miércoles, 24 de marzo de 2010

Capítulo III

He escogido los mismos protagonitas de una de los libros, aunque obviamente, los nombres, tanto de los personajes, como de las ciudades, son míos. No me sorprendería que alguien leyera algunos trozos similares a historias leídas. Repito que la idea mía fue fundir ambas historias y modificarlas con pequeños detalles. Muchos besos a todas.





El hombre que aún esperaba en la entrada de la puerta, era nada más y nada menos que el célebre duque de Deackerci. La cara de Georgiana mostraba la sorpresa al reconocer al duque, pero pronto volvió a recuperarse intentando mostrar un aspecto indiferente a la reacción. Nate se percató por completo de que la chica lo había reconocido sin problemas, pero ¿cómo era posible no reconocerle? Hasta donde sabía era el principal objetivo de las damas solteras de la ciudad, y con lo cual, el continuo tema de conversación entre las mujeres de alta clase. Debido a las interminables entrevistas con numerosas damas, finalmente Nathaniel Louis Meryton, cansado de una vida tan ajetreada y de convivir con poquísima intimidad, decidió que unas buenas vacaciones le vendrían bien. Pero para los habitantes de Bean Lophe, el apuesto duque de Deackerci había escapado con una jovencita de baja alcurnia, embaraza y sin reputación que salvar, la había instalado con su progenitor en alguna casucha fuera del continente para aislarla de todo aquel que pudiera revelar el oscuro secreto.

Después de algo más de un año, Georgiana era la primera en ver al famoso duque y más aún: estaba en un cuarto a solas con él. Cualquier señorita habría soñado con mucho menos…

Reconocía bastante bien, pese a haberle visto poquísimas ocasiones, el pelo castaño claro con mechones dorados y brillantes, que se intensificaban en la época de verano. Lo llevaba a la moda, es decir, aparentemente despeinado y naturalmente liso y recortado. Los ojos marrones, eran claros, casi castaños, la observaban sin cesar.

Nathaniel observaba la belleza que tenía delante. Tenía un rostro exquisito, delicado y ligeramente ovalado. Los ojos eran turbadores, oblicuos y exóticos. Unos ojos de un azul oscuro en aquella preciosa cara; muy azules y muy límpidos, como cristales. Los labios eran suaves, lisos; y la nariz recta y delgada. Un tupido cerco de pestañas oscuras enmarcaba aquellos extraordinarios ojos, sobre los que se arqueaban unas graciosas cejas oscuras… Su pelo oscuro, casi negro como las alas de un cuervo, rodeaba delicadamente el rostro con sencillos ricitos adornando según la moda. Dando así, una piel tan pura, parecida al marfil.

Una mujer que sin duda, cortaba el aliento. Y la belleza no solo se reducía a la cara. Su estatura baja, le daba una apariencia adorable, pero no infantil. No obstante no inferior al metro sesenta. Unos firmes y jóvenes pechos se apretaban contra la leve muselina del vestido rosado. No era, ciertamente, un vestido escotado, pero de algún modo lo tentaba a lo más inapropiado... Deseaba desnudar su cuerpo, verla... ¡Dios cuánto hacía que no le pasaba algo semejante! ¡Siglos! pensó al sentir la repentina erección bajo sus pantalones. Debía decir algo, cualquier cosa. Habían permanecido mirándose el uno al otro durante largos minutos y debía romper el hielo si no quería asustar a la bella dama y hacerla gritar, y no sería de placer… A su pesar.

-Me reconoce, ¿no es cierto?

-¿Eh?- se sobresaltó Georgiana cuando la despertó de su análisis detenido sobre tan apuesto caballero.
Era detestable que aquel hombre fuera tan terriblemente apuesto y que desde que presenció la habitación su corazón no había conseguir frenar de unas profundas palpitaciones.

Ahí colocado, con la figura casualmente apoyado en el marco de la puerta, tenía un aspecto de lo más apetitoso. Nunca había conocido a un dios, pero ahora sabía perfectamente cómo debía tener la forma… Su profunda mirada era hipnotizadora, sus ojos amarillos expresaba distancia e interés a su vez … Su recta y lisa nariz era encantadora y fruncía una irresistible sonrisa de dientes perfectos y blancos…. Pero aterradores.

-¿Señorita?

-Discúlpeme, su excelencia. Estoy algo aturd… Confundida, por el momento. ¿Por qué me ha secuestrado?

-No sé si usted era consciente de la compañía que tenía. Lord Edgar no es un caballero muy… -no sabía como debía terminar la frase.- Bueno directamente no es un caballero.

-¿Y usted qué sabe? Si me permite preguntar.

-Lo conozco, perfectamente, señorita…- Georgiana se quedó extrañada.

-Discúlpeme, milady. Pero ¿puedo preguntar su nombre?- aclaró el joven con tono de inocencia.

-Oh, Georgiana Da Coppi.- contestó la chica avergonzada por su recién estupidez. Alzó los ojos y comprobó que el duque Nathaniel se había acercado aún más.- ¿Qué hace, señor?

Nate se sentó lentamente en la cama junto a ella, y Georgiana automáticamente se arrinconó en el otro extremo de la cama. El chico sonrío divertido por la situación y extendió la mano para acariciar su brazo. Ella retiró su mano y la escondió bajo las sábanas apoyándola en el vientre.

-Su excelencia, ¿le importaría traerme poco de agua? Estoy sedienta.

-Por supuesto, señorita Da Coppi. Vengo en un segundo.- respondió con una radiante sonrisa y salió por la puerta.

Georgiana salió rápidamente de la cama y observó su fallada en el espejo del tocador. Tenía el pelo suelto y completamente desarmado, ¡cómo una furcia! El traje completamente descolocado dejando entrever el comienzo de uno de los senos ¡Qué vergüenza! ¿Lo habría visto? En un abrir y cerrar de ojos apareció el maravilloso chico detrás de ella, por fortuna, fue ágil introduciendo su seno dimimuladamente antes de girarse. El duque estaba mirándola con deseo en los ojos, y la boca media abierta. Desde luego si tuviera babas se le caería irremediablemente… ¡Pero qué mujer! Era tremendamente sexy con esas pintas… Cuanto desearía verla aún más informal… Como quizás, desnuda.

-Señorita, me apena confesarle, que me temo que nunca saldrá de esta casa.

Aquellas palabras la aterrarron. ¿Hablaba en serio? ¿Iba a matarla? Nate comprendió el miedo en sus ojos y añadió.

-Oh, no, señorita Da Coppi. Como amante, por supuesto.

Eso la aterró aún más y la sedujo a su vez. ¿Es qué la deseaba?

-Espero que sepa, su excelencia, que estas no son mis maneras, en absoluto.- explicó nerviosa la chica, y algo cohibida.- Aún no me ha respondido a mi pregunta, ¿por qué me ha secuestrado?

-Por su infatigable belleza, me habría gustado contestarle, señorita. Pero no. Temí por su vida cuando la vi en las garras de Lord Edgar. ¿Es qué usted deseaba ir con él?- preguntó el duque con interés. No le parecía probable. Ella era una señorita y pese a las pintas que presentaba, parecía una chica noble y respetable. No comprendía como había sido capaz de montar en ese carruaje a una salvajada segura.

-Sí.

-¿Perdón? ¿Ha dicho que sí?

-Sí, su excelencia.

-¿Es qué es masoquista?- empezaba a mosquearse con la situación.- ¿O quizás no es lo que parece?

-Me temo que no le comprendo, su excelencia.- respondió sinceramente la chiquilla.- ¿A qué se refiere con "lo que parece" ?

-No quiero ofenderla, señorita Da Coppi, ¡que Dios me libre! Pero a no ser que usted sea prostituta, no comprendo su viaje a Mirloville junto con aquel canalla.- explicó escrutándola con los ojos. Notó un brillo especial en los ojos de ella, pero no los de la resignación sin duda. Por el contrario.

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