martes, 30 de marzo de 2010

Capitulo V

Una mujer de mediana edad entró justo en el momento que ella salía del baño. Con toallas en la mano, y unas medias. ¡Gracias a Dios! Georgiana se acercó enseguida, cerrando la puerta cuando pasó la mujer y recibiendola con una sonrisa agradecida.

-Aquí se lo dejo, señorita.- explicó la señora, dejando las cosas encima de la cama.- El señor Meryton volverá en un rato, se ausentó esta mañana para unos recados personales. ¿Se aseo, usted, ya?

-Muchas gracias.- musitó Georgia.- Sí, me bañé ya.

-No se avergüence, señorita McGreyson, ya nos explicó el señorito Nate la desafortunada aventura que participó anoche.- la mujer la miró con una dulce sonrisa y comprensiva y agarrándola de las manos le dijo.- Lamento lo que pasó, aunque afortunadamente, el señor Meryton estuvo en el lugar oportuno a la hora oportuna, ¿no cree señorita McGreyson?

-Sí, es cierto...

-¡Oh, Señor, que maleducada soy! Perdóneme, señorita McGreyson. Mi nombre es Margarette, Margarette Lupin. Estoy encantadísima de conocerla. Confío en que el señor Meryton la trate con educación. ¡No he conocido a hombres más bueno, agradable y por supuesto, apuestísimo! - la cara de la señora Lupin se crispó de inmediato, y con las mejillas sonrojadas, miró hacía abajo y se disculpó con un hilo de voz.

-Perdóneme, señorita McGreyson. No conozco a una persona más bocaza que yo misma. No se moleste conmigo, se lo ruego.

Georgia se conmovió con la mujer. Con fachada de madura y personalidad excitable. ¡Qué simpática! Pero no comprendía en que demonios estaría pensando el duque de Deackerci a señalarle como señorita McGreyson. Lógico, inventar un nombre con el objetivo de que no la reconociera ninguna persona, pero... ¿Por qué McGreyson? ¿Es qué no se le ocurrió un nombre más horrendo? Comprendió que lo mejor sería darle un nombre de pila inventado, pues no deseaba volver a escuchar que la nombraran como "señorita McGreyson" ¡Vaya gusto!

-Oh, señora Lupin, por favor. No se retracte. Para nada me resultó atrevida, y mucho menos me molestaré con una mujer de tal postura. Es muy amable y simpática. Nunca podría molestarme con usted, no tema.- respondió la chica con toda dulzura.- aunque... A cambio, me gustaría pedirle que me llamara con mi nombre de pila. No es culpa mia que mi padre tenga un apellido tan horrible ¿no es cierto? Llámeme Lane.

-Bonito nombre querida. ¿Es el nombre de su madre?

-Sí.- respondió Georgia con un hilo de voz. Lane había sido el nombre de su madre antes de morir, y siempre le habría gustado llamarse así. Adoraba cuando algún anciano la reconocía por su parecido con su madre, y así sin más, la llamaba Lane.

- Bueno, señorita Lane, dudo que el señor Meryton tarde mucho más. La dejo para que termine de arreglarse y les serviré la comida.

- Oh, señora Lupin, le agradecería que me acompañase. Mi traje es muy bonito, pero bien complicado. Me cuesta mucho ajustarmelo sola.

La buena señora le respondió con una sonrisa antes de acercarle el par de medias y recoger el vestido del cuarto de baño. Georgia abandonó la toalla, apoyándola en la cama, e inclinandose para ponerse la ropa interior y después las medias. La señora Lupin la ayudó con el ajustado corsé y luego a ponerse el vestido. Le cepilló el cabello cien veces, hasta dejarlo liso y suave como la seda. Ya estaba decente y la señora Lupin se dirigía a la puerta cuando le dijo:

-Por cierto, Margarette.

-¿Perdón?- preguntó confusa la joven.

-Llámeme Margarette. Me cayó usted en gracia, señorita Lane. Espero tenerla por aquí muy a menudo.

Y con esto se fue, dejando a Georgia con la mayor confusión. Nunca se había sentido feliz de caerle bien a ningún criado, pero aquella mujer tenía algo. Parecía conocer bien al duque y ella quería conocerle tan bien algún día. Sonrío y se tornó al baño donde se miró al espejo. De acuerdo, perfectamente presentable, se dijo a sí misma y acto seguido se pellizcó suavemente las mejillas y volvió a sonreir. Se dirigió al cuarto para sentarse en el tocador mientras toqueteaba un libro sobre la vida de una chica sencilla y humilde, enamorada del gran príncipe de Fracia. Al final de la historia acabarían juntos.

Suspiró.

-Ójala todas las historias acabaran así.- susurró. Apenas le conocía, pero algo tenía aquel hombre que la hacía suspirar y hiperventilar a la vez. La ponía nerviosa y la impartía en la mayor calma, como si estuviese en un cálido baño. Cuando se acercaba la ponía tan, tan...

-¿Qué historias?- apareció una voz varonil desde su espalda, haciéndola detener sus pensamientos. Se giró para observar esos hipnotizantes ojos castaños, de caramelo...

No respondió, pero tampoco le molestó a Nate, puesto que él mismo se ensismó en su belleza inhumana. El pelo le caía en cascada por los hombros, dejando la frente despejada. Sus profundos ojos color mar, lo escrutaban con deseo y él notaba, en sus pantalones, que le correspondía. Su pequeña naricita, sus dulces labios que ansiaba por probar. Su cuello... Su cuello. Perdío el hilo de sus pensamientos cuando pensó en la sed que lo embriagaban. Pero algo lo desató de ese deseo, poco más abajo, un colgante, del azul de sus ojos, descansaba en los jóvenes y lisos pechos que comenzaban a moverse estrepitosamente, arriba y abajo. Entonces vio como su cuerpo caía al suelo, los ojos medio cerrados, un ligero sudor por su cara, por su cuello, por sus senos. Le volvía loco, no podía soportar más estar a su lado sin tocarla, sin saborearla.

La agarró tranquilamente antes de que cayera al suelo, y sin esfuerzo ninguno, la apoyó en la cama. Se sentó a su lado para tocar su gélida cara. Su cuerpo se estremeció por el contacto. Hacía tanto tiempo que no tocaba la piel de una mujer si no era para llevarla a su alcoba. Por el contrario, él la tocaba con suavidad, sin querer hacerle daño, sin sed por ella, sin querer darle placer. No, eso no era cierto. Quería darle placer, pero no sin su consentimiento. Aunque nunca había violado a ninguna mujer, ni nunca lo haría. Ninguna otra le había rechazado, y en el caso en que una de su especie lo rechazara, tan solo tendría que utilizar sus dotes.

Georgiana era tan bella, tan delicada y bonita. Sencilla pero hermosa. Su piel suave como la seda, casi translúcida, daba a entender que era de la nobleza. Quizás pudiera casarse con ella. ¡Pero, Dios! ¿Desde cuándo pensaba él en casarse? Se estaba desmoronando. Esa hija del demonio, le estaba introduciendo en su propio infierno. Nate amaba su vida, sin ataduras de ningún tipo. Con riquezas sin límites y lo usaba así como quería. Su inmortal belleza le había regalado una excitante vida sexual, no había moza que lo rechazara, y era completamente insaciable. Las mujeres caían agotadas a sus pies, literamente. Y era entonces cuando la sed triunfaba y terminaba de saciar sus necesidades, aprovechándose más de ellas.

Escuchó que su respiración volvía a suavizarse, escuchaba el aire que transpiraba por la nariz, su pecho volvía a elevarse, y su cara a tener color. Casi había conocido como sería su aspecto si él se atreviese a tenerla como esposa. Casi...

- ¿Georgia? Georgiana, ¿está bien?

Abrió los ojos poco a poco, cesó de sudar y se movían los labios, pero no emitían ningún sonido. Él la sonrío y la besó en la frente y notó la profunda respiración de la chica. Se retiró rápidamente, asustado, de que volviera a desmayarse. Comenzó a alarmarse, e intentó incorporarla sobre el respaldo.

-Vamos, Georgia. Por favor, no me hagas más eso.- le suplicó sin darse cuenta de lo que decía. Ella se percató del brillo de los ojos de su secuestrador, y la preocupación que reflejaba su rostro. La conmovió.

Elevó su brazo y lo introdujo en el cabello rubio y liso, tan suave, del duque. Acercándolo a ella lentamenta, hasta que aspiró su aroma embriagador, la sensación electrizante luchando entre los dos cuerpos, la suave respiración acariciando su tez. Sus ojos la atravesaban como un rayo, anhelandola. Las manos de Nate se apoyaron en el rostro y descendieron por su cuello, hasta rozar sus suaves pechos. No aguantó más.

Desgarró el vestido, dejándola totalmente como vino al mundo, y abalanzandose sobre ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario