensó, va a ser engullido por una vampira sin inexperiencia, hambrienta y sedienta y ni siquiera sabe lo que es.
Pusó más atención en los acontecimientos que ocurrían tras la pared. Se sentó en la cama y justo escuchó como la misma Georgia se incorporaba de su flamante cama de colchas roja como la sabrosa sangre de una jovencita virgén.

Tardó unos instantes y de repente se vio sobresaltado al escuchar un fuerte ruido en la ventana y un ajetreado aleteo del cuervo al escaparse. Se echó a reír de lo torpemente inocente que era aquella muchachita. Soltó una carcajada alegre al oír como gruñía. La parte vampira se apoderaba de ella.

Luego, en unos segundos, apenas escuchaba nada. Se incorporó salvajemente adentrándose fugaz en su antigua habitación, y vio su vestido. El vestido que el había comprado en un día soleado, hacia tan poco, y que, simplemente, había pensado en ella cuando lo vio en la tienda de Sophie SanMarc. Sintió un dolor punzante en el pecho cuando comprendió que ella se había desecho del vestido al marcharse, probablemente porque no deseaba recordar nada de su estancia con el duque de Deackerci. Quizás había llegado demasiado lejos con aquello de la indiferencia. Había creado un animal salvaje, sediento, sin recuerdos ni aptitudes. Sin moral. Debía encontrarla para enseñarle lo más básico y que no creara estropicios allí por donde pasara. Podía delatar a la especie y entonces su adorable creación quedaría aniquilada.

Sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre la misma ventana que hacia poco había cruzado ella. Aterrizó, delicadamente, en la mullida tierra recubierta por verde hierba. Se mantuvo inmóvil durante unos segundos para olisquear su aroma, y escrutar sus pisadas. No debía ser muy díficil, era nueva, no sabía como debía hacer las cosas.
Oyó durante una milésima de segundo, el leve sonido de una nariz olisqueando, y más allá un animal, un zorro probablemente, haciendo sus necesidad más íntimas. Y no pensaba en el sexo animal. Se acercó más a su posición pero no vio nada cerca. ¿Dónde estaría? Escuchó el sonido suave y delicado de una voz cantando. No, hablando a algo. Hablando sin nadie que le escuchara, porque no hablaba en voz alta. Se percató que eran los pensamientos de la chica llamada Georgia. Había escuchado de terceras manos, que el creador y su creación tenían telepatía entre ellos, pero nunca lo había experimentado. Georgia era su primera hija y comprendió que eso los uniría siempre. Para toda la eternidad. Sonrío con los labios sin darse cuenta de su júbilo.
Dio un paso en su dirección y al estar tontamente hipnotizado por la imagen de la bella Georgia y con su voz tintineante en su cabeza, no se había percatado de haber pisado una rama que llamó la atención del fino oído de la futura vampira. Retrocedió otro dos pasos y se topó con el enorme árbol que había sido el encargado de que hubiera una delgada rama en su camino. Deseó derribarlo, pero ¿por qué llamar más la atención?

Tornó sobre el roble, dejándolo entre medio de él y la chica. Escuchó como unos pasos sigilosos se acercaban más. El olor de la sangre dulce que recorría por la jóven le volvía loco. Saltaba la vista que la sangre del animal la había hecho mejorar indudablemente y ahora estaría hecha una diosa. Olió el aroma femenino de la jóven más cerca y su corazón delicado resonando agitadamente en su cuerpo de mujer sexy e irresistible. Se le hacía la boca agua. Y eso era solo su imaginación, ¿qué pasaría cuando la tuviera enfrente? Escuchó como su propio corazón bombeaba bruscamente sobre su cuerpo inerte. Increíble. Los corazones de los vampiros apenas se movían, y ahora el suyo propio estaba imparable por una mujer. Inexplicable. Tendría que mantener una seria conversación con el Conde Lugossi pronto.

Se regañó por aquella estúpida distracción y se obligó a poner atención a la pequeña fiera que le buscaba. Oyó una voz que se le antojó a gloria.

-No te escondas, cobarde.- le estaba diciendo. ¡Vaya! Tenía la voz más bonita que había escuchado jamás en sus largos años de existencia.- No hay mejor muerte que aquella en la que disfrutarás en los brazos de una dama. Aunque en estos momentos soy consciente de que no te podré parecer hermosa, - ¿qué no? Prueba a ver, damisela, pensó.- puesto que mi estado es pésimo...- Georgia tenía razón al decir que no había mejor muerte que aquella en la que morir en sus brazos, Nate no encontró una muerte aún mejor. Pensó que llegaría el final de su discurso y vio a un bonito ciervo blanco que se escapaba por su frente al ver la escena peligrosa que protagonizaba él mismo. Adivinando que el discurso con la voz de una diosa griega, saliendo directamente de aquellos dulces labios, iba a finalizar; decidiendo, así, atrapar al animal antes de que ella le divisara y dejarlo como cebo. En un segundo había agarrado al animal y escuchaba la voz de campanillas proseguir con el monólogo.- Pero será lo que obtendrás.
Al instante, Nathaniel había dejado al animal en su antigua posición, tras el árbol y subió a una fuerte rama del roble. Dejándola a muchos metros bajo de él.

Rió de la cara de estupefacción de la mujer al encontrarse con un simple ciervo. Pero enseguida comprendió que la necesidad era más fuerte que cualquier otra cosa y se abalanzó sobre el indefenso animal. Le sorprendió el salto felino de la jóven y se la imaginó en la cama. Sería increíble encima mía, pensó. Escrutó las fuertes uñas clavándose en la fina piel del ciervo y se le hizo la boca agua cuando vio brotar toda aquella sangre. Dios, como deseaba compartirlo con ella. Compartir presas y cazar juntos. Pero no, eso no era para él. Era Nathaniel Meryton, duque de Deackerci. Todas las mujeres le anhelaban y no necesitaba más que la sangre que les proporcionaría y el sexo fácil que le ofrecían sin pudor. ¿Qué más podía desear?

Algo en su interior le contradecía y le señalaba a la menuda mujer, ahora en el suelo, terminando de alimentarse de la criatura muerta. Se había dado cuenta de que no era el único que la vigilaba, acechante, pero tampoco se había molestado en averiguar quien podría ser. En ese momento sintió deseos de saberlo cuando la escuchó decir:

-Perdóneme, cherie, le dejé sin sabor.

Observó como la mujer hacía una salida teatral y oyó al puma negro que descansaba en el mismo árbol pero en una rama inferior, ronronear tras vigilar la cacería de la preciosa vampira. Por un momento se quedó fijo, observando como el puma bajaba por aquel árbol con sensuales movimientos felinos y se abalanzaba sobre el cuerpo muerto del ciervo blanco, y lo comenzaba a despedazar para cenar.

Buscó con la vista a la jóven que había desaparecido. Bajó del árbol sin hacer ruido y sin llamar la atención del puma con el fin de no molestarlo de su bufet. Andó pocos pasos hasta que se acordó de su "habilidad". Se mantuvo inmóvil y cerró los ojos. Buscó en su mente a una preciosa chica y escuchó sus pensamientos, vió lo que ella veía. Un río.

Casi voló hasta donde estaba ella. La encontró justo en el momento en el caía un fino traje como vestimenta íntima, al suelo. Dejándola tal y como vino al mundo como mortal. Su delicado cuerpo se había transformado. Unas preciosas curvas la rodeaban y Nate no pudo soportar el dolor de aquel miembro atrapado por un pantalón incómodo. Analizó cada centímetro del cuerpo de Georgiana, provocándole sádicos dolores en la entrepierna. Sus finos pies pequeños revolotearon al primer contacto con el agua del río. Sonrió de la situación de inocencia de la chica y de cuán diferente era en comparación con la escena que acababa de atisbar, alimentándose y matándo bruscamente a un animal. Las delicadas piernas suaves y largas asumían un poder al que él quería llegar...

Las caderas eran otro mundo. Le envolvía en una embriagadora sensación de pasión y lujuria. Esas nalgas suaves como el terciopelo, a simple vista, eran las más perfectas que había visto jamás. ¡Y había visto muchas! Estaba deseoso de comprobar con sus propias manos de cuán suaves eran...

La espalda era estrecha y femenina. Tapada ligeramente por una manta de pelo oscuro y liso. Eso provocaba una escena tan erótica que apenas acabara con su lujurioso deseo sexual al verla bañarse en ese río, iría a despojarse con la alocada de Monnet Robins. La efusiva vampira que siempre mantenía los brazos, y las piernas, abiertas para él. O quizás debería ir a buscar a Lady Rebecca McDonniel, una humana con una sangre tan deliciosa como su aspecto. Y también sabía satisfacerlo sexualmente como nadie.

Pero aquellas mujeres, y todas las demás en las que podría pensar, se quedaban en "nada" comparados con aquella señorita, que estaba tan seguro que sabría satisfacerlo tanto carnalmente, como intercambiando la sangre inmortal entre ellos. Eso deseaba justamente. Poder tomar su sangre dulce como ninguna. ¡Dios como le enloquecía aquella insignificante chiquilla! Pero tan... tan...

Suspiró profundamente sin abstenerse, y sin ni siquiera percatarse de lo que sucedía a su alrededor. Cientos de animales se había arremonilado entorno a ellos. Observando a la tierna mujer que se bañaba con el agua pura del río dulce. También se dio cuenta al instante, de que aquel suspiro infortuito había llamado la atención de algunos de los animales, pero sobretodo de la propia Georgia. Que ahora lo miraba con atención desde la cuna del río. Se preocupó de la acción que realizaría la chica apartir de ahora. ¿Le reconocería?

Miró a todos lados en un intento de ocultarse, pero era demasiado tarde, aquella mujer ya había salido del agua y comenzaba a agacharse para palpar el vestido que descansaba en el suelo. Se volvió a incorporar, lentamente, en un intento de no provocar ningún desaliento en aquel desconocido que la podría dañar de alguna manera. Estaba segura. Olía el poder que lo rodeaba.

Nate reconoció aquella cara de terror, la había presenciado apenas unos días antes cuando había despertado en su cama. A sabiendas de que no había forma de rectificar y que ella siguiera tan soñolienta en el río, dio un paso más, sigiloso y con cautela. Le mandó un único mensaje a su mente: No me temas, no te haré daño.

Pero esto pareció hacer el efecto contrario, y Georgia, sobresaltada y temerosa por la voz que había aparecido en su cabeza, corrió a ocultarse tras el río.

Agua. Humm... No muy buena idea. La corriente no era muy fuerte pero...

Georgiana desapareció en el otro lado.

1 comentario:

  1. hola julieta me gusta tu historia nate es un tipo raro y comico espero con ansias el proximo capitulo

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